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Mientras Isabela Hernández y Alejandra Zuleta se van de viaje, Reinaldo Muñoz alista su muñeco para quemar a la medianoche del 31, y Julio Aldemar Acosta espera que se cumpla su deseo de que el cambio del calendario lo coja al lado de su esposa y sus hijos, celebrando en familia el paso de 2019 a 2020.
Cuando a las 12:00 de la noche en los equipos suene el estribillo “faltan cinco pa’ las doce, el año va a terminar, me voy corriendo a mi casa, a abrazar a mi mamá”, José Gabriel Villa, residente en el barrio Caicedo, posiblemente esté en la casa de su hija, en el municipio de Girardota, recibiendo el 2020.
Despedir el año tradicionalmente es un ritual, pero para algunos es una noche más, como es el caso de Patricia Serna, residente en La Estrella, a quien las navidades no le conmueven el alma y trata de vivirlas de la manera sencilla.
“No sé por qué, pero nunca me han gustado los diciembres, y sea 24 o 31, los vivo como días normales”, apunta esta mujer de 48 años, aunque admite que las luces decembrinas tienen cierto atractivo que, por momentos, logran envolverla.
Cambian las costumbres
Para el antropólogo Gregorio Henríquez, es innegable que la manera de celebrar las navidades y el Año Nuevo han cambiado, especialmente por dos razones: económicas y ambientales.
Según su visión, este año se vio más austeridad en las decoraciones y en vez de celebrar en escenarios públicos, como la calle, la gente se ha recogido al interior de los hogares, y hay más encuentros familiares que jolgorio.
“Las prohibiciones han hecho que costumbres como la quema de muñecos con pólvora hayan ido pasando, igual que las marranadas que aglutinaban las cuadras, y aunque no se puede decir que han desaparecido, ya la fiesta no se hace alrededor del sacrificio del animal”, apunta.
El concejal Álvaro Múnera recuerda que las marranadas en las calles, que son muy comunes en los barrios el 31 en la noche, están prohibidas por el acuerdo 49 de 2003 del Concejo de Medellín, por el Código Sanitario Nacional y la Ley 1774 de 2016 y quienes sean sorprendidos por la Policía pueden sufrir el decomiso de la carne. Además, ser objeto de multas económicas.
“Volver a esta práctica es un retroceso en un tema en el que hemos avanzado bastante por lo que significa en materia de respeto animal”, advierte.
Para la activista animal Silvia Ospina, que tiene bajo protección hasta terneros en una finca en Oriente, las marranadas, como se hacen en Medellín, constituyen maltrato, “por la burla que se hace de los animales antes del sacrificio: bulla, música, gente tocándolos y muchas veces es gente inexperta la que los mata y lo hacen tan mal, que los cerdos no mueren de inmediato sino poco a poco, dolorosa, angustiosa y lentamente”, advierte.
Alejandro Gaviria, de la Inspección de Protección Animal, pide a los ciudadanos denunciar al 123 los casos que conozca de sacrificios de animales en las calles.
También hay una mayor conciencia ambiental que se expresa en los elementos que adornan el tradicional pesebre, según Henríquez.
“Antes, todos los pesebres tenían musgo, pero el mensaje sobre el daño que se le hacía a la biodiversidad cortándolo de la naturaleza hizo que prácticamente este elemento desapareciera y ya es muy difícil ver uno que lo tenga”, sostiene Henríquez.
Incluso la práctica de elevar globos, que tuvo apogeo en los 70 y los 80, ya no pulula en calles y esquinas. Sin embargo, no faltan.
De la ciudad al campo
Isabela Hernández y Alejandra Zuleta hacen parte de los 263.494 pasajeros que, se estima, saldrán en buses desde las terminales Norte y Sur entre el viernes 27 y el martes 31, según información de la Gerencia de Terminales.
Mientras Isabela viajó desde Medellín a Salgar (municipio del Suroeste) con tres hermanos, a pasar 31 donde una tía y los abuelos, Alejandra partió para Támesis.
“Yo vivo en Medellín, pero pasé 24 y no me amañé, me parece que diciembre es mejor en los pueblos, acá cada quien celebra por su lado, en el pueblo hay más unión y allá voy a estar con mis padres y hermanos”, dice Alejandra, que como agüero solo se comerá las doce uvas a las 12:00 de la noche del 31.
Ella afirma que no haría lo que José María González (52 años, barrio La Toma) dice que hará ese día a la misma hora: salir con un maletín a darle la vuelta a la manzana, “porque quiero viajar mucho el año que viene”, y se supone que esta práctica le hará realidad su sueño.
En tanto, Nelson Ortiz, que se dedica a actividades agrícolas en el corregimiento Palmitas, este 31 lo pasará en la casa de sus padres, en la vereda El Morrón, y no festejará hasta muy tarde.
De hecho, lo suyo no será festejo sino más bien un acompañamiento a sus progenitores para que no se sientan solos un día tan importante.
“Yo soy del campo y las costumbres por acá sí son irse de fiesta con los amigos y a beber, pero eso lo hacen los más jóvenes, yo ya tengo 50 años, a mi esposa y una hija y celebro es con ellas y con la familia”, comenta.
Sus padres, por la avanzada edad, no pueden permanecer solos, “porque todo puede pasar, que de pronto les caiga un globo y se prenda la casa”, dice. Añade que por más que en los alrededores haya fiesta, pólvora, música y algarabía, él prefiere estar al lado de ellos.
“Diciembre, hoy en día, es tiempo de compartir con la familia y de pensar en cambios para el año que viene, que también será difícil y habrá que trabajar mucho”, expresa.
Quemar lo viejo
En Alfonso López, comuna 5 (Castilla), Nolberto Gutiérrez (conocido como Tula) se hizo famoso porque nunca ha faltado en una esquina del barrio a la cita con la quema del muñeco.
“Llevo 35 años seguidos haciéndolo y quemándolo, solo una vez le puse pólvora y se quemó un niño, entonces desde eso jamás lo volví a hacer”, cuenta Nolberto. Añade que este año el muñeco, al que no le ha puesto nombre, lo quemará en su casa y no en la esquina, en una ceremonia más íntima y familiar. En el barrio, con seguridad, lo extrañarán por esta actividad.
En cambio en La Sierra, Reinaldo Muñoz ya tiene listo el muñeco que quemará el 31, como lo viene haciendo sin falta desde 2005: “Este año se llama ‘El Panda pa´la Parranda’, y es porque al mal tiempo buena cara, hay que disfrutar la vida”, dice y sostiene que hasta la medianoche estará con su familia, prenderá el muñeco y luego se irá de “farra” con los amigos hasta el otro día. Su ímpetu festivo parece irrefrenable y refleja ese otro antioqueño para quien la Navidad es fiesta, licor y diversión.
Gregorio Henríquez explica que los muñecos de año viejo exorcizaban, en algo, las cosas malas que a la gente le pasaban en el año, incluidos personajes negativos o curiosos, y por eso los quemaba.
“Hoy en día, por la prohibición de la pólvora, se usan unos muñecos en miniatura que la gente los compra para quemar en sus casas”. Estos se empapan con parafina para que ardan, pero no contienen explosivos.
Usar prendas interiores amarillas el 31, como símbolo de la abundancia, es otra costumbre de algunas personas que esperan un año venidero mejor. Mientras unos lo hacen por agüero y otros solo por divertirse y pasarla bien, muchas son las formas de celebración del último día del año, que siempre termina con una tonada infaltable en cada casa, esa que dice: “las campanas de la iglesia están sonando, anunciando que el año viejo se va, la alegría del año nuevo viene ya, los abrazos se confunden sin cesar...”.
Periodista egresado de UPB con especialización en literatura Universidad de Medellín. El paisaje alucinante, poesía. Premios de Periodismo Siemens y Colprensa, y Rey de España colectivos. Especialidad, crónicas.