El mal presagio sobrevive flotando en el mar Caribe. La geografía de Haití parece abrazar al océano en dos tenazas abiertas. Puerto Príncipe alumbra en el centro de ellas como un faro que atrae desgracias. Una más ha tocado suelo. “A la 1:00 a.m. del 7 de julio, un grupo de personas no identificadas, que hablaban en español e inglés, asesinaron al presidente de la República Jovenel Moïse”.
Claude Joseph llamó después a la tranquilidad. “La situación de seguridad está bajo control”, se escuchó decir al primer ministro en radio pública. Su voz, liviana como un soplo de aire tropical, recorrió las calles de Puerto Príncipe.
“Habíamos entrado en los últimos meses en una situación de violencia a través de un protagonismo de pandillas armadas”, señala Edwin Paraison, excónsul de Haití en República Dominicana, vecina del país, “grupos que eran unos pro-gubernamentales y otros anti-gubernamentales venían escenificando violentos enfrentamientos”. Secuestros, masacres, asesinatos selectivos. Un asedio concentrado en las zonas más pobres y pobladas de la capital.
Más de 150 personas asesinadas y otras 200 secuestradas solo entre el 1° y el 30 de junio pasado en la zona metropolitana de Puerto Príncipe cifran la guerra, según el Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos (Cardh). “Se trata de una violencia vinculada a la situación política. Estamos hablando de grupos armados que, algunos, reciben un tipo de subvención del Estado”, señala Paraison. “Cuando esa subvención no llega, operan en la calle. Esa situación se agravó cuando uno de los jefes de las pandillas logró confederarlas”.
18,1 %
de participación tuvieron las elecciones en las que el fallecido presidente fue electo
El “G9 an Fanmi e Alye” (G9 y familia) nació a inicios de junio de 2020. Al menos nueve bandas de Puerto Príncipe se unieron alrededor de la figura de Jimmy Chérizier, alias “Barbecue”, y de un presunto apoyo del hoy asesinado presidente Moïse. El informe Killing with Impunity: State-Sanctioned Massacres in Haití, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard, publicado en abril de 2021, estudió el patrón de tres de los ataques más sangrientos entre 2018 y 2020, en los que murieron más de 200 civiles indefensos en Puerto Príncipe.
“Los ataques se dirigieron a civiles que residen en barrios empobrecidos en los que la oposición al gobierno es fuerte y las protestas antigubernamentales son comunes”, señala el informe y agrega que “cada uno de los atentados implica cierto grado de participación del Estado, desde funcionarios de alto nivel de la administración de Moïse, hasta funcionarios y recursos del PNH (Policía Nacional de Haití), lo que indica que los ataques de las bandas se están desplegando sistemáticamente como herramienta de represión política”.
“En ese marco de crisis política y de violencia, se da el asesinato de Moïse”, detalla Paraison, “un hecho desastroso que nadie quería, pero que al analizarlo con cabeza fría, está inscrito en un contexto político mucho más amplio y complejo”. Uno atravesado por protestas, casos de corrupción, denuncias de golpes de Estado, capturas políticas, inestabilidad y muerte.
Moïse en el poder
Haití torció la historia en algún respiro involuntario. En aquella isla la gloria anidó un tiempo, de la mano, en 1804, del grupo de esclavos que convirtió al país en la primera nación independiente de toda América Latina, que abolió la esclavitud cuando la idea ni siquiera rondaba las mentes de los continentales. Todo fue un suspiro. 100 años de debacle prosiguieron y la historia, que antes fue amable, se ensañó con los haitianos. Otra vez.
150
personas fueron asesinadas solo en junio en Puerto Príncipe, según el Cardh.
El de Moïse se convierte en el primer asesinato de un gobernante en funciones en América Latina desde el homicidio del chileno Salvador Allende, en 1973. El velo de los magnicidios suele ser más oscuro que el de la muerte cotidiana. Al presidente lo mató presuntamente un grupo de “mercenarios”, según señaló el embajador haitiano en Washington, Bocchit Edmond. Algunos de ellos, al parecer, capturados hacia las 6:00 p.m.
Hombres preparados que se hicieron pasar por agentes de la DEA (Administración de Control de Drogas de EE. UU.). En el ataque resultó herida de gravedad su esposa, Martine Moïse, quien fue trasladada a Miami en donde hasta el cierre de esta edición continuaba grave pero estable. La comunidad internacional en conjunto rechazó el hecho.
La misma que ya en vida, y tras años de apoyo, había comenzado a alejarse de Moïse. “No se entiende por qué la comunidad internacional mantuvo tanto tiempo el apoyo a Moïse”, señala Paraison, “aún cuando contaba con poco apoyo y era tan claro su tono cada vez más autoritario”.
A partir de septiembre de 2019 miles de personas salieron a protestar contra el Gobierno de Moïse. Pocos meses antes de la pandemia, Haití ya sufría un 70 % de desempleo y una inflación superior al 12 %.
Ya entonces el presidente tenía una impopularidad de casi el 70 % y una legitimidad cuestionada. “Una gran inestabilidad política alimentada por el desacuerdo de las élites por el término del mandato del jefe de Estado”, señala Miguel Gomis, director del Departamento de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. No estaba claro cuándo había iniciado su mandato y por lo tanto tampoco cuándo terminaba.
Hijo de un agricultor y de una costurera, Moïse se presentó a las elecciones de 2015, en las que fue el candidato más votado con el 32,76 % de los votos, poco más de 500.000 en un país con una población de once millones de habitantes (y un censo electoral de casi seis millones de personas). Pasó a una segunda vuelta presidencial que nunca llegó a realizarse. El Consejo Electoral Provisional (CEP) anuló en junio de 2016 los comicios de 2015 atendiendo un informe de la Comisión de Verificación que relataba fraudes en todo el sistema electoral.
Entre octubre de 2015 y noviembre de 2016, cuando se llevaron a cabo las nuevas votaciones, Haití permaneció sin presidente. Finalmente, Moïse se presentó de nuevo y terminó siendo electo con 590.927 votos en unas elecciones con una participación del 18,1 %.
Surgió entonces una interpretación distinta del mandato presidencial, que en Haití es de cinco años. Mientras para la oposición y para el Consejo Superior de Poder Judicial de Haití, el período de Moïse terminaba el 7 de febrero de 2021, él lo hacía un año después, en 2022. “Además, también hubo una interpretación distinta sobre lo que fue el ejercicio de su presidencia”, detalla Gomis, “Moïse llevaba todo un año sin contrapoder legislativo porque el Parlamento terminó su mandato y no hubo elecciones. Había una deriva autocrática que no se sabe bien si era voluntaria o inducida, pero que existía”.
Debido a las protestas contra su gobierno que se desataron en 2019 y a una espiral de violencia que ya cobraba para noviembre más de 40 vidas en el marco de las movilizaciones, según la ONU, el presidente suspendió las elecciones legislativas previstas para octubre de 2019. Tres meses después, y sin que hubiera nuevos legisladores elegidos, el Parlamento se disolvió. A partir de allí y hasta su muerte, Moïse gobernó por decreto.
Sin controles a sus deseos y aspiraciones. Convocó a elecciones presidenciales para septiembre de 2021 y a elecciones legislativas para octubre, en las que además de elegir por fin un Parlamento, proponía un referéndum en el que pretendía preguntarle a los haitianos sobre una polémica reforma constitucional. Si bien el remezón a la Constitución se estaba escribiendo aún, la oposición denunciaba que los cambios darían más poder a la figura presidencial, eliminando el Senado, una de las cámaras del Parlamento, que sería unicameral.
“Hay muchos países pequeños que tienen un sistema unicameral. Ese no fue el problema, el asunto es que la propia Constitución de Haití prohíbe que se le hagan cambios mediante referéndum”, detalla Gomis. El proceso de reforma era criticado por la ONU y la OEA, que lo señalaban de poco transparente.
Es probable que ya no se realice. Y esa probabilidad, por azarosa que aún es, es la única certeza que hoy parece tener Haití. El país salta de tragedia en tragedia como si su destino fuera estar enclavado, siempre, en la ruta de los desastres.
Como si su devenir político y social fuera un espejo de su ubicación geográfica, una que por simple azar está siempre en el camino de los huracanes y las tormentas tropicales. Sin presidente y sin Parlamento, el país tendrá que reanudar, una vez más, el esquivo camino de la estabilidad. Sobrevivir y tal vez superar al mal presagio que siempre parece cumplirse allí.