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Una hoja en blanco siempre es un desafío tremendo, un desafío que me gusta porque me reta a contar historias, y en esta ocasión me invitan generosamente a hablar de manera extensa sobre la experiencia de unos cuantos, que desde el arte se entregan a la vida.
Mi propósito nunca ha sido individual, así que aprovecho esta increíble oportunidad que me brinda EL COLOMBIANO para hablar de la sensibilidad de nuestra gente, de los sonidos que nacen en Medellín y que han hecho que los ojos del mundo miren a nuestra gente dotada con un talento excepcional, sin importar si nos apoyamos en la experiencia, en la educación, unos cuantos en la búsqueda de la identidad y muchos más como yo, inspirados en el amor que le profesamos a su majestad LA MÚSICA.
La inmortalidad del sentir antioqueño resuena en mi alma. Me siento comprometido y feliz de ser un multiplicador de mi cultura, de una tradición de poetas y músicos que se convirtieron en héroes empuñando un lápiz, creando futuro y evacuando frustraciones por medio de palabras, de educación, abrazando la innovación, la creatividad que sirvieron para encajar en generaciones y estilos diferentes, en rutas y distritos que conforman mi tierra paisa.
Me cala en los huesos cada abrazo que nos damos y revivo cada canción que, recuerdo, nos llegaba como el mejor de los regalos desde Chile, Venezuela o Argentina, yo crecí oyendo pop, tengo presentes a artistas como Ricardo Montaner, Andrés Cepeda, Alberto Plaza, mis papás los escuchaban en el carro cuando íbamos de paseo, esos sonidos los reconozco en mí y en esas grandes figuras que hoy nos representan ante el mundo. En homenaje a ellos vamos a recorrer nuestra musicalidad para identificar a quienes se echaron al hombro ese género que regresa más fuerte que nunca.
Los pueblos gritan, Colombia canta para vivir, para entender, para aceptar y para luchar. Nos hemos abrazado mil veces para acompañarnos y entender que el camino es largo y que los sonidos de nuestra patria van a contar la historia, esa que está entrelazada estrechamente con nuestros hermanos venezolanos, y literalmente me refiero a mis hermanos, amigos con los que crecí soñando con visitar esa tierra maravillosa que hoy tiene una esperanza en la que nos refugiamos los que creemos en la democracia, en el trabajo, los que entendemos que no hay fronteras sino lazos irrompibles entre toda Latinoamérica.
Cierro esta carta de ¨editor¨ con las ganas de que nos unamos en torno a nuestra cultura y con el respeto profundo hacia todas las representaciones culturales que siguen construyendo un país que cree en la ayuda, las causas sociales, la unión y la paz.
Con todo mi amor a los lectores, a nuestra gente y su corazón noble.
Sebastián.