En estos días soleados de enero, vale la pena andar con la mirada alta por las calles de Medellín y del Valle de Aburrá, pues cientos de guayacanes han empezado a florecer. Al paisaje de cielo azul y sol brillante se suman las flores rosadas y amarillas, una postal que se asoma casi siempre dos veces al año: entre enero y febrero y entre junio y julio.
Las primeras postales de este año aparecieron en el sector del estadio, cerca a la estación del Metro. Ahí, un par de viejos guayacanes rosados, empezaron esta semana, como si para ellos también comenzara el año, esa buena y vieja de costumbre de embellecer todo a su al rededor.
Del ejemplo de ellos, en las próximas semanas seguirán cientos o miles más. “Es como si algunas especies se llamaran por teléfono y se dijeran: mañana hay que florecer”, escribieron al respecto en un artículo de la Universidad de Antioquia.
Entérese: El 38 % de todas las especies de árboles están en riesgo de extinción, según informe de la UICN en la COP16
Lo efímero es casi siempre una condición de lo asombroso: las flores de colores en el árbol se demoran hasta 15 años para aparecer por primera vez, después florecen y duran apenas entre 10 y 15 días brillando en las copas; luego aguantan otro poco en las calles y en los andenes, hasta que mueren de estripamiento y de admiración.
Sobre ellas, el escritor antioqueño Reinaldo Spitaletta escribió esto hace ya una década: “Es suave al tacto, como la piel de ciertas mascotas, o como la de un osito de felpa, que antes eran el deslumbramiento de chicos imaginativos. Su textura es grata a las manos y uno quisiera guardar alguna de ellas en el bolsillo, o llevársela a casa para introducirla en las páginas de un libro”.
El guayacán (de la familia Bignoniaceae), es originario de la zona intertropical de América y es común en buena parte del continente, desde México hasta Ecuador. De hecho, el amarillo es el árbol nacional de Venezuela —allá le dicen araguaney— desde 1948, y el rosado es el árbol nacional de El Salvador —allá le dicen maquilíshuat— desde 1939. En Colombia, además de Medellín, son populares en Barranquilla y en Cali. Son de tierra caliente como las hamacas. En el Bajo Cauca y en el Urabá antioqueño florecen como si los abonaran dos veces al mes.
Los guayacanes rosados y amarillos
El amarillo y el rosado son primos, más no hermanos. El primero es del género Handroanthus y el otro, Tabebuia rosea. La familia común se llama Bignoniaceae. Las condiciones genéticas de cada género son las que les asignan el color: el Handro es en honor al botánico brasileño Oswaldo Handro y anthus viene del latín chrysanthus que significa flores doradas. Tabebiua es un nombre de origen brasilero, donde también le dicen palo de arco, porque servía como materia prima para que los indígenas construyeran arcos. El rosea se entiende.
¿Cómo se produce el florecimiento de los guayacanes en Medellín?
El ingeniero forestal Mauricio Jaramillo, el hombre que parece saberlo todo de los árboles de este valle, explica que la floración de los guayacanes se debe principalmente a una respuesta al calor, la falta de agua y los rayos del sol.
Lea aquí: La importancia de las flores en Medellín y cinco que se pueden ver en todo el año
“Estos tres elementos combinados producen sensaciones de estrés en las plantas induciendo procesos metabólicos en dónde la planta enfoca sus procesos en función de la reproducción y como primera reacción se produce la floración, la cuál a partir de la polinización produce la semilla que es la estructura que garantizará la reproducción y supervivencia del árbol y de la especie”, agrega.
Eso quiere decir que las flores aparecen de la adversidad, de las condiciones más extremas. El guayacán bota su follaje y florece porque siente que él y el resto de los suyos se pueden morir ahogados, deshidratados. Como siente que muere, necesita flores y luego semillas para que el viento riegue por todas partes. La extravagancia y la belleza como antídoto a la extinción.
Jaramillo explica que el Valle de Aburrá no tiene las características idóneas de los ecosistemas originarios de estos árboles, pero alguna semilla tuvo que traer un ventarrón alguna vez y la especie pudo adaptarse de a poco. De allí que su presencia siempre ha resultado exótica, extraordinaria.
Por eso, a principios del siglo pasado, se empezaron a sembrar en la ciudad como adornos en parques, avenidas y barrios. Dice Jaramillo que el barrio El Prado fue el lugar en el espacio público donde se plantaron los primeros en todo el Valle de Aburrá. También, hace casi ya 100 años, se plantaron algunos en los al rededores del Parque de El Poblado.
Pero no solo los guayacanes se introdujeron a través de siembras masivas en el último siglo. También se hincaron urapanes, tulipanes africanos y falsos laureles. Entre 2008 y 2011, en la ciudad se plantaron cerca de 65.000 plantas entre árboles, arbustos y palmas.
Le puede interesar: Conozca las flores que llenan de colores a Medellín
Años antes, a mediados de la década de los 80, al ya jubilado Jorge Molina Moreno, quien fue presidente de Suramericana de Seguros, le encargaron la tarea de adornar la ciudad para la visita del Papa Juan Pablo II en 1986. Después de ese encargo, a Molina lo nombraron alcalde cívico y empezó a sembrar como si de él dependiera transformar este valle en bosque.
“Soñaba con una ciudad llena de mangos, de ciruelos; en Medellín hay un montón de jabuticabas, de achiotes, de ciruelas, de guayabas, de cerezos del gobernador, de nísperos, gracias a él. Por ese trabajo, el puente de Punto Cero lleva el nombre de mi padre, y también el corredor de la calle 10”, cuenta su hijo, el cocinero Álvaro Molina.