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De Rhode Island a Prado Centro: la historia del artista gringo que eligió Medellín para vivir y crear

Chris Wolston llegó a Medellín en 2012 para una residencia y desde entonces convirtió a la ciudad y sus materiales en el corazón de su obra.

  • El artista estadounidense Chris Wolston instaló su estudio en Medellín, donde trabaja con talleres locales y materiales como aluminio, mimbre y terracota. FOTO Instagram @chriswolston
    El artista estadounidense Chris Wolston instaló su estudio en Medellín, donde trabaja con talleres locales y materiales como aluminio, mimbre y terracota. FOTO Instagram @chriswolston
hace 7 horas
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Cuando Chris Wolston aterrizó por primera vez en Medellín, en 2012, no sabía que terminaría instalando allí su vida y su taller. Cuenta que desde el aeropuerto de Rionegro, en lo alto de la montaña, lo recibió una sinfonía natural: grillos, bichos, aire fresco con olor a ciprés y eucalipto. La ciudad en el valle brillaba de noche, con luces que trepaban por las montañas. Era una imagen deslumbrante, distinta a la que llevaba en la cabeza de lo que significa Latinoamérica.

Wolston, nacido en Providence (Rhode Island) y formado en la Escuela de Diseño de Rhode Island, había llegado por invitación de un compañero que acababa de abrir una residencia artística en la antigua finca cafetera de su familia en Santa Elena. Según contó al portal Latinness, su plan inicial era estudiar técnicas de manufactura y materiales en un lugar con fuerte tradición artesanal y manufacturera. Lo que encontró lo marcaría de por vida: un entorno donde lo cotidiano se convertía en fuente de creación.

En la Universidad de Antioquia revisó archivos de cerámica precolombina. Quiso entender cómo ese material histórico dialogaba con la Medellín contemporánea. Bastó caminar por la ciudad para descubrirlo en los ladrillos de las torres de apartamentos y en las casas que trepan por las laderas. El color naranja de la terracota lo rodeaba por todas partes.

Más tarde, en una tienda del Centro, se topó con una chocolatera de aluminio fundido en arena. Rugosa, con marcas visibles de repujado, y un mango unido a martillazos. No era un objeto artesanal en el sentido romántico, sino un utensilio cotidiano. Wolston rastreó al fabricante hasta Niquitao, un barrio del centro lleno de pequeñas fundiciones. Allí instaló su estudio entre 2016 y 2019, frente a la misma fábrica que lo había inspirado.

“En Medellín descubrí una apertura total a experimentar con materiales. Donde en Estados Unidos me decían que algo era imposible, aquí encontraba talleres dispuestos a probar”, contó a Latinness. Esa actitud, dice, lo impulsó a crear obras en aluminio fundido, mimbre y terracota que hoy viajan a ferias internacionales de arte y diseño.

Una vida entre talleres y patios

Ahora, el artista divide su tiempo entre Brooklyn y Medellín, pero su estudio principal sigue siendo una casa antigua en el centro de la ciudad. Allí convive con patios interiores y colabora con unas 30 pequeñas fábricas y talleres. La cercanía le resulta vital: a unas cuadras están la fundición, la pulidora, la cortadora láser y las tiendas de insumos. Ese ecosistema, explica, creó un sentido de comunidad difícil de replicar en otro lugar.

Sus proyectos más reconocidos, como las sillas Nalgona (tejidas por un colectivo en las laderas de Medellín y exhibidas en Design Miami) o la colaboración con Fendi en 2018, nacieron de ese tejido local. Para él, cada pieza es también una manera de contar una historia distinta de Medellín, alejada de los estigmas que aún circulan en el exterior.

En un recorrido reciente con Financial Times, Wolston exploró la ciudad más allá de los circuitos turísticos. Del Mercado de La Placita de Flórez rescata la abundancia de frutas y el encuentro con oficios tradicionales. En Los Puentes, el mercado de pulgas, amobló su primera casa con lámparas de calabazos secos, mantas de lana y muebles de comino crespo.

De Prado Centro, donde ahora está su taller, lo inspiran las casas de los años veinte con estilos importados: art déco tropical, relieves de frutas y flores, e incluso un “Palacio Egipcio” construido, según cuenta la leyenda, con arena traída del Nilo. “Caminar por estas calles es inspirador porque te conecta con un pasado arquitectónico que todavía resiste”, dice.

Para comer, no duda en recomendar sitios populares: el chorizo de Donde Niko, el chicharrón en El Social de Provenza o las preparaciones contemporáneas de Salón Centro, restaurante que además produce su propia chicha. En Envigado, disfruta de El Salado y sus restaurantes de trucha, donde uno mismo pesca antes de comer.

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Medellín como materia y como musa

En sus palabras, Medellín es un lugar “mágico”, donde la geografía se impone siempre de fondo. El contraste entre el valle cálido y las montañas húmedas, el viaje en zigzag hacia Santa Elena que parece un despegue en avión, o el jardín tropical que rodea su casa, se han convertido en parte de su obra. Su más reciente colección, Lost in Paradise, nació de esa nostalgia por el paisaje antioqueño mientras trabajaba en Nueva York.

En Medellín siempre desarrollé un trabajo muy inspirado”, resume Wolston. No solo por la riqueza material y cultural, sino por la calidez de las personas con las que ha trabajado. Para él, la ciudad no es solo un lugar donde se producen objetos: es un territorio creativo que lo transformó tanto como él ha transformado los materiales que encontró en sus calles.

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