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Jordi Esteva se rodea de amigos para contar paraísos

El fotógrafo, escritor y documentalista, que ha volcado años de su vida en conocer culturas africanas y asiáticas, participa en el Festival Gabo.

  • Jordi Esteva se rodea de amigos para contar paraísos
  • El fotógrafo nació en Barcelona en 1951. Fue editor de la revista Ajoblanco entre 1987 y 1993. Foto: cortesía Jordi Esteva
    El fotógrafo nació en Barcelona en 1951. Fue editor de la revista Ajoblanco entre 1987 y 1993. Foto: cortesía Jordi Esteva
  • Cheij Mohamed y su nieta en la Isla de Socotra. Foto: cortesía Jordi Esteva
    Cheij Mohamed y su nieta en la Isla de Socotra. Foto: cortesía Jordi Esteva
10 de diciembre de 2020
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En las noches, alrededor del fuego, rodeado de camelleros que andan las montañas de la isla de Socotra en el océano Índico, el escritor y documentalista Jordi Esteva, nacido en Barcelona, escuchaba historias en un idioma antiguo, uno a punto de extinguirse.

Habla árabe, vivió cinco años en Egipto por decisión propia. Lo hizo siguiendo panoramas que conoció de niño a través de los libros de geografía, arte y cultura que abundaban en la biblioteca de su padre. “Hablaban de África, la India y el mundo árabe. Todo eso me hacía soñar”. Le inquietaba saber más sobre esa cultura árabe que tuvo tanto impacto en España, que incluso dejó palabras regadas en el español, pero esa “presencia muchas veces fue negada y a mí eso me causó mucha curiosidad”.

El Cairo se presentó ante él como la capital de ese mundo árabe “tan convulso y tan especial” y ahí se desplegó el resto de la historia. Una que lo llevó a fotografiar oasis en el desierto, a escribir sobre el animismo en Costa de Marfil en el libro Viaje al país de las almas, a seguir rutas antiguas de navegación en Los árabes del mar y a explorar las historias de esa isla que se narraba en torno al fuego: Socotra, que hace parte de Yemen.

Ha creado cuatro documentales y múltiples exposiciones fotográficas alrededor del mundo. Estuvo encarcelado por la policía política egipcia: lo acusaban de estar vinculado en un plan conspirativo, pero han sido más los momentos gratificantes, aquellos que lo han llevado a investigar sobre África y Asia, e incluso sobre el Pacífico colombiano. Una de sus más recientes aventuras fue Historias de Cabo Corrientes (2020), un documental que desarrolló junto al antropólogo y realizador Germán Piffano en 2015.

Se unieron para rodar una historia en el Pacífico Colombiano, más exactamente en Tribugá y Cabo Corrientes. La idea era que “la gente nos contara sus mitos, sus orígenes, sus creencias, sus miedos”. Le llamaba la atención especialmente lo que tenían por contar las mujeres. La película, llamada Historias de Cabo Corrientes, se lanzó este año, pero no ha visto la luz en festivales, al menos de manera presencial.

Esteva participa este año del Festival Gabo y conversó con el periodista Jon Lee Anderson en la charla Crónicas desde paraísos secretos el miércoles 9 de diciembre. EL COLOMBIANO habló con el autor acerca de esos paraísos perdidos que se ha lanzado a explorar en varios momentos de su vida.

¿Qué le atrajo de Egipto, en primer lugar?

“Creo que para mí está muy claro y no tengo problema en decir que es una huida de un mundo que no me gustaba y de lo que se esperaba de mí. Yo me crié en una España que tenía un estado fascista, teníamos la dictadura horrorosa de Franco, no había ninguna libertad y entonces todo eran ansias de huir de todo esto, ir a la otra punta del mundo, un poco para buscarme a mí mismo y encontrar gentes distintas”.

Siempre que uno hace un viaje, cambia un poco la identidad del viajero. ¿Cómo fue ese Jordi que descubrió en El Cairo?

“Aunque suene un poco presuntuoso, cuando uno se regresa de un viaje ya no es el mismo. Es lo que me interesa a mí, el viaje como aprendizaje. En El Cairo aprendí muchas cosas: un concepto nuevo de la hospitalidad, de la amistad y el no depender tanto de cosas materiales, sobre todo viajando por Egipto. Para mí, la escasez fue un aprendizaje y luego me interesó mucho la importancia que en las sociedades tradicionales se le da a los ancianos, porque tienen toda la sabiduría acumulada”.

¿De esos ancianos encontró otra manera de contar historias?

“Sí, sí, desde luego. Está esta forma que a mí me fascinó, muy árabe, donde hay mucha retórica y que puede ser muy interesante. Me gustó mucho el relato dentro del relato y dentro del relato. A la manera de las muñecas rusas, que va una dentro de otra y otra. Ese tipo de relatos me gustaron mucho y yo intenté investigarlo y aprender a escribirlo de esta manera, estilo Mil y una noches”.

El fotógrafo nació en Barcelona en 1951. Fue editor de la revista Ajoblanco entre 1987 y 1993. Foto: cortesía Jordi Esteva
El fotógrafo nació en Barcelona en 1951. Fue editor de la revista Ajoblanco entre 1987 y 1993. Foto: cortesía Jordi Esteva

¿La fotografía en qué momento llegó?

“Yo ya había aprendido aquí, pero cuando estuve en Egipto yo no iba con una cámara colgada del hombro todo el día. No, no, no, no me gusta importunar, ni lo que llaman la street photography. No me gusta molestar a la gente ni inmiscuirme ni nada. Simplemente, lo que me gustaba era fotografiar el mundo que yo estaba viviendo. Si estaba en un oasis con campesinos y sus camellos, me gustaba retratar lo cotidiano, la vida diaria. Ellos se dejaban fotografiar porque yo era su amigo. No estaba molestando ni era una especie de ser raro que llegaba de otro mundo y se metía en sus casas”.

¿Y para usted qué tan fácil es hacer amigos?

“Me gustaba hacerme amigo de gente interesante, que tuviera cosas que contar, músicos tradicionales e incluso brujos y en África sacerdotisas que entraban en trance, gente un poco especial, y para mí era un honor y un privilegio poder estar con gente así, tan distinta, que no me iba a encontrar en ningún lugar. La verdad es que no me costó porque creo que uno recibe un poco lo que da y no se puede fingir la amistad o el interés”.

¿Con cuánta periodicidad regresa a Egipto?

“Hubo mucho tiempo en el que no pude regresar, porque tuve unos problemas políticos. Egipto es una dictadura y hubo un momento en el que se inventaron una conspiración contra el gobierno (en la época de Mubarak) y a mí me pusieron ahí porque quedaba muy bien una supuesta conexión internacional. Me acusaron de cosas que no eran ciertas, de estar contra el Gobierno con un grupo comunista, pero era toda una fantasía porque yo estaba haciendo fotografías. Yo no había ido a Egipto para hacer la revolución porque en el caso de que yo hubiera querido hacer una revolución, ya la hubiera hecho en mí país y no me hubiera ido a ese lugar. Fue difícil, estuve en la cárcel un tiempo y luego me expulsaron. Hubo unos 15 años en los que no pude regresar a Egipto”.

¿Qué tan importante ha sido para usted registrar eso que se cree perdido o que está desapareciendo?

“Estoy muy orgulloso de haberlo hecho. En Costa de Marfil y Ghana estuve investigando mucho la región africana que tiene mucho paralelismo con la santería y el vudú de Haiti, porque fue llevado al Nuevo Mundo por los esclavos, todas estas herencias africanas. Para mí fue muy importante ver esas creencias y considero que hice un pequeño aporte, porque a mí lo que me gustaba era presentar a esas sacerdotisas como lo que eran: depositarias de una cultura y como médicas tradicionales, en contraposición a lo que siempre habían dicho los misioneros o incluso los africanos de la ciudad: que ellas eran unas charlatanas y unas brujas. En mis trabajos las he querido presentar como algo muy noble, muy culto y muy necesario. Me ha ocurrido en muchos sitios, he querido dar una visión distinta a la oficial que siempre se nos han dado. En mi trabajo sobre la isla de Socotra permitimos a los ancianos que hablaran, además porque hablan en un idioma que se llama socotrí, que está desapareciendo”.

En Retorno al país de las almas regresó a ese tema y a Costa de Marfil, personalmente, ¿cómo ha ido cambiando su percepción de la vida o la vida después de la muerte tras conocer tan de cerca eventos culturales como ese?

“Esto es muy complejo porque cuando estaba ahí, yo soy muy agnóstico, no creo en las religiones oficiales. Puedo tener una espiritualidad, me interesa lo espiritual, pero no que esté motivado por ningún tipo de iglesia. Para mí esto fue muy importante porque era una muestra más en esta búsqueda de lo trascendente que tiene la humanidad. Ellos (la casta sacerdotal) se dejan poseer cuando hay una crisis de hambruna o enfermedades e invocan a los espíritus mediante los tambores. Estos acuden y cabalgan al sacerdote, lo hacen entrar en trance y comunican los remedios a esas crisis o enfermedades. Yo no creo en los espíritus, pero sí creo que ellos creen en ello porque lo he visto. Lo que también creo es que cuando entran en trance, no sé cómo explicarlo, utilizan una parte del cerebro que usualmente no se utiliza y donde tienen depositados todos esos conocimientos. Toda la sabiduría se transmite del maestro al iniciado en estado de trance y cuando salen no recuerdan lo que han dicho. Es muy interesante, a mí me ha hecho ver distinto, por ejemplo, cuando uno camina en el bosque, la relación con los animales, con la naturaleza y con la soledad. Se desprende toda un aura muy espiritual, viendo las danzas, como bailan, como cantan, es el teatro máximo. Cuando lo veía casi me pellizcaba si era real lo que estaba viendo porque era de una belleza sublime”.

Cheij Mohamed y su nieta en la Isla de Socotra. Foto: cortesía Jordi Esteva
Cheij Mohamed y su nieta en la Isla de Socotra. Foto: cortesía Jordi Esteva

¿Cómo se prepara para un viaje?

“Soy muy intuitivo y antes de visitar muchos lugares no he querido leer literatura previa, sobre todo literatura de los grandes viajeros europeos, porque muchas veces está imbuida de prejuicios. No me gusta hablar de lo que ya han hablado otros, por eso prefiero ir con ojos abiertos y las orejas también, procurar que la gente me contara cosas y no me importaba tanto si se alejaba de la verdad oficial o histórica, porque me interesaba oír de sus bocas sus historias, si era verdad o fantasía no me interesaba tanto. Procuraba ir un poco inocente, sin ideas preconcebidas, porque por eso es que a veces ese exceso de información es malo, porque entonces uno va a corroborar lo que uno ha leído. Sobre Socotra, por ejemplo, no había nada escrito, no se sabía mucho. Todo lo que escribí fueron historias que me contaron ellos”.

En cuanto a la isla de Socotra había misterios y temores. ¿Cómo se acercó?

“Es una sociedad cerrada, un territorio que estuvo muy aislado en un sultanato y después era un protectorado inglés. Cuando los ingleses se fueron, la juntaron con la Yemen del sur (Aden), pero ellos no se sentían yemenitas sino socotríes. El régimen marxista de Aden, los tachó de supersticiosos, primitivos y atrasados. Cuando hubo una guerra entre el norte y el sur de Yemen y se unificó el país, fueron los imanes, religiosos de Yemen del norte, a predicar lo que era el auténtico islam. A ellos esto les avergonzó mucho porque les dijeron que no eran buenos musulmanes, que lo que creían no estaba bien porque ellos tenían una creencia fuerte en los espíritus. Cuando yo fui, no me querían contar nada, salvo en las noches alrededor de un fuego. Les avergonzaban sus creencias porque les habían hecho creer que eran unos atrasados y primitivos. Tuve que empezar a contar historias cada noche sobre cosas un poco raras para abrir el apetito, hasta que una noche, uno de los ancianos empezó a contar sobre brujos y otras historias. Una vez se rompió el hielo, cada noche era historia tras historia, entonces yo lo disfrutaba muchísimo porque a mí si hay algo que me gusta es escuchar esas historias. Quizás viene de cuando era pequeño, que lo que me gustaba más era que en la noche me contaran historias. Eso fui a buscar, esas historias alrededor del fuego” .

Trabajó también en el Pacífico colombiano para Historias de Cabo Corrientes, ¿cuáles fueron los mayores aprendizajes de ese paso?

“Bueno, era muy interesante como él ser humano subsiste en lugares difíciles, porque esta gente no lo ha tenido. Estos afroamericanos descienden de esclavos que se escaparon de los españoles y los trataron fatal. Allí iniciaron su vida, pero perdieron muchas raíces con África, la espiritualidad africana, a diferencia de otros lugares de América, la han perdido. Era interesante como contaban sus historias, sus mitos, esas creencias en ciertos espíritus y también en los entierros. A mí me gusta que me expliquen cuentos y lo he grabado para que no se pierda porque son muy desconocidos. Hablo con amigos de Bogotá Cartagena y se han quedado sorprendidos porque las desconocían completamente. Además, también en aquel momento, consideré que era muy oportuno porque estaban hablando de aquel Puerto horroroso que hubiera cambiado totalmente el lugar. Y claro, Colombia es un país fantástico, estas en Bogotá o Medellín y hay una ebullición y de repente estás en un lugar como Tribugá que está abandonada a la mano de Dios y piensas ¿este es el mismo país realmente? Estábamos a 20 minutos en avioneta de Medellín, una ciudad muy moderna, y estás en otro mundo”.

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