Ha vivido tantas aventuras en el mundo de los motores que no se necesitan tazas sino termos de café y muchos días para poder escucharlas y disfrutarlas.
Dice que para el desafío que se le avecina lleva preparándose, en lo mental y físico, buen tiempo. No le gusta dar pasos al azar, pues es consciente de que vivirá un riesgo.
En su equipaje cada herramienta es valiosa. Sobresale la brújula y el mapa que lo percatan de ir por el camino correcto. Y aunque no usa sombrero, sino casco, se podría decir que Juan Manuel Linares es todo un Indiana Jones.
Su habilidad, destreza e inteligencia le dan la valentía de adentrarse a un terreno desconocido y del que pocos tienen la fortuna de salir por sí mismos y sí con la ayuda de otros.
A las dunas del desierto argentino y boliviano, este osado piloto vuelve para medírsele al reto de enfrentar un Rally Dakar, la carrera de motores más salvaje del mundo en la que es el colombiano con más presentaciones. En enero cumplirá la sexta y para mantenerse firme en la prueba habla de dos razones: primero afirma que no encara la competencia como una pelea, sino como un reto personal, y segundo, le da crédito a la empresa privada que lo apoya.
“Este proyecto, gracias a los patrocinadores (DHL y Lenovo) lo montamos a 15 años. Para los primeros cinco la idea era competir en autos, para los siguientes en camiones -categoría que inicia ahora- y para los restantes en motos, la cual ya compré”.
Buena memoria
Linares aún mantiene el alma de un hombre joven. A sus 46 años de edad, posee el ímpetu, la fuerza y la energía para enfrentar esta arriesgada carrera. Confiesa que le tiene respeto al Dakar, y ahora más montado en un camión.
El piloto del equipo Café de Colombia recuerda cada detalle de los rallys disputados.
No olvida que en su primera presentación, en 2011 con Camilo Perdomo, casi se mueren del susto por la gran bajada de Iquique (Chile) y que por fallas mecánicas no llegaron a la meta, algo que se repitió en los dos años siguientes.
En 2012, con Andrés Campuzano, el carro estuvo a punto de incendiarse luego de que el tanque de gasolina se rompiera al ser golpeado por una piedra. “El accidente hubiera sido fatal”, rememora.
En 2013, con Campuzano, se les rompió una manguera del radiador y el motor se quedó sin lubricación.
Al año siguiente, al lado del francés Frank Maldonado, sintió tocar el cielo con las manos al poder terminar su primer Dakar; y en este 2015, en compañía de Daniel Pereira, volvió a sonreír al llegar a la meta, pese a que estuvieron perdidos 5 horas en El Salar de Uyuni, en Bolivia, el mayor desierto de sal continuo y alto del mundo.
“Angustia, nervios, muchos sentimientos pasan por la mente de uno al estar en esa situación, eso sí, siempre con la fe de que nada malo nos fuera a pasar”, expresa Linares, que con Pereira fueron remolcados por un carro de la organización para terminar la competencia. “Igual al Dakar no hay nada, por eso el mayor triunfo es llegar a la meta y eso es algo indescriptible”.
Ahora va por otra alegría. “Esta carrera se debe respetar antes de correrla. Hay que prepararse bien, alistar como se debe el equipo y el vehículo”, concluyó este administrador de empresas, enamorado de los vehículos y apasionado por los retos que muy pocos se atreven a encarar .
7
años tenía Linares cuando comenzó en el mundo de los motores, manejaba karts.