Debajo de ese enorme árbol de Ceiba, al que cariñosamente le llaman abuelo y que custodia una de las entradas del Jardín Botánico de Medellín, está parqueado un Renault 4 blanco. Ese carro, que a veces parece tan colombiano como francés, es lo suficientemente grande para llevar a pasear, en cada viaje, entre 150 y 200 historias.
Algunas de ellas no son muy conocidas todavía y apenas están por brotar de los labios de los curiosos lectores que se topan con ellas. Otras son un poco más antiguas, recordadas. Algunas llegaron al carro como parte de una donación, otras fueron una inversión de quienes conducen ese vehículo que solo podría pertenecerle a lectores.
Ciertas de esas historias nacieron en otro país, aunque hay unas muy locales. La mayoría de ellas son ilustradas, pero todas están dispuestas a ser compartidas. Habitan en el Biblocarrito, que desde hace un poco más de cuatro años rueda con sus libros por Colombia. Hizo sus primeros recorridos por Bogotá y por municipios aledaños a la capital como la Calera, Chía, Tabio y Zipaquirá. Luego andó un poquito más y rodó por las carreteras hacia Boyacá, y cuando cogió confianza se fue hasta Chocó, donde ya participó en las dos ediciones que se han realizado de la Flecho (Fiesta de la Lectura de Chocó).
Esta es la primera oportunidad en la que el Biblocarrito convive entre las letras y las diversas especies de plantas que interactúan en la Fiesta del Libro y la Cultura. Es además la primera bienvenida a los asistentes antes de entrar a la zona donde están agrupadas las 34 carpas que conforman el Jardín Lectura Viva este año.
Laura Acero, quien le ha dedicado más de una década a la promoción de la lectura, Arco González y su hijo Daniel son los tres pasajeros humanos del Renault 4. Son los responsables de esa colección de 1.400 ejemplares que albergan en su hogar, pero que van rotando en su automóvil y que llevan a distintas regiones para que lleguen a las manos de niños y grandes.
A la sombra de la Ceiba, los niños discuten sobre los personajes con los que se topan en las páginas y le piden consejos a esa familia lectora que rueda con gasolina e historias. “Nosotros no somos muy amantes de los carros, pero nuestros papás nos regalaron este cuando nació mi hijo para movernos con él”, cuenta Acero. Un día fueron a recoger los ejemplares de una biblioteca, se veían lindos ahí acomodados en el carro y nació la idea. Autores como Celso Román e Irene Vasco han donado libros a esta biblioteca rodante que incluye títulos de editoriales independientes colombianas como Laguna Libros, Silueta, Rey Naranjo, Tragaluz, Animal Extinto, Valija de Fuego y más.
Espacios para perderse
Después de que se termina el paseo literario en el automóvil, los asistentes pueden explorar entre las plantas para toparse con las enormes iguanas que transitan con calma por el pasto, así como con la música que es aliada de los libros y con un montón de historias que se leen en voz alta en las carpas del Jardín Lectura Viva.
La experiencia la escoge el visitante. Puede entrar a escuchar un cuento en otros idiomas, puede meterse en la boca de la enorme Moby Dick y dejarse salpicar por el agua salada. Puede jugar a ser alguien más y poner en sus labios las palabras que le pertenecen a un personaje.
Al salir de esos talleres, que parecen ecosistemas propios de las letras, los más pequeños visitantes pueden elegir las historias que se quieren llevar a casa mientras dan una vuelta por la primera librería del Jardín. “Es una propuesta para llevarles libros a los niños al precio de su estatura”, explica Lina Pomareda, docente y asesora de la librería. Es por eso que allí se pueden obtener libros a precios desde 4.000 hasta 20.000 pesos y llevarse un pedacito de Fiesta.
Para todos
Con su libro en mano, los niños transitan bajo los árboles, curiosean otros ejemplares en el Orquideorama que tiene una amplia oferta de títulos y charlas (más para los adultos que para los chicos) y cruzar el sector de Carabobo hacia la derecha hasta llegar a una punta que termina en la carpa del Bibliocirco. En este espacio amplio teñido de amarillo, azul y rojo, todo parece posible: ballenas vuelan en lo alto del techo y la literatura se camufla entre otras artes.
Allí, a veces, se lee a oscuras. El miércoles, por ejemplo, el Bibliocirco fue el escenario principal de una fiesta en torno al Día de la Accesibilidad.
“Queríamos que quienes se presentaran fueran personas con capacidades diferentes. No es que nosotros, las personas que nos consideramos regulares, hagamos espectáculos para ellos, sino que el espacio sea de ellos para ellos”, comenta Nelson Fredy Pérez, promotor de lectura de la Casa de la Lectura Infantil y la Biblioteca Héctor González Mejía.
Con los ojos vendados y en mucho silencio personas videntes escucharon historias que intérpretes invidentes narraban mientras las leían en braille. El tacto se convertía en el vehículo de su imaginación. Convertían ese roce en palabra y lo llevaban a los oídos de quienes, esta vez, no necesitaron la vista para leer. Luego fue el lenguaje de señas el que ayudó a contar cuentos e incluso a narrar una obra de teatro de Casa Tomada.
Con los sentidos trastocados, porque eso lo permite la literatura, hay tantos espacios para seguir enredándose en historias que lo que hay son salones para entrar a escuchar a aquellos que se dedican a crear con letras. Para eso están las Charlas de la Tarde, que habitan desde el Parque Explora hasta el Auditorio Aurita López, en el corazón del Jardín.
Al final, las horas se pasan corriendo. Tan rápido que un día no es suficiente para abordar toda la Fiesta. Hoy aún quedan tres, de esos diez que empezaron a contar el viernes pasado. La Ciudad de los Libros lo espera con lecturas y conversaciones, entre árboles, ardillas y hasta un bibliocarrito.