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Hace unos días leí en la prensa internacional una historia que me dejó perplejo. Una real muestra del poder de la música, nada de poesía ni de eufemismos, un poder real, mágico y contundente.
La historia habla de Dagmar Turner, una violinista integrante de la Orquesta Sinfónica de la Isla de Wight y además cantante de varias sociedades corales de su país. La violinista de 53 años padecía de un tumor cerebral que cada día crecía más y en un futuro podría causar problemas irreversibles en su humanidad, el tumor debía ser extirpado cuanto antes, pero el riesgo de perder la movilidad en sus manos era más que evidente. El tumor que crecía estaba en su lóbulo frontal derecho, cerca de un área que controla el movimiento de sus manos.
El miedo de Dagma Turner era regresar de la cuidadosa operación y no poder volver a interpretar el violín, pero aún había una idea arriesgada que podía funcionar.
El plan era muy complejo, para un ser humano común y corriente, casi imposible. Abrir su cráneo e intervenir su tumor mientras ella interpretaba el violín.
Los médicos del King’s College Hospital del Reino Unido hicieron un mapa del cerebro de Dagmar antes de la operación y lograron identificar cuales áreas se activaban cuando ella tocaba su instrumento, áreas que además controlan el lenguaje y los movimientos.
El plan era despertarla de la anestesia luego de haber abierto su cráneo para que ella pudiera tocar el violín mientras era intervenida en el quirófano, así los cirujanos no entrarían en contacto con las áreas fundamentales del cerebro que envían los impulsos a los movimientos delicados y musicales de sus manos.
Una historia escalofriante, esperanzadora, sacada de las vísceras más crudas de la fantasía y el terror de la ciencia ficción, pero con un final tan feliz como increíble.
Dagma Turner se recupera de la compleja operación, y quizá en muy poco tiempo regrese a las felices líneas de la Orquesta Sinfónica de la Isla de Wight.
Al terminar de leer y de ver las imágenes de Dagma intentando hacer los vibratos, deslizándose por ese pequeño diapasón y generando melodías dentro de la escala tonal, mientras su cráneo abierto era intervenido por más de cuatro personas, solo deja ver el amor que esta mujer tiene por la música, y el poder sin medida del sonido encapsulado en tantos corazones.
Muchas veces además escuché que la música salva, pero nunca había tenido frente a mis ojos y oídos atentos un ejemplo tan literal y esperanzador.
La música y el violín salvaron a Dagma Turner no solo de morir, sino de vivir sin la vida entera, interpretar su violín para seguir salvando la vida de muchas otras personas que no necesitan tener el cráneo abierto para estar muertos en vida.
Gracias música, todopoderosa.