Pensemos en esto: la música que a usted le gusta no será la misma música que le gustará a sus hijos. La razón es simple: cada generación tiene una banda sonora que registra sus emociones y vivencias. Esta idea sirve para espantar las rabias y los temores que despierta el trap, el género de moda entre los adolescentes y jóvenes de Medellín. Abiertamente obsceno y con muchas referencias de las redes sociales, el trap encanta a sus seguidores porque mezcla una música sencilla con las palabras que se repiten una y otra vez en los parches de los amigos.
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Nacidos en los años de la hegemonía del reguetón, los cantantes del trap de Medellín están por debajo de los treinta años, juegan a ser maleantes, le cantan a las “chimbitas” (mujeres bellas) y presumen de su virilidad y de su plata. Los nombres más conocidos de la escena son Kris R, Carabine, Young Fatty, Geezzy De y Tury. Arriba de ellos, por trayectoria y edad, están Blessd y Ryan Castro, que, por el momento, cumplen la función de padrinos de un movimiento emergente.
EL COLOMBIANO conversó con Tury, cuyas canciones Sisas Nada y Gazz Prbo se han convertido en hits de las redes sociales y de las discotecas de Medellín, Bogotá y Cali. Para él, el trap llegó a Colombia siendo una evolución del rap y el hip hop: “Es ese sonido nuevo y más fresco que llegó al género”, explica. Su arribo al país —y a Medellín en particular— siguió el trayecto clásico: primero Estados Unidos, luego Puerto Rico y de allí a escenas emergentes en ciudades latinoamericanas. “A Colombia llegan un poquito después las tendencias”, señala el artista.
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El fenómeno paisa, según Tury, tiene un ingrediente distintivo: la jerga y el lenguaje de la calle. “El ingrediente plus... es la jerga que nosotros estamos hablando. Nos estamos dando a conocer como realmente somos y como hablamos acá”, dice. Esa naturalidad lingüística influye también en la temática: el trap paisa no busca pulir el discurso, sino narrar “lo que realmente pasa” en los barrios. Esa decisión estética se vincula con el origen del trap en el freestyle, donde la espontaneidad y la crudeza cuentan tanto como la técnica.
La crudeza en las letras son parte de la identidad y, al mismo tiempo, generan debate. Las canciones pueden ser consideradas hostiles para las mujeres. Tury admite que muchas de sus letras —y las de la corriente en general— emplean lenguaje sexual que sitúa al trap en un terreno que no sería bien visto por muchos padres de familia. A pesar de ello, destaca la identificación masiva del público joven: “Mi público más fiel son los jóvenes entre 16 y 26 años; incluso hay audiencia de 14 y 15 años”, cuenta.
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El crecimiento del trap paisa también ha modificado trayectorias personales. Tury le contó a EL COLOMBIANO tránsito desde la universidad —estudiaba contabilidad pública mientras trabajaba en la app InDriver— hasta que tomó decisión de dedicarse de lleno a la música. La apuesta por la profesionalización vino acompañada de la formación de un equipo propio, con roles definidos que van desde la gestión hasta la producción de contenidos con recursos mínimos: “Si no tenemos una cámara, hacemos el video con un celular”, relata.
El ascenso trae, además, oportunidades comerciales e intercambios artísticos. Tury destacó colaboraciones con artistas de la escena nacional e internacional y la posibilidad de proyectos con marcas y giras. Al tiempo, es consciente del desafío que implica mantener la identidad mientras se escala a audiencias más amplias: “Mi música va a tener un cambio, pero tampoco voy a dejar de hacer lo que la gente me conoció haciendo”, dice.
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