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El día de hace 127 años cuando a Medellín llegó la luz eléctrica

En 1898, la incipiente villa se arremolinó en el parque Berrío para presenciar un hito histórico y de ingeniería que tiene ecos hasta hoy: el encendido de la primera bombilla eléctrica.

  • En julio de 1898, la ciudad de Medellín presenció la llegada de la luz eléctrica por primera vez. FOTO Elaborada con IA
    En julio de 1898, la ciudad de Medellín presenció la llegada de la luz eléctrica por primera vez. FOTO Elaborada con IA
hace 1 hora
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La noche del 7 de julio de 1898 Medellín se quedó mirando el cielo, esperando un “milagro”. Era jueves y, como siempre, desde el cielo la luna llena intentaba hacerse dueña de las calles empedradas de esa naciente villa. De pronto, un fogonazo desconocido la retó desde abajo, desde el mundano suelo: bombillas eléctricas se encendieron en el centro de la ciudad por vez primera entre el júbilo de los presentes.

Aún se recuerda, más de un siglo y cuarto después, cuando Nemesio Mejía Montoya, Marañas para todo el mundo, levantó la voz y soltó su sentencia entre risas: “¡Ahora sí, Luna, te jodites. De hoy en adelante tendrás que alumbrar sola a los pueblos!”.



Por siglos la ciudad se había recogido tras la caída del sol. Ahora, de golpe, podía estirar la jornada y mirar de frente a la modernidad. Aquella chispa inaugural fue el inicio de una gesta que se convirtió en una obsesión antioqueña: producir energía incluso en agrestes lugares. Un hilo invisible une esa noche de bombillos incandescentes con proyectos colosales actuales como por ejemplo Hidroituango.

Hoy basta con oprimir un interruptor para tener luz, acto tan natural como respirar. Pero esa modernidad estrenada en Medellín a finales del siglo XIX sigue siendo –127 años después– una deuda pendiente para comunidades enteras del departamento, donde la electricidad es todavía promesa en pleno siglo XXI.


La chispa inicial

Cada gesta tiene un punto de partida. Y esta, narrada por cronistas y preservada por historiadores, devuelve a la escena aquella Medellín de hace 127 años: un pueblo que se apagaba con la tarde, pero que también era una ciudad naciente de gentes obstinadas, las mismas que el ingeniero inglés Charles Hurter retrató con una frase que parece sentencia: “Cuando los antioqueños sufrían un contratiempo, así pareciera invencible, apretaban los dientes y trabajaban más duro”.

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A finales del siglo XIX Medellín tenía unos 40.000 habitantes. Seguía siendo una ciudad aislada por su ubicación entre montañas, pero el impulso de la economía empezaba a abrirle camino hacia la vida urbana y la proyectaba como una pequeña metrópoli en formación.

El periodista Libardo Ospina, en su libro Una vida, una lucha, una victoria, señala que hasta el final de ese siglo la ciudad permanecía casi a oscuras tras caer el sol: “El primer asomo de alumbrado fue más bien privado y consistía en velas que se hacían artesanalmente con el sebo de los animales sacrificados para el consumo. Estas eran usadas por la gente de más recursos económicos para alumbrar sus casas o sus caminatas antes de dedicarse a la oración cada noche”.

Según las crónicas y los historiadores, en 1851 fue creado el primer intento de alumbrado público para disipar las penumbras. Dos prohombres, don Canuto Toro y don Félix de Villa, impulsaron desde el Cabildo Municipal la puesta de faroles de mecha de lienzo —alimentados con sebo de res y después con aceite y petróleo— en cada uno de los rincones de la plaza principal y en las esquinas inmediatas del centro de la ciudad.



Cuenta Juan Carlos López Díez, en su artículo de 1998 Hágase La Luz, que desde 1885 las autoridades de la ciudad ya buscaban dotar de luz pública a la Bella Villa luego de que su uso comenzara a masificarse por el mundo tras el encendido de los primeros bombillos en 1877 en Cleveland, Estados Unidos.

Ese mismo año, el dirigente José A. Obregón solicitó al Concejo Municipal una concesión por 25 años para encargarse del alumbrado público de Medellín mediante un sistema que se abastecería con carbón de las minas de Angelópolis. El negocio no prosperó: Obregón incumplió y el contrato se vino abajo.

En 1886, el empresario Juan A. Zuleta presentó una propuesta semejante, pero el Cabildo la rechazó con un argumento revelador: no se podía dejar en manos de un particular un servicio público ni desaprovechar los avances que en ese campo ya alcanzaba el mundo.

Sin embargo, Zuleta dejó planteada una idea que sería decisiva en la historia eléctrica de Medellín: aprovechar como fuerza motriz el agua de la quebrada Santa Elena, captándola en el puente de La Toma, sin afectar el suministro del acueducto. Sin embargo, por los tejemanejes políticos y económicos de ese período, el asunto con los privados no tuvo luz verde.

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“No pocas fueron las propuestas, proyectos, compañías constituidas, pujas, repujas, presentaciones de pliegos, prórrogas, multas por incumplimiento, desaprobaciones del Ministerio de Fomento, y comisiones a Boston y Nueva York para conocer sus instalaciones eléctricas recién constituidas. Por diferentes razones, las iniciativas se veían en la imposibilidad de cumplir con lo ofrecido (...) Varios ingenieros europeos opinaban a principios de 1890 que una planta eléctrica en Medellín era ‘casi imposible de instalar’”, recordó López en su texto.

Por casi 10 años, mientras otras urbes del mundo lograban el anhelo de extender la vida más allá de la noche, en Medellín las luces de sebo, con sus lánguidas lenguas de fuego, seguían alimentando ese deseo fervoroso de tener luz en la penumbra.



En 1894, el Concejo Municipal —presidido entonces por el médico Tomás Quevedo Restrepo— concluyó que la llegada de la energía a Medellín solo sería posible mediante una alianza entre lo público y lo privado. La idea tomó forma el 30 de noviembre de 1895, cuando, mediante la escritura pública No. 1642 de la Notaría Segunda, se creó la Compañía Antioqueña de Instalaciones Eléctricas. Fue una sociedad tripartita en la que participaron el Departamento de Antioquia, el Municipio de Medellín y un grupo de inversionistas particulares cuyo costo llegaba a los $350.000 pesos de la época. Al frente de la nueva empresa fue designado el general Marceliano Vélez, considerado un hombre neutral y de confianza para la tarea.

La naciente compañía consideró dos alternativas para la construcción de la primera planta eléctrica: hacer una apenas suficiente para cumplir los compromisos adquiridos en el momento; o hacer una planta con el triple de capacidad: potencia de 900 caballos con caudal de 400 litros por segundo y caída de 200 metros.

Por fortuna se optó por lo segundo. Quedaba la compañía con el privilegio exclusivo para producir energía por cuarenta años, utilizando la quebrada Santa Elena, libre de impuestos y tanto el Departamento como el Municipio le garantizaban por 20 años un beneficio del 12%. Con semejantes condiciones, el negocio no podía fallar. Y dicho y hecho, en la primera Junta se ordenó traer la maquinaria desde Estados Unidos y a la vez se empezó el estudio de aguas de la Santa Elena y sus afluentes La Castro y La Santa Lucía, comentó López.

Mientras en Medellín se construía la acequia, la maquinaria –de las marcas General Electric y la icónica Pelton– emprendía un viaje que fue una verdadera odisea. Partió en barco desde Nueva York hasta Barranquilla; de allí descendió en planchón por el río Magdalena, siguió en tren hasta la cuesta de Pavas y continuó por camino real hacia San Roque, Santo Domingo y Barbosa. El tramo final lo hicieron mulas, bueyes y arrieros, hasta llegar por fin a Medellín. Infortunadamente se perdió la lista de los notables que financiaron la empresa, así como la fecha exacta en que la carga entró a la ciudad.

Lo que sí se sabe es que solo el transporte consumió la mitad del presupuesto del proyecto y tomó más de ocho meses. Con asesoría gringa y persistencia e inventiva paisa, las obras continuaron hasta su terminación en julio de 1898, punto culmen de esta historia.


Luz a pleno día

López rescató la crónica de ese glorioso día publicada por un autor desconocido en el desaparecido periódico El Aviso, que cuenta con grandes detalles lo ocurrido en ese histórico día:

“El jueves, 7 del presente mes, presenció Medellín uno de los acontecimientos más trascendentales para una ciudad: la instalación, o mejor dicho, el primer ensayo público del alumbrado eléctrico, atendiendo la petición del gobernador Dionisio Arango, quien había manifestado a la Asamblea Departamental que antes de su disolución la luz eléctrica alumbraría la ciudad”.

Según el cronista anónimo, ese día no hubo una sino dos inauguraciones del alumbrado público. La primera, por insólito que parezca, tuvo lugar a plena luz del día:

"La bendición de la planta eléctrica tuvo lugar el mismo día a las 2:00 p.m. y la impartió el obispo Pardo Vergara, en presencia del gobernador, el gerente de la Compañía Antioqueña de Instalaciones Eléctricas, el ingeniero en Jefe de la Compañía —el señor José María Zapata— y el Secretario de la misma, don Julio Uribe S., los miembros de la Asamblea y otros distinguidos caballeros que llegaron sin invitación especial”.



Terminada la ceremonia, y a la señal del ingeniero Zapata, su segundo al mando, José Dolores Sierra, accionó la válvula que ponía en marcha aquel intrincado sistema. Entonces empezó a girar un conjunto de ruedas, ejes, correas, dinamos y excitadores que, según la crónica periodística de la época, “funcionaban con la regularidad de un delicado cronómetro y con el poder de mil gigantes”.

Leído hoy parece un procedimiento simple, casi rutinario. Pero en realidad fue uno de los momentos más tensos en la historia ingenieril de Medellín: allí se jugaba el exorbitante rubro, pero también el resultado de años de esfuerzos, discusiones y sacrificios. Si todo fallaba, quedaría en ridículo un proyecto que había costado dinero, tiempo y prestigio.

La solemnidad de la ocasión no ocultaba los nervios: demás que más de uno apretaba los dientes, otros sudaban en silencio y no faltaban quienes, en voz baja, pedían a Dios el milagro de ver luz en pleno día.

“Pocos momentos después brillaba en aquel recinto la luz de sesenta focos de arco y de incandescencia, rivalizando con la luz del día que penetraba por las puertas y ventanas abiertas de par en par”, añadió el cronista, quien agregó que, luego de darse el “milagro”, la banda de música departamental entonó el himno nacional, a la vez que los semblantes de los notables se relajaban y la alegría y el entusiasmo afloraron en la casa de máquinas.

Hubo fiesta popular

La noticia del éxito se propagó con rapidez por toda la ciudad. Crónicas de la época hablan de “ríos de gente” que llegaron desde distintos barrios y sectores hasta el Parque de Berrío, donde a las 7:00 p.m. se encenderían ocho focos de 1.200 bujías cada uno. Allí, frente a la multitud expectante, se esperaba que la luz eléctrica, ese asunto desconocido, se volviera el prodigio de la ciencia que se atreviera a competir con la luna llena que ya asomaba entre nubes sobre Medellín.

“A esa hora reinó un silencio profundo en aquella inmensa multitud antes bulliciosa, se contaban con ansiedad las lentas campanadas del reloj público que anunciaban la llegada del momento solemne. De repente... ¡Fiat Lux! (hágase la luz) ... los ocho focos se iluminaron, como por obra de magia, con una luz resplandeciente y deslumbradora. Un grito unísono de entusiasmo brotó de más de miles de bocas. Aquél hurra repercutió por plazas y por calles volviéndose un brote de la alegría de aquel pueblo alborozado”.

Gracias al cronista anónimo, sabemos que la llegada de la luz eléctrica a Medellín se celebró con tañido de campanas en todas las iglesias y terminó en fiesta popular, con música, aguardiente, salvas al aire y hasta conato de pelea.

Unos trescientos “cachacos” organizaron una cabalgata improvisada en honor al ingeniero Zapata, celebración que quedó inmortalizada en un verso burlón: “Por festejar a Zapata que iluminó a nuestra tierra, hubo una gran cabalgata que terminó en cabal-perra”. El problema fue que los jinetes, en medio del entusiasmo, arremetían con sus caballos contra la multitud. No faltó el ofendido que, entre empujones, desenvainó la “barbera” dispuesto a armar riña.

Con el paso de los días, la luz emanada de 250 lámparas fue llegando a más sectores. De hecho, en su cuento Rafael, el escritor Efe Gómez dio esbozos de hasta dónde llegaba el alumbrado: “Rafael subió por la calle Colombia. En la esquina de los Moras tomó a la derecha. Siguió calle Ayacucho arriba (...). Extendíase delante de él una fila de focos hasta la avenida Buenos Aires”.

La luz no solo se extendió por Medellín, sino que alcanzó a otros municipios de Antioquia. Jericó y El Santuario encendieron sus primeras bombillas en la primera década del siglo XX, y con ellas también se propagó la célebre frase de Marañas, repetida de pueblo en pueblo como recuerdo de aquel estreno luminoso.

Pero también de esa jornada permanece vivo el discurso del general Marceliano Vélez, entonces al frente de la empresa eléctrica. Sus palabras siguen resonando más de un siglo después pues su enseñanza sigue vigente:

“Tenemos la luz eléctrica, la espléndida luz con que se alumbran hoy los pueblos ricos y civilizados, reflejándose en los blancos muros de la hermosa Medellín. Quiera Dios que la luz de la justicia también penetre en la conciencia de gobernantes y gobernados, para que tengamos esa paz digna que descansa en el respeto del derecho y libertades de los asociados, para que este gran pueblo antioqueño pueda desarrollar los grandes gérmenes de prosperidad que tiene en su seno

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