Mucho se dice que cerca de los cementerio de Antioquia hay una o varias cantinas –“La Última Lágrima”, “El Último Adiós” o “La Última ‘Estación’”–, ese mito se quiebra en Medellín, en uno de los camposantos más concurridos, donde lo que acompaña el último paso de los deudos del difunto es una frutería.
Pero ojo, estamos hablando de toda una institución en la ciudad, un negocio que por generaciones ha llevado a los paladares de los habitantes de estas montañas el sabor de las frutas propias del trópico. Estamos hablando de los famosos salpicones de Campos de Paz.
Pocos saben su nombre real, pues basta con decirle a cualquier taxista o conocido que lo lleve a uno a los salpicones de Campos de Paz, y hasta allá irá a dar uno. Aunque también hay otro nombre que a quien escribe estas líneas le resulta más tétrico, pero que, pronunciado con el cariño de la gente por el negocio, no se escucha tan horrible: Salpimuertos.
Pero sí, tienen nombre: Melón y Salpicón y Salón de Frutas Curuba, dos establecimientos que reúnen 50 años de historia y que salieron de la genial mente de una yarumaleña.La ida a los Salpimuertos después de ir al cementerio o de disfrutar de los aviones fue una tradición familiar dominical que tuvo su auge entre finales de los años 80 e inicios de los 90.
Y es que cómo no iba a ser exitoso un negocio que combinaba entre su clientela dos de los aspectos más contradictorios de la existencia. Por un lado, tenía como visitantes a quienes salían de Campos de Paz. Pero por el otro, a sus mesas también llegaban muertos de sed y rojos del calor quienes buscaban animar su vida con el improvisado espectáculo de ver aterrizar y despegar aviones desde la reja sur del aeropuerto Olaya Herrera.
La última cucharada
Todo tiene su final, es una verdad que cantó Héctor Lavoe, y tristemente el final de los salpicones de Campos de Paz llegó, pero no por malos manejos ni falta de clientela. Simplemente la culpa de todo la tiene el avance de la movilidad en la ciudad.Como el nuevo Metro de La 80 pasará por el sector, el negocio fue notificado de que debía ser desocupado desde este diciembre para permitir su construcción. En síntesis, y parafraseando a los abuelos, a los salpicones se los llevó el ensanche.
La noticia del adiós la dio el periodista Mauricio Palacio en el periódico popular Q’Hubo. “La historia de los famosos ‘salpimuertos’ llegará a su fin, pues con las obras del metro de la 80, todos los negocios que hay en ese costado de esa avenida deberán cerrar sus puertas para darle paso al progreso. Tienen que entregar el domingo, 30 de noviembre, terminando así un referente de ciudad, pero quedarán muchos recuerdos que pasaron por allí”, reseñó Palacio quien recogió la voz de Oswaldo Sánchez, uno de los trabajadores.
Este comentó que su salpicón tal vez fuera el mejor de la ciudad. “Acá siempre tenemos fruta fresca, siempre pico la fruta pensando en que es la que se quiere comer alguien de mi familia, porque los que vienen acá ya se vuelven parte de la familia y por eso les entregamos lo mejor”, apuntó.
La chaza del inicio
Quien cuenta la historia del origen del negocio, luego de ganarse la “rifa” para ser entrevistada por el impertinente periodista, es Érica Tobón. Ella es auxiliar contable y administradora de ambos negocios y desde hace 13 años labora allí.
Ella narró que el negocio surgió hace unos 50 años, es decir a mediados de 1975, cuando Campos de Paz llevaba apenas seis años de “inaugurado”.
La fundadora de tan insigne establecimiento es la señora Luz Marina Areiza, una yarumaleña berraca y echada para adelante de la que los trabajadores solo tienen palabras de agradecimiento y un cariño absoluto.Según Tobón, ella comenzó justo en la portería del camposanto con unas ventas de helados y cremas. Otros añaden que en esas épocas también se ofrecía frutas picadas en una chaza.
“Al principio ofrecía porciones de fruta, pero el secreto para crecer fue darles gusto a los clientes y agregar al menú los productos que ellos sugerían”, comentó un trabajador en una edición del periódico Gente Belén.
Gracias a su ingenio, y seguramente a su don de gentes, el negocio fue moviéndose hasta que Areiza empezó a ofrecer salpicones, delicioso postre ideal para calmar el calor y que combina diferentes variedades de frutas. El asunto se volvió un éxito y desde entonces doña Luz comenzó a involucrar a sus hijos y familiares en la venta.Con el paso del tiempo el puesto fue creciendo, y luego tras pasarse al frente –es decir su ubicación conocida luego de ser echados de la entrada de Campos de Paz– se volvió un kiosco donde recuerdan que los clientes se sentaban en cajas de gaseosa. Casi unos 40 años atrás, el tenderete se convirtió en un negocio con todas las de la ley, donde las copas de fino cristal resaltaban.“Este es el lugar donde ella acogió a muchos, donde nos dio empleo, donde les calmó el hambre a muchas personas, donde nos dio la oportunidad de crecer y de formamos a quienes vinimos a compartir con ella. Este lugar es el todo”, resumió Tobón.
El sabor del éxito
Si bien no está documentado, muy seguramente de este negocio es que habrá salido la invención del salpicón con helado y barquillos, todo un hit que se dispersó por la ciudad y que hoy es obligatorio si se quiere disfrutar de este postre con todas las de la ley.
Y es por su peculiar sabor que varía entre lo dulce y lo ácido, sin ser hostigante ni escandaloso, que ha cautivado clientela en más de cinco décadas. Todos nos rendimos a ese sabor porque también a su modo remite a ese sabor casero, sabor de abuela o de tía, sabor a vacaciones o a fiesta.
De todos los rincones de la ciudad, ricos y pobres, famosos y anónimos han pasado por sus mesas. Desde los futbolistas de las escuadras paisas, hasta vallenateros como Ismael Romero y Nelson Velázquez se han comido su salpicón. Hasta la famosa Karol G., ha sucumbido a ese placer.Hasta extranjeros de Estados Unidos y Alemania, que seguramente pagarían fortunas en sus países por deleitarse con un sabor similar, han llegado a este establecimiento que parecía abierto a toda hora.Y es que, según Tobón, el éxito de los salpicones que se ha perpetuado por medio siglo no es ningún secreto, es simplemente hacer todo con amor.
“El sabor es muy rico, pero no es que tenga ningún ingrediente secreto o misterio. Simplemente, las cosas hay que hacerlas en amor para que peguen. Yo aprendí eso de la señora Luz y de don Rodolfo, mi jefe. Atender con amor y hacer las cosas con amor es el éxito de un negocio”, detalló.
Y en eso tiene toda la razón, en este negocio uno se sentía como llegando al establecimiento de un familiar. Las meseras conversaban con los clientes veteranos, y la atención siempre se caracterizó por ser especial.
“Acá vienen muchos clientes que nos comentan que venían de jóvenes o de niños y ya vienen con los nietos. Una clienta, de 45 años, en estos días me contó que cuando tenía como seis años venía con la abuela a visitar la tumba del tío en Campos de Paz. Y que a la salida siempre le daban su salpicón y desde entonces ha seguido viniendo”, añadió la administradora.De hecho, según narraron los trabajadores, lo habitual es que la gente tras un entierro venga y se siente a comerse su postre. Imagen curiosa teniendo en cuenta que al negocio también llegan parejas de novios y hasta familias completas.
“Acá hay gente que sale triste de Campos de Paz con las cenizas de sus parientes. Llegan, ponen urna en la mesa, se secan las lágrimas, se comen su salpiconcito, lo disfrutan y ya charlando con sus familiares hasta una sonrisa les sale después de tanto dolor”, recordaron.
Largo ha sido el trayecto desde esa apertura al lado de las puertas de Campos de Paz y anécdotas e historias hay por montones. Por curioso que parezca, dada la ubicación del negocio, las de fantasmas más bien escasean. Así se lo comentó John Mario Areiza, hermano de doña María, en 1997 a este periódico. En esa época el establecimiento funcionaba las 24 horas y era una gran opción para los taxistas trasnochadores, y obviamente la pregunta obligada era el tema de los espantos, como la famosa muchacha que pedía un taxi en Campos de Paz para luego misteriosamente desaparecer.“Mucha gente me dice que, si no me da miedo estar aquí frente al cementerio, que los fantasmas que no sé qué cosas. Pero los muertos, muertos están y hay que tenerle es miedo a los vivos. El que se va, ya no vuelve”, añadió.
El adiós y las gracias
La noticia del cierre ha caído como un baldado de agua fría entre los comensales recurrentes y en muchos habitantes de la ciudad para los que la dupla Campos de Paz–Salpicones se creía tan indisoluble como la de Don Quijote y Sancho Panza, o la de Pimpinela, o si nos ponemos modernos la de W. y Yandel.
En vísperas del cierre el negocio seguía lleno como siempre, solo unos pocos clientes sabían del sino aciago que ya tenía sentenciado al negocio. Unos les preguntaban a los meseros, pasito, en voz baja, como si fuera un tema vedado.–Oiga, niña, y si es verdad que...Otros tras confirmar el suceso mostraban su tristeza y extendían un abrazo pesaroso a las meseras.–No, pero no se despida todavía, que el cierre es mañana. Comentó una de ellas acompañando la frase con una sonrisa triste.
Muchos adultos, niños y ancianos se comieron ese último fin de semana la última cucharada de salpicón, tal vez sin saber que posiblemente –al menos en el corto plazo– no volverían a sentir ese sabor familiar que estuvo vigente por 50 años.
“Esto siempre vive lleno. Mi Dios nunca nos ha dejado sin clientes. Nunca se ha ido de este lugar. Por venir tanto cliente, compartir con sus familias, comprar productos, y acompañarnos, esto hizo que a la jefa le fuera bien y nos diera empleo. A todas personas que han venido hay que agradecerles también porque sin ellos no estaríamos acá”, añadió Érica a nombre de los 15 trabajadores del establecimiento.
“La decisión es dura, pero bueno, ya lo que fue, fue. ¿Que si me da duro? Hombre... yo llevo 34 años trabajando aquí, quedé a puntico de la jubilación. Pero bueno. ya no hay vuelta de hoja. la vida sigue, hay que darle gracias a Dios”, comentó otro de los trabajadores haciendo ingentes esfuerzos por mantenerse firme pese a que sus ojos pesarosos daban cuenta del “guarapazo”.
Por ahora, no se sabe si se montará otra sede de los famosos salpicones, pues todo queda en manos de la familia propietaria. Ojalá que sí, pues la única certeza es que este manjar queda descontinuado.
También queda la duda de qué va a pasar con los trabajadores, con los otros colaboradores que dependían del negocio como los surtidores de fruta y hasta los “trapitos rojos” que ayudaban a parquear. Igualmente, queda en el aire el futuro de los atrevidos ciriríes que con su habitual alboroto esperaban algún generoso pedazo de banano de la frutera.
“¡Espere y verá que mi Dios no nos abandona y se vienen cosas más grandes!”, comentó animado el trabajador como si le hubiera leído la mente llena de dudas al impertinente periodista.Lo único cierto es que Medellín es una ciudad muy particular, en la que muchas veces el progreso cobra su cuota y que habitualmente la terminan pagando la historia y la nostalgia.