El primer abrazo es de un mono araña. Saca sus manos largas por la reja, le rodea la cabeza con fuerza, pero con ternura. Es tanto (cómo decirlo sin que suene muy animal) el cariño que intenta abrazarla también con sus patas, pero solo saca la izquierda, porque la derecha se la cortó sin piedad (cómo decirlo sin que suene muy animal) un ser humano.
"¿Quién es mi niño?, salude a la mamá que lo quiere". Le habla como si fuera un bebé Ana Julia Torres. Es en serio, es la mamá, quien lo alimenta, lo mima y lo abraza.
Lo abraza a él, un pobre mono araña sin destino que la Policía Ambiental de Cali trajo mutilado y a punto de morir hace algunos años y se lo entregó a Ana Julia para que lo tuviera (o mejor dicho, para que lo salvara), en Villa Lorena, el refugio más feliz de los animales más desafortunados.
"Eso sí, refugio", me aclara Ana Julia. "Esto no es un zoológico. Allá los tienen para que la gente los vea y se diviertan. Aquí están para que sean felices, para que estén tranquilos y nadie los moleste, por eso Villa Lorena no está abierto al público".
Mejor, porque en este recorrido que apenas empiezo, me encontraré con los animales más feroces del reino animal (leones, tigres, caimanes, pumas, serpientes, águilas) salvajamente mutilados, destrozados, golpeados y abusados sexualmente por la más civilizada de las especies: el hombre.
"Aquí, en Villa Lorena, la más brava soy yo", no sé si me advierte o me cuestiona. Lo único es que desde ya siento vergüenza ajena.
Villa Lorena
Ana Julia Torres es una mujer especial. No solo porque haya sacado de su propio sueldo de educadora los recursos para construir un refugio silvestre de dos cuadras en el barrio Floralia (al norte de Cali), darle comida a 800 animales de 30 especies distintas y salvarlos de las aberraciones sin misericordia que le inflige el hombre.
Ana Julia es especial por el cariño que les brinda. El segundo abrazo del recorrido, que tiene como fondo el principio de un bello atardecer vallecaucano, es un bebé de mono aullador.
"Era de una niña, que lo había comprado por ahí", explica Ana Julia, con toda la propiedad del caso. "Para cazarlos, hay que matar a la mamá. Este es huerfanito".
Y remata: "Los únicos animales que uno debe tener en la casa son el perro y el gato".
Pero ¿cuál es el origen de este abuso? En muchos casos, es el tráfico de fauna. Así como se puede conseguir un oso perezoso por 50 mil pesos en algunas carreteras a la Costa Atlántica, también se puede comprar la piel de un leopardo siberiano en 240 millones de pesos.
En el mundo, el negocio de contrabando mueve alrededor de 10.000 millones de dólares y es la segunda amenaza mundial para las especies.
Lo más canalla es la forma animal (cómo decirlo de otra manera) como los traficantes hacen sus negocios. En enero de 2007, la Policía Ambiental de Cali decomisó un cargamento de cinco flamingos rosados que venían empacados en una maleta de viajero.
"Los durmieron, los doblaron y los metieron en la maleta, para venderlos aquí en Cali", dice, con toda la indignación del mundo, Ana Julia.
Esos flamingos, rosados otra vez, están en Villa Lorena. También a un garzón soldado le pasó lo mismo, pero su compañero de tráfico no sobrevivió al viaje. Y a un grupo de loras que fueron dormidas y empaquetadas en un tubo de PVC, una detrás de la otra, para evitar la requisa de los agentes.
Todas estas víctimas de la estupidez y la ambición humana, están disfrutando de una buena vida en Villa Lorena y del amor de Ana Julia.
Júpiter y los circos
Mientras se acerca a la jaula de Yuko, el chimpancé, los rugidos de un león retumban en el refugio.
"Ya voy bebé, ya voy", le grita. El león se emociona más.
Para Ana Julia, los principales enemigos de los animales son los circos. La mayoría de los felinos que tiene en Villa Lorena, son traídos de los circos. Yuko también llegó para ser salvado de las garras circenses.
Cuando la ve, Yuko corre de un lado para otro, le habla, como solo ella puede entenderlo, pero apenas nos ve, a los extraños, deja de jugar, pone una expresión de total odio para lo que ande como un ser humano.
"Lo trajeron de un circo, donde lo tenían en una jaula de uno por dos metros, le pegaban, lo maltrataban. Odia los hombres, a la única que quiere es a mí", dice mientras intenta convencerlo que somos gente buena. Pero él no cree en cuentos y nos lanza un mango entero.
La quieren, porque ella los adora. El espectáculo que sigue es sobrecogedor. El león que vibraba de emoción con solo sentir su presencia, es un felino gigantesco de cuatro metros de largo, melena abundante, que tranquilamente se lo puede comer a uno en una sentada.
Pero mientras más se acerca Ana Julia, más gatico doméstico se vuelve. Apenas está frente a la jaula, Júpiter, como lo bautizaron hace 10 años, se acuesta y se voltea para que ella le sobe la barriga. Como un niño chiquito.
"¿Quién es mi nené, ah?", le dice mientras Júpiter, que no ronronea, ruge tiernamente.
A continuación, Ana Julia se incorpora, le señala la parte alta de la jaula y como el mono araña del inicio, Júpiter saca sus garras de león de la sabana africana por la reja, le rodea la cabeza y la besa con pasión, mientras Ana Julia se desvive en mimos, cariños, arrunches. Como lo lee, la besa un león con todo el amor del mundo.
Júpiter, como los otros tres leones y ocho tigres, llegaron porque eran abusados y maltratados en los circos que llegan de gira a Cali. Los recursos para que los animales estén animados y "funcionen" como artistas de circos van desde los famosos latigazos de los domadores, hasta drogas y plataformas con impulsos eléctricos.
Finalmente, Ana Julia me lleva ante el muro del horror. En él están las fotografías de los animales en el estado en que llegaron a Villa Lorena. Es insoportable: una yegua preñada, incinerada porque ya no servía, un caballo degollado, un loro con el ano desflorado, un tigrillo con las dos patas cortadas, un mono con el rostro destrozado a golpes.
"No es justo lo que hacen algunas personas", dice Ana Julia conmocionada. "La gente debe tomar conciencia que los animales hay que cuidarlos, no son mascotas, no son sacos de boxeo".
Una cálida brisa con el último respiro de la tarde se mete por los rincones de este paraíso para animales tristes, pero que tuvieron una segunda oportunidad sobre la tierra, gracias a la misericordia de Ana Julia Torres.
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