Era inevitable. Barack Obama está teniendo que enfrentar la más desgraciada herencia de la administración de George Bush: el miedo regado como peste entre la sociedad estadounidense y en especial entre la clase política, incluida la demócrata.
Por supuesto se trata de un miedo fundado en un acto de descomunal destrucción y terror: aquella mañana del 11 de septiembre de 2001, cruzada por aviones convertidos en cohetes devastadores.
Son entendibles el dolor, el resentimiento y el temor de una sociedad golpeada de manera tan brutal e indiscriminada. Pero las fórmulas de control y respuesta al terrorismo fueron igualmente desbordadas: ocupaciones de tierra arrasada en Afganistán e Irak, desmanes humillantes en Abu Ghraib y un moderno campo de concentración y tortura, sin Dios ni Ley: Guantánamo.
Presos hundidos en celdas que por su tamaño apenas son aptas para perros. Palizas con fracturas múltiples (incluso a niños y ancianos) sin tratamiento médico y la desaparición de los detenidos para el mundo del derecho y de las leyes estatales e internacionales. Algo que suena a venganza, no a justicia. Una medicina peor que la enfermedad.
Obama quiere acabar con esa nueva deshonra histórica para la humanidad y para Estados Unidos. Pero sabe de la obstinación de los republicanos más virulentos en alimentar un miedo que le cae de perlas al discurso norteamericano pistolero e imperialista.
"No nos beneficiará en absoluto el argumento del miedo que aparece cada vez que analizamos el tema (de Guantánamo)", ha dicho Obama. Un caso que para él es "un embrollo" que nació de la política de Bush de tomar decisiones apoyadas en el miedo y en la falta de visión de futuro, sustentadas por datos manipulados para ajustarlos a "predisposiciones ideológicas".
Guantánamo es insostenible y Obama mantiene la determinación de trasladar a otros países y a Estados Unidos los 240 prisioneros recluidos aún allí. Pero la opinión norteamericana está dividida: 48 por ciento dice NO y otro 48 por ciento dice SÍ. Según el Pentágono, hay razones de peso para que el temor se mantenga: 75 de los 534 prisioneros de Guantánamo liberados hasta ahora retomaron sus actividades terroristas y el director del FBI, Robert Muller, asegura que el traslado de los 50 reos más peligrosos a E.U. implica "graves riesgos".
Pero Obama señala la dirección adecuada para solucionar el problema: desmontar una cárcel sin control, parar las torturas y procurarles un juicio por lo menos limpio a los detenidos, terroristas o no. Además, sabe que lo fundamental es acabar con una prisión que es "el máximo exponente de toda la arquitectura ilegal levantada por Bush". Entiende que Guantánamo es una enorme mancha sobre la reputación del país que él quiere acercar al mundo con mayor autoridad moral y menos intimidación militar.
Obama no quiere un E.U. lleno de miedo, una nación tan paranoica que solo puede aceptarse, a sí misma, sobre el sometimiento de las otras. Con el pensador Bertrand Russell uno podría decir que Obama entiende que no puede extenderse más "una verdad invariable". En este caso, la de Bush y sus castas: que hay un 'eje del mal', islámico y armado con hierros nucleares. ¡Qué miedo, pero de Bush!
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