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Retrato por encargo. La dama de oro, de Simon Curtis

  • Retrato por encargo. La dama de oro, de Simon Curtis
15 de agosto de 2015
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El problema con los retratos por encargo, presentes desde siempre en la historia del arte, es que todos sabemos que hay un pacto tácito entre el pintor y quien paga el retrato. Con contadas excepciones, el cliente espera que el artista no haga énfasis en sus defectos y embellezca un poco su apariencia, aun cuando esto signifique que el pintor no ponga lo mejor de su talento en el encargo.

“La dama de oro”, que justamente cuenta la historia de un famoso retrato, el que hizo Gustav Klimt de Adele Bloch-Bauer y que era exhibido en Austria como una de las glorias artísticas del país hasta que Maria Altmann demandó al estado austriaco, porque podía comprobar que éste se había apropiado de esa y otras pinturas que pertenecían a su familia, adolece de los mismos problemas que los retratos por encargo: se queda en lo superficial, es incapaz de ahondar en las zonas oscuras de la historia y trata de cubrir con brillo, con las tomas a la arquitectura de Viena y con la maravillosa actuación de Helen Mirren, sus propias fallas.

Mirren hace el papel de Maria, quien contrata a Randy Schoenberg, descendiente también de judíos que emigraron a Estados Unidos tras el ascenso del nazismo, para que la ayude en lo que parece ser una empresa que la supera, pues tendrán que vérselas con las defensas legales de todo un país. Mientras el joven abogado y la señora viajan a Viena, para encontrar las pruebas que soporten su denuncia, Simon Curtis, el director, nos va relatando la infancia y la juventud de Maria, a través de unos flashbacks bellamente filmados y coloreados en postproducción, pero narrativamente intrascendentes, pues no cuentan nada que no hayamos visto ya mil veces en el cine: la crueldad nazi, los vejámenes sufridos por los judíos, el expolio al que fueron sometidos. Y como estamos viendo a Maria, ya de mayor, toda la tensión puesta en las secuencias de su huida de Viena es inútil. No tememos por su vida y su marido no parece importante en la trama. ¿Por qué sufrir por algo que sabemos que acaba bien?

Aunque la anécdota real es fabulosa, el guión no consigue crear la emoción necesaria para que no sintamos que sabemos cómo acabará todo desde antes de la mitad de la cinta. Los personajes secundarios (la joven esposa del joven abogado, el periodista con remordimientos que les ayuda, los jueces) son títeres con parlamentos tristemente didácticos o falsamente cómicos. Ryan Reynolds es superado de lejos por las habilidades de Mirren, y a la hora de hacer creíble a su personaje tampoco cuenta con la ayuda del guión, incapaz de explicar de forma convincente la transformación del abogado desde que comienza, movido por la ambición, hasta que asume el pleito como un reto personal.

No es que no valga la pena ver “La dama de oro”. Igual que ocurre con los retratos por encargo que llenan los muros de los museos, es interesante y agradable. Pero, como el arte que no conmueve, se olvida fácilmente una vez que apartamos la vista de la pantalla..

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