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Mi negro fin de semana en París, relato de una colombiana

  • La colombiana Loraine Lederman y su esposo en París. FOTO CORTESÍA
    La colombiana Loraine Lederman y su esposo en París. FOTO CORTESÍA
14 de noviembre de 2015
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Soy Loraine Lederman, una colombiana que ha vivido en Israel los últimos dos años. Tengo una familia: mi esposo e hijos. Soporto y combato la violencia todos los días de mi vida. No hay paz pero tengo trabajo y respiro todos los días. Escucho sirenas y entiendo que estoy en riesgo.

En mi hogar sabemos que gracias a “La Cúpula de Hierro”, el sistema que destruye misiles y drones en el aire, estamos más seguros, pero también sé que en la calle un palestino con ganas de venganza puede cortarme el cuello cualquier día y no hay sonido que pueda dar aviso de este peligro.

Durante mucho tiempo soñé con el viaje del amor: París. Y este fin de semana mi esposo y yo logramos dejar a los niños tranquilos y viajar a esta ciudad. Mis pies querían recorrerla: sus tiendas, sus museos... la calle era justo como lo veía en mis sueños. Anduvimos por los Campos Eliseos, el río Sena y llegamos a la torre Eiffel. Era de noche y su luz nos iluminaba.

Todo cambió allí mismo. Mis cantos de alegría se interrumpieron una y otra vez por las sirenas que se convirtieron en la ruidosa música de fondo de una “romántica noche”. Pensé que los franceses eran escandalosos hasta que noté que cada vez éramos más pocos ciudadanos sobre el asfalto; de repente, nos movíamos entre un río de policías y de ejército.

¡Esto no podía ser normal!, tomamos un taxi al hotel, que nos recibió con las puertas cerradas. Otra señal que no queríamos ver. Entonces una imagen nos dio más pistas: la calle era un cuadro en el que un hombre fumaba: ese era mi esposo. Más sirenas. No había más que hacer. Cuando tuvimos wi fi vimos las llamadas de familiares y amigos preocupados. No entendíamos todavía la razón. Prendimos el televisor y allí estaba la noticia. Las imágenes eran tan crudas que la sangre parecía salirse del aparato.

Una vez más, la guerra nos siguió. Y ahora no entiendo cómo es que en el metro de esta ciudad la fuerza pública no hace requisas o preguntas de seguridad. Hoy veo la calle otra vez habitada y con poco oficial. Yo, que vivo preparada para sobrevivir, no entiendo cómo los franceses vivirán ahora en paz. Después del 13 de noviembre es posible que las cosas cambien porque yo ya sé que el temor logra movilizar masas para garantizar la seguridad.

Solo espero que no se vuelva cada vez más difícil encontrar un lugar en el mundo donde un fin de semana para el amor no sea la excepción sino la regla. Y sí, una vez más estamos vivos para contarlo.

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