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China, historia de un gigante en manos comunistas

¿Cómo llegó al poder el Partido Comunista en China? ¿Cómo ha mantenido la legitimidad 72 años?

  • Los actos centrales de la celebración de los 100 años del Partido se dieron en la representativa plaza de Tiananmen o o plaza de la Puerta de la Paz Celestial, en Pekín, que representa un emblema para el sistema de gobierno del país. Foto EFE
    Los actos centrales de la celebración de los 100 años del Partido se dieron en la representativa plaza de Tiananmen o o plaza de la Puerta de la Paz Celestial, en Pekín, que representa un emblema para el sistema de gobierno del país. Foto EFE
21 de julio de 2021
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A Pu Yi la historia lo embaucó. Nacido para gobernar, asumió el trono del vasto imperio chino en 1909, cuando su mundo conocido se limitaba a las cuatro paredes de su palacio y su vida era apenas la perspectiva de una vida. De escasos tres años, concentrado acaso en el gobierno de su propio cuerpo, se convirtió en el último emperador de China. Despojado de cualquier posibilidad de gloria se tornó en el símbolo decadente de su civilización. Una que cayó con él.

“Los hombres que vivieron este período fueron testigos de algo así como el desmoronamiento de un mundo”, describe Lucien Bianco, historiador francés especializado en historia china, en Origins of the Chinese Revolution. Sobre los restos de ese mundo en caos se curtió la hoz y el martillo rojo que darían forma y origen a la China moderna.

“Cuando cae el sistema político imperial en 1912, el país entra en una profunda crisis espiritual e identitaria”, resume Camilo Defelipe Villa, docente de estudios de política exterior de Asia de la Pontificia Universidad Javeriana. Tras los muros de la Ciudad Prohibida en la que Pu Yi aún se creía emperador de un imperio, la República buscaba asentarse, liderada por Sun Yat-sen, de corte nacionalista y con ideas occidentales. Ese año, en 1912, el líder declaró lo que creyó era el inicio de la vida republicana.

No fue más que un llamado a la guerra. Formó un gobierno débil que apenas sobrevivió unos años más. En 1921 un grupo de intelectuales marxistas formó el Partido Comunista. “Pronto, en 1928, nacionalistas y comunistas se enfrentaron por el poder”, señala Defelipe. Mientras Occidente sufría la Gran Guerra, la Gran Depresión y el ascenso del fascismo y el nazismo en Europa, China se rompía como un lego.

Los chinos se refieren a su nación como Zhongguó, país o reino central o del medio. A la caída del imperio, del centro se desperdigó la periferia. Señores de la guerra despedazaron cualquier atisbo de estabilidad y China se sumergió en décadas de violencia. “En ese contexto, Japón invade la región china de Manchuria en 1931”, anota DeFelipe. El aún imperio del sol naciente arreció con ánimos expansionistas y su gigante y decaído vecino pareció una buena presa. Pu Yi era entonces un muchacho de 25 años.

Deambulaba, refugiado en opio, en Tianjin, donde los ambientes de los colonos franceses e ingleses consumieron la riqueza del pasado imperial que conservaba. Cansado, tal vez, de la poca lustrosa vida mortal, el decaído emperador aceptó encabezar el gobierno de Manchuria, uno de falsa independencia que los japoneses instalaron allí donde habían invadido. “Yo fui el causante de matanzas y baños de sangre”, reconocería en una entrevista varios años después.

Bajo su nuevo imperio, Japón procuró expandir su invasión al resto de China. “Lo que siguió fue una de las mayores tragedias humanas del siglo XX. La desarmada y empobrecida sociedad china, sin un Estado ni un Ejército que siquiera pudiesen intentar una defensa organizada, no pudo hacer frente al disciplinado y bien armado ejército japonés”, explican Pablo Brum y Guzmán Castro en La formación de la China contemporánea, artículo de investigación de la Universidad de Uruguay. Entre 10 y 20 millones de chinos murieron en esa empresa.

“Asesinaron, violaron, hicieron experimentos biológicos. Hubo masacres como la de Nankín en la que murieron miles de personas”, detalla Lina Luna, investigadora de la Universidad Externado, experta en China Contemporánea. Durante 14 años los japoneses lograron unir en un frente a nacionalistas y comunistas, que olvidaron por un momento sus diferencias y lucharon contra el invasor extranjero.

Dos bombas atómicas en 1945 hicieron pedazos el imperio japonés. Sin opción, los nipones abandonaron China, lo que permitió que comunistas y nacionalistas reiniciaran su conflicto. Tras cuatro años más de sangre, la eterna guerra civil china terminó. Un joven y comunista Mao Zedong (o Mao Tse Tung) proclamó entonces, en 1949, la Zhongguá Renmin Gonghegguó o República Popular: China “nunca más será una nación insultada”.

Legitimidad comunista

Pu Yi perdió por tercera y última vez su trono. Rechazado por los suyos, intentaba huir a Japón cuando un par de soldados soviéticos lo impidió y lo capturó, trasladándolo a Khavarovsk, en el extremo oriente de la entonces Unión Soviética. Desde allí no pudo presenciar el avance comunista.

“A partir de 1949, el Partido Comunista le regresó a China ese lugar de centralidad perdido. Unifican al país, tras más de 20 años de guerra civil, relegan a los nacionalistas, que se resguardan en Taiwán, y reconstruyen su centralidad”, señala Defelipe. Las heridas que desde la caída de Pu Yi despedazaban al país fueron cerrándose a marcha forzada. Los invasores extranjeros fueron expulsados y China intentó ser una de nuevo.

Mao Zedong se encumbró como líder único.

El mundo era un lugar donde no parecía haber más espacio que para la Unión Soviética o Estados Unidos, y los modelos que ambas defendían. “Cuando China se crea como república popular y socialista, habla de pueblo y también de democracia. Ellos se consideran una democracia, pero al estilo chino”, detalla Defelipe, “democracia y socialismo son conceptos abiertos a interpretación. No hay un modelo universal de ellos”.

El occidental no tenía grandes raíces en China, y el comunismo solo las tuvo cuando fue asimilado culturalmente. “El comunismo se fusionó con buena parte de las tradiciones milenarias” chinas, explica Enrique Fanjul, expresidente del Comité Empresarial Hispano-Chino en España, en Ocho claves para comprender el Partido Comunista Chino. “El sistema leninista del Partido encajaba muy bien en las tradiciones chinas de gobierno por una minoría centralizada y jerarquizada de personas específicamente preparadas para realizar las tareas de gobierno”. La idea de centralidad china no es solo una idea territorial, también de poder.

“Si los griegos hablaron del individualismo, los chinos, con Confucio, hablaron de la necesidad de la jerarquía y el orden en sus sociedades”, explica Defelipe, “caracterizadas por algo: el gobierno que ordena debe responder con resultados. Si no lo hace, los subalternos se pueden rebelar, ese es el pacto social”.

Uno que también tiene tensiones y que ha estado a punto de romperse en más de una ocasión. El “Gran Salto Adelante” fue una política que Mao Zedong implementó en 1958 con el fin de industrializar China. Colectivizó la tierra en todo el territorio y obligó a millones de campesinos a ingresar en granjas comunales donde la producción era planificada desde Beijing. El fracaso del sistema, que nunca logró ser eficiente, no solo fue un fracaso político. Entre 1958 y 1962 China vivió una de las peores hambrunas de su historia, en pleno siglo XX.

Entre 15 y 50 millones de personas murieron de hambre. El partido se dividió en dos facciones: maoístas y pragmáticos. A la muerte del líder, en 1976, los segundos lograron hacerse con el poder tras una lucha interna. Deng Xiaoping asumiría en 1978 un país unificado pero lejos del desarrollo y la modernidad. Tardó dos años en desmontar el comunismo ortodoxo y reformar el sistema. “No importa si el gato es blanco o negro, siempre y cuando cace ratones”, se atribuye que dijo, justificando la aparente incoherencia entre la liberalización parcial de la producción y del mercado que impulsó, con la teoría del socialismo.

A partir de allí, China se transformó rápidamente. Su PIB, de 30.000 millones de dólares en 1952, pasó a 15,42 billones de dólares en 2020. Desde 1978 más de 800 millones de personas han salido de la pobreza en el país, “un fenómeno incomparable en la historia de la humanidad”, afirmó en 2018 el entonces presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim. El país se ha convertido en las últimas décadas en el motor de la economía mundial y en uno de los mayores socios comercial de Occidente.

“Unidad y centralidad, resultados económicos y orden, eso ha sido la base de la legitimidad del Partido Comunista chino”, finaliza Defelipe. “Sólo el socialismo puede salvar a China”, declaró su líder actual, Xi Jinping, a inicios de julio. En el fondo, muchos pendientes: la reunificación de Taiwán y las tensiones con Hong Kong; la política con la etnia uigur, una de 55 minorías, y a quienes observadores de derechos humanos señalan como víctimas de un genocidio cultural.

Pu Yi regresó a China en 1950. Las autoridades comunistas lo recibieron y encerraron en una cárcel de Harbin, de donde salió, 10 años después, siendo un convencido del Partido. “El Gobierno actual es el mejor de toda la historia de China”, repitió en una entrevista a finales del siglo XX, tal vez como querían que hiciera. Antes de morir de cáncer en 1967 fue jardinero y archivista. Alcanzó a visitar como turista la Ciudad Prohibida, allí desde donde estaba destinado a reinar. El último emperador de China se pasó la vida obedeciendo: a nacionalistas, a japoneses, y en sus últimos años, como toda China, a comunistas.

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