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A medida que pasan las horas y se restablecen las comunicaciones con la isla de Providencia, aparece con mayor crudeza la devastación causada por el paso del huracán Iota. Los pobladores de la isla lo describen con dramatismo, luego de horas de angustia y de sufrir la pérdida de sus casas, enseres domésticos, así como los negocios que intentaban revivir tras los estragos de la pandemia y la ausencia de turistas.
Desde el pasado viernes 13 de noviembre en la noche, el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos había puesto en aviso a San Andrés y Providencia, en lo que para ese momento era todavía una tormenta tropical. El sábado 14 y el domingo 15 aumentaba la fuerza de los vientos y, en cuestión de horas, pasó de tormenta tropical a huracán de categoría 1, y luego a categoría 5 del domingo al lunes, con vientos superiores a los 220 kilómetros por hora. Una turbulencia climática de tal magnitud arrasa todo a su paso, sumada a la borrasca marítima que, en palabras del Director General Marítimo de la Dimar, es la peor que se conoce en Colombia.
Los estragos en San Andrés también son grandes y pasaron muchas horas sin energía, agua ni luz eléctrica. Ayer ya se restablecían los servicios y los comerciantes procedían a arreglar sus negocios intentando volver a la normalidad. Quedan, sin embargo, infraestructuras dañadas y habrá que reconstruir varias edificaciones e instalaciones públicas y privadas.
Hay una intervención inmediata, de urgencia, que ya las autoridades, con el presidente de la República a la cabeza, están ejecutando. A la devastación se une la complejidad para la navegación aérea y marítima que dificultaban hasta ayer en la mañana la llegada de aeronaves y embarcaciones. La ayuda humanitaria finalmente pudo comenzar a llegar, con alimentos y agua, medicinas y elementos de aseo, ropa y otros elementos de primera necesidad.
Providencia habrá de ser reconstruida. Hay que levantarla de nuevo y acompañar a sus habitantes en el renacimiento de ese territorio de paz. La isla se une a la lista de tantas poblaciones del país que han enfrentado tragedias derivadas de la naturaleza y con fuerza y solidaridad vuelven a resurgir. El presidente Duque anunció un plan para estos cien días que vienen y de allí en adelante todo el país deberá ser partícipe y auditor en la gestión de una obra colectiva que deberá dejar la isla en mejores condiciones de las que estaba hasta hace pocos días.
El acompañamiento a ese departamento colombiano, territorio y zona Caribe nacional, debe ser continuo, y no agotarse con el paso de las semanas. El sector privado, ayer mismo, anunciaba mecanismos de ayuda y ciudades capitales se ponían a disposición del Gobierno Nacional para canalizar aportes y experticia en procesos de atención y reconstrucción. Nunca como antes hay que hacer sentir a las islas que no están solas, que toda Colombia está con ellos.
En cuanto al resto del país, también hay tareas por hacer. Hay una ola invernal sobre la cual el presidente Duque y las entidades del gobierno central llevan tiempo advirtiendo, a efectos de activar planes de contingencia, prevención y mitigación de riesgos. Hay estragos que la naturaleza causa sin avisar pero hay otras contingencias perfectamente previsibles. Autoridades y comunidad deben estar alertas.