El martes pasado, los máximos responsables de las agencias de inteligencia de Estados Unidos acudieron a la Comisión del Senado encargada de esos asuntos. Los directores de la CIA, de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), del FBI, junto con el director Nacional de Inteligencia, Daniel Coats, ratificaron que hubo injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales de 2016, y que, animados por ese éxito -en palabras de Coats- se aprestan a hacer lo mismo para influir en las elecciones legislativas de este año: “Las operaciones cibernéticas persistentes y disruptivas continuarán contra Estados Unidos y nuestros aliados europeos utilizando elecciones como oportunidades para socavar la democracia”.
Que lo digan las cabezas con mayor acceso a información confidencial y ultrasecreta ilustra la grave magnitud de esa injerencia. Pero también lo dijo el expresidente George W. Bush, republicano como Donald Trump, la semana pasada: es bastante claro que hubo intervención, y agregó que es dañino para la confianza que deben tener los ciudadanos en la transparencia de los resultados electorales.
Pero otros líderes políticos en el Reino Unido, Francia, Alemania, España, México, Venezuela, entre otros, señalan la injerencia rusa, y apuntan hacia planes expansivos del aparato ruso de inteligencia, a las órdenes del presidente Vladimir Putin, quien lleva años en el poder y espera reelegirse de nuevo para terminar su sueño de volver a edificar la gran Rusia como contrapoder al poder de Occidente. Y lo cierto es que Putin ha demostrado ser un estratega que responde al modelo de gobernante que con movidas calculadas y fría impasibilidad va logrando sus objetivos a pesar de que los medios sean sórdidos. Véase, si no, su papel en la guerra de Siria.
Y son objetivos que está logrando sin movilización de tanques ni cohetes. Es a través de los medios tecnológicos y de los mansajes en redes sociales a gran escala: hackers, divulgadores en masa de noticias falsas, montajes cibernéticos, agencias de noticias con agendas ocultas.
¿Debe Colombia tomar nota de las alertas en otros países, y y proceder a las precauciones respectivas? ¿Cómo puede el país blindarse frente a intentos de manipulación extranjera de sus elecciones? ¿Es creíble que esto ocurra?
Dos ex altos funcionarios de Estados Unidos han hecho referencia concreta a Colombia. Frank Mora, exsubsecretario de Defensa, lo dijo hace un mes: lo que ha hecho Rusia en otros países, querrá hacerlo aquí en las elecciones de 2018. Y Thomas Shannon, ex subsecretario de Estado, al ser preguntado por el diario El País, de Madrid, sobre ese riesgo en las elecciones en Colombia, Brasil y México, advirtió que “hay que prepararse para este tipo de injerencia”.
Esas advertencias pueden sonar a muchos como complots inverosímiles. Que fluctúan entre la opinión de que Colombia no tiene la menor importancia estratégica para Rusia, o la otra que dice que, por el contrario, sigue siendo una plaza apetecible para la expansión de intereses que ya han logrado poner patas arriba a la vecina Venezuela. La realidad puede ir más bien por el medio: el país no es ni tan insignificante, pero tampoco jugador de primera línea.
En todo caso, el propio presidente Santos ha hecho referencia a que el Gobierno garantiza que no va a haber injerencias de este tipo en las elecciones. Probar que las hay no es fácil, así como no lo es desentrañar el origen de noticias falsas o rumores de campaña negra para las que, lamentablemente, no han hecho falta hackers rusos.