Desde que empezó a dibujar, cuando era apenas un niño, Óscar Jaramillo se interesó por retratar lo cotidiano de la vida que ante la rutina se vuelve insignificante, desatendida, pero que a los ojos de Óscar resultó absolutamente reveladora, pues en sus trazos se evidencia el carácter de una sociedad que estaba empezando a transformarse.
“Se ponía a dibujar y nos sacaba la mafia criolla: se largaba a encontrar aquellos rostros de las grandes madrugadas y les ponía todo el color de la noche, todas las vísperas del crimen y la soledad, todos los amargos resplandores de la derrota. Recuerdo cuando lo veía junto a gestos resignados en salas de prostíbulo, cuando en los cafés grababa en su retina un movimiento detenido, una mirada quieta, un ademán al borde de la puñalada; cuando en la calle estudiaba el paso de la gente, y de paso a sus ojos y de sus ojos al papel o a lienzo”, escribió de él y de su trabajo, Manuel Mejía Vallejo.
Óscar dibujó la noche, la calle y los bares, y extrajo de ahí los grandes protagonistas de su obra para poner en primer plano los problemas y las angustias de una ciudad que crecía aceleradamente. Dibujó de memoria y al revés, observando detenidamente los personajes que luego, borrando el fondo negro y profundo del papel, hacía aparecer. Lo suyo, más que dibujar fue develar el carácter de esa ciudad que pasó del café a la cocaína y de la austeridad al derroche.
En su obra quedó guardada una ciudad que ya no existe, y en sus enseñanzas la convicción de que el arte y la independencia no son negociables. Para recorrer más de 50 años de trayectoria –que lo han llevado a ser considerado uno de los mejores y más influyentes dibujantes de la historia del arte del país–, EL COLOMBIANO habló con él.
¿Cuando empezó a dibujar?
“Desde que tengo uso de razón. Siempre fui muy mal estudiante porque siempre estaba dibujando y nunca paré. Del último colegio que me echaron entré de una vez a la de Antioquia y casi que sin el primer cuadro ya hicimos la primera exposición de esta generación mía”.
¿Por qué lo echaban? Por dibujar...
“Porque me dedicaba a dibujar y era deportista. Soy muy obsesivo con las cosas que me gustan, entonces le dedicaba todo el tiempo a eso. No estudiaba ni nada y a medida que iba creciendo ya ni iba a clase. Fui campeón de tenis de mesa, entonces los colegios me alcahueteaban hasta cierto punto para que los representara, pero hubo un momento en que no tenía sentido y entonces ahí sí empecé a parrandear”.
¿Y qué se fue a hacer en la Uniersidad de Antioquia...?
“Al Instituto de Artes Plásticas. No en la carrera, sino en extensión. Iba una vez a la semana, tres horas, con un profesor de dibujo que era acuarelista, por eso tampoco duré mucho, porque como había dibujado desde niño ya era más o menos buen dibujante y como el profesor no era un dibujante, a la larga pues... Suena muy mal, pero yo era mejor que el profesor entonces no tenía sentido meterme ahí”.
¿Y entonces...?
“Ahí a dos cuadras del Paraninfo, donde estaba el instituto, vivía Javier Restrepo. Una vez entró y ahí se armó todo, como era tan vecino nos visitaba con mucha frecuencia y alrededor de él nos congregamos los que después fuimos “los once antioqueños”, que fue un grupo de amigos. No nació ni del arte, ni de propuestas... Él venía de la Universidad Nacional de Bogotá, ya tenía como tres semestres, hijo de educador y muy buen maestro y conocía el oficio de verdad. Nosotros todo era inventado, ninguno había tenido profesores, entonces él más o menos sin quererlo nos fue dirigiendo y aportando”.
¿Y ahí con ellos empieza la parranda...?
“Del Paraninfo ya bajamos al Festín, que era una cafetería en La Playa, llegamos a Versalles y ahí ya sí era la fiesta y uno se fue metiendo en esa bohemia. Y casi inmediatamente conocimos el grupo de escritores viejos, Manuel Mejía Vallejo, Alberto Aguirre, Elkin Restrepo, Darío Ruíz, que era una maravilla ese grupo y entonces ya sí se volvió casi que regular la salida, no tanto a parrandear sino a tomarse un trago y a oír cuentos”.
¿Cómo se empezó a interesar por esos personajes de la noche...?
“A medida que llegué a las cantinas. Yo hubiera querido estudiar pintura, pero no había con quién, entonces me tocó inventar la técnica. Tampoco podía pedir una foto a esas personas, no dejaban, eso era muy agresivo. No había mafiosos pero estaba generándose ya ese mundo. Había bandidos como de películas norteamericanas, ellos se disfrazaban, eran muy faranduleros, había unas maravillas de pintas, uno que se vestía de verde con carro verde, como los bandidos de películas. Y esos bandidos pasaron a ser contrabandistas y de los contrabandistas ya viene el narcotráfico”.
En sus dibujos sobrevive una Medellín que se extinguió...
“Lástima porque no hubo quién lo escribiera. Todas las historias se van perdiendo, no hay historia del arte antioqueño. Uno sabe porque estuvo en eso, pero la gente no sabe y no está escrito, entonces es muy extraño, entre otras porque a la gente no le interesa el arte, por ejemplo”.
¿Cómo recuerda esa época?
“Era una belleza, estuvimos en lo que llaman bajos mundos todo el tiempo y todo el mundo. Estaba el alcalde y estábamos nosotros, estaban los bandidos, las modelos y estábamos revueltos, entonces era una maravilla. El antioqueño sí ha sido muy dicharachero, conversador, entonces fue rico y único, eso no se vuelve a vivir y eso es lo cruel de que no haya nada escrito sobre el asunto”.
¿Qué era lo que le llamaba la atención de los sitios, lo que terminaba dibujando?
“Lo que pasa es que la luz es muy distinta en esos sitios. A uno le tocaba ver lo que le quedó al frente, entonces el dibujo era más bien como un collage de imágenes que me quedaban de la noche. Ellos como eran muy malos, entonces ponían cara de malos, eran como muy teatrales, entonces recordaba una cosa y le ponía la boca que quisiera. Cuando uno sabe dibujar uno no arma la cara sin ningún modelo...”.
Usted dibujaba era el carácter...
“Mucho, sí. Y lo dramatizaba un poquito o enfatizaba una cosa fea, era a mi libre interpretación, no era un retrato, no le debía a nadie, ni un parecido ni nada”.
¿Qué pasó con la parranda cuando empezó la violencia?
“Desapareció. La noche en la calle, ustedes y muchas generaciones no tuvieron eso, casi que desde el 80 hasta el 2000 eso se borró, entonces uno se veía con los amigos, pero ya en las casas, no había casi bares”.
Y entonces que se puso a dibujar...
“Me quedé sin tema y eso se nota en el trabajo, ya hay mujeres bonitas y tranquilas, otras cosas y bajó mucho la producción”.
Pero de alguna manera fue una buena época, los narcos se interesaron mucho en el arte...
“Sí, para nosotros sí, porque no dependía del carácter del antioqueño, sino de las circunstancias. Llegan las bienales y despiertan a los empresarios y hubo un comercio con ellos muy grande. La mitad de mis ediciones fueron para empresas y fuera de eso simultáneamente aparecieron los mafiosos que también llegaron a comprar porque eso da estatus. Mi generación vendió mucho, mejor dicho todo, en esos 10 o 20 años y volvió la modorra. En este momento a los muchachos los salva Internet”.
¿Por qué cree que eso pasa? Ese desinterés en el arte...
“Eso es el antioqueño. Bogotá tiene comercio, Barranquilla tiene mucho comercio, Cali es un poco parecido a esto, pero es más bien el antioqueño, no le gusta”.
No le encuentra valor al arte...
“Ni hay como inculcárselo. Yo no haría ese esfuerzo de que cambien, no tienen por qué, a ellos les gustan otras cosas, nos gusta el chicharrón. Forzar eso es imposible, naturalmente no está en uno. Lo que sí pasa, por ejemplo, en la literatura, hay mucho evento, mucho apoyo, muchas becas, muchas cosas”.
Luego viene su etapa como maestro...
“Todo ha sido forzado por las circunstancias. El auge del grabado se acabó más o menos en el 2000 y a mí me dio un cáncer de pulmón, entonces ya uno se muere y los intereses son otros. Y me empezó la degeneración macular (ocular), entonces ya veía borroso. Pero a mí no me gusta quedarme quieto y me gusta mucho enseñar, que los alumnos aprendan”.
¿Qué diferencia encontró entre su generación y sus intereses y la de sus alumnos...?
“Ellos tenían prohibido dibujar. Todavía en las universidades de Medellín eso se ve, los profesores casi que prohiben el dibujo que porque eso ya está hecho, entonces los míos eran gente que nunca había podido, pero que había sido hábil y siempre relacionaba el arte con el dibujo. A mí me llamaron de Bellas Artes y la de Antioquia justo para eso, para recuperar el dibujo, entonces llegó gente de todas partes a mis cursos. Y de ahí salieron todos esos muchachitos que son una mano de genios que simplemente estaban ahí, sin quien les enseñara... Ni siquiera que les enseñaran, sino que no tuvieran miedo ni pena de dibujar”.
¿Ese fue su papel como maestro, devolverles la confianza para dibujar...?
“Es que estaban muertos de susto de que llegara un profesor a decir que eso no. Conmigo aprovecharon y salieron dibujando, no es que yo les enseñara, era el solo hecho de poder dibujar. Finalmente ganaron la pelea y ya van mejor que los profesores, tienen espacios, invitaciones. Mientras los egresados de las universidades se van a la docencia ellos se siguieron por lo que iban, al arte”.
¿Usted cómo fue desarrollando su técnica?
“Cuando entre comillas me dediqué al arte empecé con cosas a color. Tenía 19 o 20 años y me tocó en la época de arte pop y Javier Restrepo era pop, pero a mí me interesaba la atmósfera, entonces empecé a difuminar. Buscaba la noche, entonces fue de a poquito... No fue una investigación de oficio, aunque desde el comienzo ya tenía encargos, por ejemplo Darío Ruiz en alguna ocasión mandó un cuento a El Tiempo y me pidió un bandidito para ilustrarlo y desde ese momento llegué a Bogotá”.
Muy rápido...
“Mira que todo ha sido muy gratuito, pero entonces era distinto. Un Santos de esos se quedó con el dibujito y después de eso llegué al Museo de Arte Moderno y me invitaban a cosas, pero nada fue luchado, sino que eso se lo iban a uno como regalando”.
Pero también se puede hacer otra lectura y es que usted miró la ciudad desde otra perpectiva y vió otros personajes...
“Y era un tema vetado, pues, todavía...”.
Claro que los bandidos de ahora son muy distintos...
“Sí, perdí interés. Se acabó esa bohemia y empezaron a morirse esos viejos, ya la noche es distinta”.
¿Qué dibujaría ahora?
“Mis problemas de salud también son una explicación, porque creo que no tengo nada para hacer, no se me ocurre nada. Sería repetir los retratos, es más, si hubiera seguido sería en eso, porque ya eran muchos encargos, mantenía miles de encargos, entonces estaría haciendo retratos, qué pereza, al final se fueron volviendo muy malucos, porque llegaron los empresarios entonces perdía todo interés en dibujar a un señor posando, de fotos, pues, eso se haría por plata, pero no tengo edad para ponerme a conseguir plata. Tiempo no hay para eso”.
¿Explíqueme como era su técnica...?
“Nace de la manera negra, que es una técnica de grabado en la que se muerde el metal con ácido, se entinta, se saca la copia y queda negro, negro, negro profundo, muy bonito y con un aparato especial se va bajando el grano de la plancha y a medida que baja van apareciendo los claros hasta llegar al blanco”.
Es como pintar al revés... No es poner algo en el papel, sino descubrir algo en el papel...
“Aparecen las cosas, es muy bonito, es una técnica muy agradecida y no hay manera de que quede mal, porque vos ponés y quitás hasta que quedás contento. Lo único es respetar el papel, que es muy delicado, exige demasiado control, es muy elemental, mecánico, pero sí hay que respetar los tiempos y la humedad con el papel”.
¿Usted por qué quiso dibujar, qué le llamaba la atención...?
“Era un tipo muy raro seguramente, sí, porque siempre estuve encaminado por ahí, me parece rarísimo. De pronto era introvertido, no sé... Y pintaba el momento desde niño, jugaba fútbol, entonces pintaba arqueros de fútbol, leía un libro de espadachines, pintaba espadachines y ya un poquito mayor eran mujeres desnudas, entonces ya vendía en el colegio”.
¿Usted siempre ha dibujado lo que ha visto...?
“La vida. Lo que estaba viviendo”.
¿Esa es su mayor influencia...?
“Es que yo era un caminante permanente del centro, porque en algún momento la liga de ping pong fue en La Playa, entonces salía a comer, a caminar. Toda la gente de Medellín daba esa vuelta, caminaba hasta La Playa, se devolvía, las modelos de Coltejer tenían el viernes para hacer eso a las 4 de la tarde, entonces era un ejercicio del centro, caminar y mirar vitrinas, y los viejitos elegantes se iban para la puerta del Club Unión a verlas y había carros de los bonitos, como los de colección, y daban la vuelta por Junín para que los vieran. Era como una película gringa”.
¿Y es también lo que caracteriza su obra, que se aleja de la pretensión para acercase todo lo posible a lo que ve?
“Sin artimañas y sin artificios. Es que el artista, buscando el éxito, termina siendo un malabarista entre la técnica y no sé que, y descuida todo lo otro y entonces la medida no es él, sino el público y uno no puede trabajar para el público, además porque uno va más allá, uno es el que sabe hasta dónde puede llegar”.