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Una comunidad olvidada emerge en el Suroeste: hallaron 283 piezas de hace 1.800 años

Hallazgo arqueológico en una finca cafetera de Jericó reveló cuatro abrigos rocosos con piezas cerámicas y artefactos líticos que tienen más de 1.800 años (datan del 214 d.C.), y están vinculados a rituales ancestrales. Aquí su historia.

  • Fragmentos de cerámica, herramientas líticas y los abrigos rocosos donde fueron hallados componen el paisaje arqueológico de Jericó, ahora protegido por la comunidad como parte de su memoria ancestral. FOTO cortesía
    Fragmentos de cerámica, herramientas líticas y los abrigos rocosos donde fueron hallados componen el paisaje arqueológico de Jericó, ahora protegido por la comunidad como parte de su memoria ancestral. FOTO cortesía
  • Vista desde la finca Mirantonio, donde ocurrió el hallazgo. FOTO cortesía
    Vista desde la finca Mirantonio, donde ocurrió el hallazgo. FOTO cortesía
  • Entrada a la cuenva en donde encontraron las piezas. FOTO cortesía
    Entrada a la cuenva en donde encontraron las piezas. FOTO cortesía
  • Pablo Aristizábal y Llor Tamayo durante la extracción de las piezas. FOTO cortesía
    Pablo Aristizábal y Llor Tamayo durante la extracción de las piezas. FOTO cortesía
  • Así señalan la ubicación exacta de cada fragmento encontrado. FOTO cortesía
    Así señalan la ubicación exacta de cada fragmento encontrado. FOTO cortesía
  • Algunos de los 283 piezas que encontraron en la finca Mirantonio. FOTO cortesía
    Algunos de los 283 piezas que encontraron en la finca Mirantonio. FOTO cortesía
23 de marzo de 2025
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En la vereda La Soledad de Jericó la tierra habló en forma de fragmentos. Ocurrió en la finca Mirantonio, durante una jornada de trabajo ordinaria. Llor Tamayo, un joven caficultor que aprendía a mambiar —una práctica espiritual indígena—, se internó en un abrigo rocoso donde su familia guardaba herramientas agrícolas. Buscaba tierra para llenar las bolsas de un vivero de café, pero encontró algo más: piezas de cerámica talladas, rojizas, finas.
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—Fue como una energía que me llevó hasta allá. No sabía qué era lo que estaba encontrando, pero sentía que era importante —recuerda.

Ese descubrimiento, ocurrido en 2023, fue el inicio de una cadena de acontecimientos que conectaron al campesino con el arqueólogo Pablo Aristizábal, quien lleva más de 25 años investigando puntos ceremoniales en el Suroeste antioqueño. Al ver las primeras fotos, Pablo reconoció de inmediato el valor del material.

Era el mismo estilo que habíamos encontrado con anterioridad en Cerro Tusa. Sabía que eran objetos del período Quimbaya Clásico. Les dije que no tocaran nada más hasta que yo llegara —cuenta.

Tras el aviso, el equipo liderado por Pablo realizó el reporte oficial al Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh), que validó el encuentro como un suceso fortuito. Luego de una inspección de campo y la obtención de los permisos necesarios, comenzaron las excavaciones formales. Los resultados confirmaron la hipótesis inicial: se trataba de un conjunto de cuatro abrigos rocosos con 283 piezas cerámicas, herramientas líticas y restos de carbón vegetal. Las dataciones por carbono 14 las colocaron entre el año 214 y el 418 después de Cristo.

Vista desde la finca Mirantonio, donde ocurrió el hallazgo. FOTO cortesía
Vista desde la finca Mirantonio, donde ocurrió el hallazgo. FOTO cortesía

—No encontramos huesos ni tumbas, lo cual indica que no era un emplazamiento funerario. Era un espacio ceremonial. Lo que encontramos fueron ofrendas: vasijas muy elaboradas, rotas a propósito, como forma de pagamento a los dioses del agua y de la lluvia. La práctica de “matar la cerámica”, común en culturas como la maya, consistía en quebrar intencionalmente los objetos más valiosos como acto sagrado —explica Pablo.

El evento reveló una pequeña parte de la todavía hoy desconocida historia precolombina y confirmó la presencia de una civilización compleja, organizada, con un profundo vínculo espiritual con la geografía.

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—Estas culturas no construían templos de piedra: sus templos eran los cerros, las cuevas, los nacimientos de agua. Entendían el territorio como un cuerpo vivo —agrega el arqueólogo.

Desde entonces, la montaña se ha convertido en un pasaje de memoria y de conexión, un lugar donde el pasado dialoga con el presente y donde la tierra sigue hablando a quienes saben escucharla.

Donde habitan los dioses

La ubicación de las piezas en cuestión no es casual. Los abrigos rocosos donde fueron recuperadas las piezas están enclavados en un escarpe rocoso del cañón del río Cauca, un lugar húmedo y difícil de acceder. Allí, según el equipo investigador, los antiguos habitantes acudían en momentos rituales para dejar ofrendas a los espíritus que regían el agua y la fertilidad.

—Esas cuevas eran templos naturales —detalla Pablo—. Los artefactos que encontramos eran lo mejor que hacían: piezas bruñidas, con engobe rojo, decoradas cuidadosamente, y que luego eran quebradas contra la roca como parte del ritual.

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La orientación de los abrigos, todos dirigidos hacia el sol naciente, refuerza su función astronómica y simbólica. Al frente se alza una roca vertical, un pináculo que habría servido como punto de observación para marcar los equinoccios. Es decir, el paisaje no es un simple fondo: es el altar mismo.

Estos pueblos no veían la geografía como accidentes, sino como sectores sagrados. Sabían dónde nacía el agua, dónde habitaban los dioses, y ahí llevaban sus ofrendas. El oro era el corazón de la montaña.

Entrada a la cuenva en donde encontraron las piezas. FOTO cortesía
Entrada a la cuenva en donde encontraron las piezas. FOTO cortesía

Tal y como explicaron las dos fuentes consultadas para este artículo, el hallazgo se produjo en zona de influencia donde la multinacional AngloGold Ashanti desarrolla el proyecto Quebradona para la extracción de cobre. Según información pública, la licencia de explotación fue archivada en 2022 por la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (Anla), aunque la empresa posee licencia de exploración.

La investigación liderada por Pablo fue aprobada por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh) bajo la figura de intervención arqueológica, y la locación ya fue incluida en el Atlas Arqueológico de Colombia como patrimonio nacional. Sin embargo, aún no cuenta con medidas jurídicas que impidan su afectación, por lo que el equipo planea entregar un informe final que sustente la necesidad de cautelar toda la formación, por su valor y por la inestabilidad geológica del terreno.

—No estamos hablando de piedras viejas. Estamos hablando de un legado que sigue vivo, de una montaña que respira y que sostiene a las comunidades. No se trata solo de proteger el pasado, sino de defender el futuro —dice Pablo.

Un museo en la montaña

El descubrimiento de las piezas además de reconfigurar el mapa arqueológico del Suroeste antioqueño, transformó la vida de quienes allí habitan. Llor, el joven que encontró los primeros pedazos mientras recolectaba tierra para un vivero de café, fue uno de los primeros en comprender que la defensa del patrimonio no pasa solo por proteger objetos, sino por sembrar arraigo.

—Siempre nos han dicho que para progresar hay que irse a la ciudad. Con esto aprendí que no hay que irse, que se puede construir desde el territorio, que se puede sembrar memoria aquí —dice, con la voz firme.

Esa convicción lo llevó, junto con su familia y el equipo de investigación, a impulsar una idea tan sencilla como poderosa: construir una sala arqueológica en la misma finca donde aparecieron los rastros de la cultura perdida. No dejar los objetos en una vitrina lejana, sino allí, donde la tierra habló. Con apoyo de la comunidad y aportes del equipo investigador, instalaron dos vitrinas, organizaron las piezas más representativas, diseñaron un guion curatorial y comenzaron a recibir visitantes. Se llama Vista del Águila, y más que una sala de exposición, es una declaración de principios: la memoria se cultiva.

—Decidimos dejar las piezas allí mismo porque la zona es sagrada. El laboratorio se hizo en la finca, para que el conocimiento no saliera del territorio. Lo que hicimos fue un muestreo, como una biopsia: la montaña sigue viva y tiene mucho más por contar —explica Pablo.

Pablo Aristizábal y Llor Tamayo durante la extracción de las piezas. FOTO cortesía
Pablo Aristizábal y Llor Tamayo durante la extracción de las piezas. FOTO cortesía

Es decir, la mayoría del material permanece in situ, protegido, y otras áreas del escarpe aún no han sido excavadas por su difícil acceso. Parte del plan es que permanezcan así, como potencial para futuras investigaciones.

La iniciativa no solo ha despertado el interés de la comunidad, sino que empieza a generar impactos económicos y educativos. En torno al pequeño museo, se han abierto rutas para el turismo cultural y de naturaleza. La familia Tamayo ha preparado recorridos guiados, y vecinos de la vereda ofrecen productos locales: café, alimentos, artesanías.

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—Este proyecto le muestra a la región que sí es posible hacer modelos de desarrollo sostenibles desde la cultura y el territorio. Aquí hay paisaje, historia, identidad. Todo lo que un visitante busca —afirma Llor.

Así señalan la ubicación exacta de cada fragmento encontrado. FOTO cortesía
Así señalan la ubicación exacta de cada fragmento encontrado. FOTO cortesía

Pero quizá el impacto más profundo está ocurriendo en los más jóvenes. En un contexto donde muchas veces la única opción parece ser el éxodo hacia las ciudades, Vista del Águila se propone como una alternativa de permanencia digna.

—Queremos que los jóvenes entiendan que también se puede emprender desde lo rural, desde lo que somos. Que la identidad no es un obstáculo, sino una fuerza —dice Llor, pues para él resuena la apuesta por un futuro donde la defensa del patrimonio se articule con la construcción de oportunidades.

A la par, el equipo ha producido un video documental que resume el proceso desde la recuperación hasta la puesta en valor de la finca. El lanzamiento se realizó este 21 de marzo, justo en el equinoccio de primavera, no es casual: coincide con la cosmovisión de los pueblos que adoraban el sol naciente, y con la necesidad de volver a mirar el territorio con otros ojos.

—En otros países, como México o Perú, no se les ocurriría dinamitar un espacio sagrado. Aquí aún tenemos mucho que aprender sobre el respeto por lo que fuimos —señala Pablo.

El informe final que será entregado al Icanh propone declarar el escarpe completo como zona de protección. Esto implicaría prohibir su intervención por parte de cualquier proyecto, y garantizar su uso para fines científicos, culturales y comunitarios. La categoría de Sitio arqueológico inmueble —que ya le fue otorgada— impide que los vestigios sean removidos o alterados. Pero hace falta una figura legal que impida, de forma definitiva, su destrucción.

—No estamos pidiendo favores —concluye Pablo—. Estamos defendiendo una verdad que está en la tierra, en el agua, en las rocas. Y lo que esa verdad dice es que aquí hubo una civilización que honraba a la montaña, que vivía con ella. Lo menos que podemos hacer es escucharla.

$!Algunos de los 283 piezas que encontraron en la finca Mirantonio. FOTO cortesía
Algunos de los 283 piezas que encontraron en la finca Mirantonio. FOTO cortesía
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