Para las Tejedoras de Mampuján, en Bolívar, coser tapabocas se convirtió en una forma de sustento. Este grupo de mujeres se hizo conocido tras la denuncia de su tragedia –ocurrida en 2000, en la vereda Las Brisas– cuando fueron desplazadas por los paramilitares. Cinco años más tarde, una psicóloga les enseñó el arte del quilting, una técnica para tejer con retazos. A través de este medio ellas sanaron su pasado y este trabajo pasó a ser un símbolo de paz y reconciliación.
Por estos días se enfrentan a un nuevo desafío. Esta vez no es la violencia del conflicto sino una pandemia. Los espacios donde vendían sus tejidos (ferias, festivales y exposiciones) fueron cerrados debido a las medidas de aislamiento. ¿Y ellas? Siguen ahí, luchando. Sobrellevaron la crisis económica hilvanando los paisajes montemarianos (de la comunidad de Montes de María) con casitas de colores, soles, estrellas, animales, ríos y plantas dibujadas, ahora, en las mascarillas.
El tapabocas para ellas es una muestra de su recursividad, de reinvención, una fuente nueva de ingresos. También lo es para los 300 empleados de Maaji, empresa antioqueña de ropa de baño y deportiva para mujer. Días después del comienzo de la cuarentena (14 de marzo) esta compañía decidió producir una línea exclusiva para sus clientes con la que ha sido posible el sostenimiento laboral.
Para otros, esta prenda, por encima de cualquier definición, es un elemento de cuidado de sí mismo y de los demás. El mejor velocista colombiano en 200 metros planos, Bernardo Baloyes, hace ejercicio todos los días con tapabocas. Lo usa cuando debe hacer entrenamiento en la calle, por periodos de dos a tres horas, como un medio de protección y siguiendo la normativa del Gobierno nacional.
Otros ven en este pedazo de tela un instrumento de comunicación política. Es el caso de Juliana Gutiérrez, cofundadora y codirectora de Low Carbon City, movimiento ciudadano que busca soluciones colectivas para mitigar el cambio climático. Para ella el cubrebocas es una prioridad de salud pública y medio ambiental: su uso desmesurado, sin medición del impacto en el ecosistema, debe ser analizado en medio de una economía circular. “Debemos replantearlo desde el diseño para utilizar elementos que puedan reciclarse o que puedan convertirse en otros productos más adelante”, explica.
Por su parte, el analista y docente de Comunicación Política de la Universidad Externado de Colombia, Carlos Andrés Arias, afirma que, como otras prendas, es también un símbolo que lleva mensajes y que puede tener implicaciones en las relaciones sociales. Y por su puesto está la mirada del médico: el cuidado.
Compartimos seis historias de apropiaciones distintas de este elemento que, mientras no exista una vacuna en el horizonte, llegó para no quitarse.