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¿Hace cuánto no dedica una canción por teléfono?

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05 de febrero de 2018
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Diego Londoño @Elfanfatal

Despertó sin despertador, aún era de noche. Tomó café y miró al suelo sin pensar en nada. Lavó su cuerpo, peinó sus canas y sus cejas. Colonia fina detrás de las orejas, menticol en las manos para sentirse más fresco. Un pañuelo para el bolsillo delantero derecho, un monedero para el izquierdo. Aferró las cargaderas al pantalón que ahora rodean su camisa a cuadros roja y blanca.

“Que se quede el infinito sin estrellas, o que pierda el ancho mar su inmensidad...” cantó a manera de susurro para no despertar a sus vecinos que aún duermen. El pequeño radio oxidado y de pilas lo empacó en un morral de mano color café. Un par de panes con un huevo de doble yema, más café. Una limpieza rápida de dientes que no son naturales, más colonia pero ahora en el cuello. Cerró la puerta de su casa y salió lento a buscar los primeros rayos del sol.

Limpió sus gafas con el pañuelo, saludó al vecino, también a la vecina y al señor que siempre está de pie, sonriendo, en la barra de la tienda. Se sentó y pidió un café en la cafetería de siempre, sin azúcar pero con una chocolatina pequeña para endulzar. Leyó la prensa, lo que alcanzó porque a su lado se sentó Alberto, su amigo que no sabe su nombre y que siempre le habla de la vida, de la radio y hasta de política. Nunca lo deja leer.

Pagó con las mismas monedas que todos los días saca de una de las macetas de su casa, en ella una planta llamada Millonaria, que carga bajo sus hojas el mito de la abundancia económica, por eso el ritual es sembrarle monedas, como semillas. Las desentierra, las lava y se transforman en café con chocolatina.

Camina sin pisar las líneas del pavimento, mira los árboles, canta en susurro, ahora para que nadie sepa que está cantando. Apaga los ojos levemente cada que alguien se acerca y simplemente sonríe de medio lado.

Saca tres monedas más y una libreta color mostaza, se acerca al teléfono rojo, mira a su alrededor, abre el morral de mano color café, saca el radio, lo enciende y pulsa los números que dan tono. Sube el volumen y ahora suena la canción a través de la bocina. Vigila a su alrededor, sonríe y se siente observado, como temiendo algo.

Una, dos, tres monedas, termina la canción, descuelga la bocina. Mira a su alrededor y se marcha sin aviso. A lo lejos lo veo y como un ladrón, robo ese momento para siempre. Y así, en un barrio en Medellín, día por medio, parado ahí, espero a que se repita ese momento para yo simplemente soñar con lo impensable.

Esta probablemente es la historia del señor que dedica canciones en los teléfonos públicos, quién sabe. Lo que sí importa es que quizás usted hace años no practica este ritual enamorador de dedicar una canción a través de una bocina.

Y así no lo crean, este personaje es real y vive y dedica sus canciones en Medellín. Ojalá tengan la oportunidad de vez en vez, como me pasó a mí, de verlo colgando el teléfono luego de dedicar una canción. No solo nos falta creer en más historias como estas, sino también vivirlas ¿Hace cuánto no dedican una canción por teléfono? Atrévanse, yo ya lo hice, se va a sentir muy bien.

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