A veces pensamos que el mundo depende de grandes decisiones, de hechos relevantes que sientan precedentes imborrables en la historia. Que para poder cambiar un país se necesita que todos pensemos igual.
Se puede hacer país "desde cualquier trinchera" como dijo alguien con poder hace unos días. Desde lo cotidiano, pensando que no siempre el bien propio debe primar sobre el bien común, que una buena obra por pequeña que sea le puede dar una importante lección de vida al beneficiado, llevándolo tal vez a cambiar un poco ese pensamiento egoísta en el que inevitablemente caemos los seres humanos.
Es relevante incentivar estas "pequeñas cosas" en las generaciones venideras, mostrarles a los niños que con el simple hecho de botar la basura donde se debe y no donde primero se les ocurra contribuyen enormemente al cuidado de la tierra, que si cada uno de ellos les da el trato adecuado a sus maestros y a sus compañeros, lo más probable es que sea tratado de la misma manera.
No quiero citar frases que ya resultan ser "de cajón" pero ¿cómo se enaltecería usted al saber que consiguió un empleo por mérito y no por palanca. O usted, señor conductor, al darle el paso al peatón que se va mojando por la vía, o el joven de veinte años que le cedió su puesto a la señora de setenta? Será que es posible hacer "la revolución de las pequeñas cosas". Claro que sí.
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