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7 y 9
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En últimas, una distopía también es la narración del mundo que perdimos o que podemos perder. La descripción de un estado autoritario habla sobre la libertad perdida. Si el nuevo orden indica que debemos tomar medicamentos para suprimir las emociones, la ausencia que se nota es la de la borrasca emocional que nos gobierna; si no podemos emitir ningún ruido porque un arácnido del espacio nos cazaría, entendemos los mundos invaluables que residen en la palabra, en la música, en el barullo de los pájaros, incluso en el llanto desbocado. Una serie como Snowpiercer, en la que el mundo está congelado porque la soberbia de los humanos congela el núcleo terrestre en su intento por revertir los estragos del calentamiento, muestra un mundo en el que lo perdido es el equilibrio. Las muchedumbres hacinadas en un tren imposible, que recorre sin pausa la tierra para no congelarse, extrañan el calor, extrañan la posibilidad de estar solos, extrañan la distancia, los frutos frescos, y aunque las vías sobre las que se mueven circundan el orbe, extrañan la posibilidad del viaje.
La trama de fondo parece básica, incluso ingenua. En el tren descomunal existe una división por clases. Quienes ocupan el vagón de la cola son los polizones que abordaron en el último momento. Es entre los desclasados, los desposeídos, los que no tienen nada que perder, donde se empieza a gestar la rebelión. Las condiciones cambian según se avance en los vagones. Hay terceras, segundas y primeras clases. Existe una élite y un gobierno que con mano de hierro controla los suministros, los recursos. Ese control, en algún momento de la trama, será imposible de mantener, es predecible lo que ocurrirá pero los episodios están llenos de otros pequeños detalles, impredecibles, que convierten en algo secundario esa trama de emancipación y libertad.
En primer lugar, el diseño de producción es minucioso. La mayoría de las escenas ocurren en un interior opresivo, donde todo es oscuro y estrecho. La historia se desarrolla cuando el tren ya lleva siete años recorriendo los gélidos continentes de la Tierra. Las personas han tenido que aprender a vivir con sus limitaciones. Todos quieren avanzar a los vagones de adelante pero igual encuentran el modo de hacer la vida y mantener, por supuesto, una condición humana caracterizada por el ansia de poder y la búsqueda de puntos de fuga: hay drogas para distraer el espíritu, mujeres dedicadas al ejercicio de una prostitución hipnótica, peleas orquestadas con las intenciones del Circo Romano, crímenes que se cometen en los puntos ciegos de esa sociedad supervigilada, desviaciones macabras de canibalismo y destrucción que poco a poco roerán los cimientos del frágil orden.
También hay imágenes entregadas a cuentagotas del amenazante mundo exterior, hecho hielo. Las ciudades parecen civilizaciones de cristal, suspendidas en el tiempo; de los puentes colosales de las metrópolis cuelgan carámbanos que hacen pensar en los cuernos de bestias antediluvianas; quien exponga la piel, aunque sea por un par de segundos, a ese frío se convertiría también en una estatua de hielo. Ese mundo desolado de ficción que se puede ver a través de las ventanas de ese tren que avanza como un rompehielos imparable contiene una belleza abrumadora. Es feroz, está vacío, espantó la vida de la superficie, se parece tanto al paisaje de un planeta yermo en un lejano confín del espacio que no tarda uno en preguntarse cuánto falta para que lleguemos de verdad a ese punto.
Esta serie emitida en Netflix está basada en un cómic, pero también existe una adaptación cinematográfica de 2013 dirigida por Bong Joon-ho, el director de la premiada Parásito. Las dos versiones no tienen nada que envidiarse. La película tiene un ritmo más frenético, todo sucede demasiado rápido. La serie se toma su tiempo para desarrollar una subtrama noir y también para presentar a personajes más complejos, como la mujer interpretada por la fantástica Jennifer Connelly, quien lleva el timón de este extraño navío, aparentemente en el rol de cruel villana, aunque por momentos sugiere que tiene una cara oculta, quizás una faceta que mantiene en secreto porque es su último enlace con el mundo perdido.