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Fue un breve anuncio en la televisión estatal el que confirmó la muerte de Hosni Mubarak, el expresidente de Egipto, quien gobernó por tres décadas (1981-2011) a ese país del norte de África.
Problemas intestinales a su avanzada edad –91 años–, fueron los que al parecer vencieron al denominado dictador de la mano de hierro, quien gobernó siempre bajo el estado de emergencia, (algo que le permitió limitar toda actividad opositora), sobrevivió a por lo menos seis atentados en su contra, pero fue derrotado por la denominada Primavera Árabe en 2011.
Siempre estuvo entre el bien y el mal, fue considerado un héroe de guerra por el conflicto que libró Egipto con Israel (guerra árabe-israelí en 1973) cuando se desempeñaba como comandante de la Fuerza Aérea de su país, pero también un mandatario corrupto y el primero de ese país en ser detenido y encarcelado por la muerte de centenares de personas durante las revueltas de la Primavera Árabe.
Sin embargo, durante su régimen “la economía tuvo una tasa de crecimiento respetable”, matizó Mostafa Kamel el Sayyed, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo, quien precisó que su mandato estuvo marcado por “un cierto grado de libertad de expresión, con televisiones independientes y diarios opositores” que fueron autorizados por la presión de Estados Unidos, firme aliado del país.
Aunque combatió y dirigió decenas de ataques durante la guerra, Mubarak, ya como jefe de Estado, se apersonó de la transición que vivió el país luego del reconocimiento a Israel como estado por parte del entonces presidente Anuar el Sadat, asesinado en 1981. “Fueron momentos de mucha división y de problemas internos para Egipto”, afirma Mauricio Jaramillo Jassir, internacionalista de la Universidad del Rosario.
Este analista agrega que Hosni Mubarak también se “caracterizó por una lucha a brazo partido en contra del extremismo islámico con el que, por momentos, y de manera pragmática hizo algunas concesiones concretamente con la hermandad musulmana que fue como uno de sus enemigos más importantes, aunque esta hermandad terminó desempeñando un papel clave en la llamada Primavera Árabe”.
Fue, precisamente, entre 2010 y 2011 en que el dictador se convirtió, según Jaramillo, en el símbolo del establecimiento egipcio contra el que los jóvenes de la famosa plaza Tahrir se revelaba.
“Era el símbolo de ese establecimiento desgastado, anacrónico, inviable y por eso su caída. Acaba con un capitulo muy importante en la historia de Egipto y abre otro oscuro en términos democráticos, se perdió la oportunidad de que la primavera derivara en una transición hacia la democracia un poco porque las elecciones las gana la hermandad musulmana”, dijo el profesor.
La Primavera Árabe fue la principal razón de la salida de Mubarak del poder. Sin embargo, esa revuelta social no marcó el futuro para Egipto que actualmente vive un presente no muy diferente a lo que ocurría hace ocho años.
Jaramillo considera que una de la razón por la que esto ocurrió es porque nunca se canalizó correctamente el descontento de los jóvenes que propiciaron esa primavera. “Cuando se llamó a las elecciones posteriores al movimiento y las ganó la hermandad musulmana, no había suficiente voluntad política para permitir que cualquier alternativa que ganara las elecciones gobernara. Entonces, por no arriesgar el carácter laico de Egipto, se le despejó el camino para que los militares volvieran al poder. A los jóvenes, tanto la hermandad musulmana como los militares les arrebataron esa revolución”, explicó el académico.
Rafael Piñeros, docente de relaciones internacionales de la Universidad El Externado, coincide en que todo el movimiento generado por los jóvenes en la Primavera Árabe no fue canalizado por los partidos políticos. “Después del régimen, las disputas políticas no permitieron que se superara el momento que la ciudadanía forzó y que pedía cambios profundos en el sistema político y económico”.
Por su parte Carlos Humnerto Cascante, profesor de la Universidad Nacional de Costa Rica, explica que Egipto no logró desarrollar mecanismos de transformación tras la salida de Mubarak, por lo que no hubo una estabilidad política que permitiera una mejora en la economía.
“Esto fortalece la forma tradicional de control político de esos estados que es el autoritarismo y eso nos lleva a lo que hay ahora, que es lo mismo de cómo empezó todo”.