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Los cuatro grupos del gabinete

Hay nombres que admirar, hay nombres que preocupan y hay otros, francamente, chocantes.

12 de agosto de 2022
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Con Gustavo Petro ocurre un fenómeno: como lo hemos conocido a través de su discurso y su activismo radical de izquierda, las expectativas frente a él han sido siempre muy tensas. Y entonces el nombramiento de cualquier persona razonable, que no participe de ese radicalismo, produce un gran sentimiento de alivio.

Tenemos que superar esa primera impresión para empezar a evaluar este nuevo gabinete. Un gabinete, por cierto, cuya composición ha sido inusualmente lenta. Esto no refleja otra cosa que la dificultad de mantener unida una coalición tan diversa como la que llevó a Petro a la presidencia. Un equilibrio particularmente difícil es el que le toca mantener entre las fuerzas de izquierda que desde hace años han acompañado a Petro por convicción y, por otro lado, los políticos tradicionales que por oportunismo y conveniencia se fueron subiendo al bus y que ahora reclaman precisamente lo que les interesa: puestos.

En este gabinete hay cosas para aplaudir: la primera es la notable participación femenina. Muy bien por eso.

La segunda es la presencia en él de personas que llegaron por trayectoria profesional y que gozan de credibilidad e independencia. Aquí, sin duda, sobresale la figura de José Antonio Ocampo, un profesional con quien se pueden tener dos o tres desacuerdos, pero cuya integridad, preparación y, sobre todo, independencia de un Petro al que no le debe nada son una garantía para la sociedad civil de que no se van a hacer locuras con nuestra economía. Desde ya habría que tener esto muy claro: una renuncia sorpresiva del ministro Ocampo, sobre todo si es por desacuerdos con el gobierno, es una señal clara e inequívoca de alarma.

En ese grupo de ministros inteligentes, preparados y técnicos, reconocidos en su sector, también están Alejandro Gaviria, en Educación; Cecilia López, en Agricultura; Susana Muhamad, en Ambiente; Catalina Velasco, en Vivienda; y Néstor Osuna, en Justicia.

El caso de estos dos últimos es curioso: el Partido Liberal, al parecer, no tenía candidatos presentables para estas dos carteras y tuvo entonces que inventarse un carné de miembros honorarios para convertirlos en cuota suya en el gabinete.

Hay un segundo grupo y es el de los nombres que despiertan inquietud en algunos sectores. Como el del ministro de Defensa, Iván Velásquez, cuya formación y trayectoria en el área de justicia y derechos humanos es destacada, pero cuyo nombramiento no ha sido bien recibido por un sector de oposición que considera que es un nombramiento revanchista y con ánimo de purga entre los militares.

O el de Álvaro Leyva, autodenominado canciller de la paz, quien lleva décadas mediando entre gobiernos y guerrillas, pero a quien se percibe como demasiado cercano a estas últimas. La “paz total”, su principal ambición, puede caer en el error de siempre de creer que la buena voluntad y el tender la mano bastan.

Planeación Nacional, que sin ser un ministerio tiene ese nivel e importancia, quedó en manos de César Ferrari, un profesor peruano que estuvo al frente del banco central de su país cuando se produjo una de las peores hiperinflaciones que recuerde la región. Es un misterio la razón de su nombramiento, habiendo tantos profesionales de prestigio dentro del propio equipo del presidente.

Hay un tercer grupo de ministros o, mejor, ministras que se han dado a conocer por sus posiciones radicales.

¿Qué pensar de la ministra de Minas, Irene Vélez? Lo primero es reconocer y admirar su trayectoria académica, muy destacada para una mujer tan joven. Las dudas que nos quedan no son en cuanto a ella, sino en cuanto a las políticas que se desarrollarían en su ministerio. Ella, más cercana a los temas ambientales y sociales que a los de energía, seguramente se encargaría del marchitamiento del sector que ha prometido Gustavo Petro, y que bien podría ocasionar al país numerosos problemas económicos y energéticos.

O la ministra de Salud, Carolina Corcho. El tono de sus trinos contra las EPS y el sistema de salud colombiano sigue haciendo temer de lo que serán sus ejecuciones al frente de esa cartera.

Cómo no mencionar a la ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, ferviente comunista que posa con banderas de ese partido mientras elogia a Chávez. No solo preocupa que alguien de ese nivel de fanatismo esté al frente de la cartera de trabajo, sino que sus expresiones son un insulto a los millones de víctimas que han sufrido de muerte, hambre y exilio bajo la dictadura venezolana.

Y un cuarto grupo de nombramientos, francamente, chocantes. Como el del ministro de Transporte, Guillermo Reyes, el mismo que en micrófonos radiales admitió que no tiene idea de los temas de su cartera, el mismo que en esos micrófonos admitió que llega únicamente porque es cuota de los conservadores que pactaron con Petro, el mismo que ha sido señalado de manera muy creíble de haber plagiado extensos apartes en textos suyos. Ahí no hay más explicación que la pura y simple mermelada.

¿O qué tal la designada minTIC, Mery Gutiérrez, insólito caso de una ministra (o tal vez ya no) que tiene demandado a su propio ministerio? Por cierto, no debe pasar inadvertido el hecho de que su designación causó gran malestar entre grupos feministas que recuerdan que ella, como pareja del ultrapetrista Hollman Morris, atacó fuertemente a esos grupos cuando a él se le señaló de múltiples casos de acoso a mujeres.

Por supuesto, los gabinetes, como la realidad, no son en blanco y negro. Gustavo Petro hizo un esfuerzo por nombrar a personas inteligentes y conocedoras del sector específico en su equipo de ministros. Por supuesto, algunas de ellas son más radicales de lo que estamos acostumbrados, pero son coherentes con la historia de Gustavo Petro. Entre unos y otros está el grueso de los nombrados. Pero, definitivamente, a Petro también le tocó, en unos cuantos de sus nombramientos, dar su brazo a torcer y darles participación a partidos tradicionales, y a pesar de su intento de vetar perfiles que no dan la talla, estos partidos siguen ratificando no estar interesados en que el país progrese, sino en cómo mantienen aceitadas sus maquinarias para preservar sus pequeños poderes intactos 

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