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Grande y torpe. Día de la independencia contraataque, de Roland Emmerich

25 de junio de 2016
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Así como puede haber gente que prefiere la guerra a la paz (allá ellos con su tontería) y uno tiene que respetar esa opinión porque de eso se trata una sociedad plural, habrá seguramente muchas personas que disfruten viendo ese despropósito de magnitudes colosales que es “Día de la independencia contraataque” y crean, cuando salgan del cine, que asistieron a una buena película. Para ellos no será esta crítica, pues si uno se rio con los chistes de nivel mono neuronal que abundan en la cinta, poco podrá hacerle cambiar de opinión algún argumento. Este texto es, sobre todo, para aquellos que sienten que el cine de entretenimiento puede ser algo más que juntar elementos efectivos (la lucha contra una raza invasora, protagonistas apuestos, naves de combate) y agitarlos en una coctelera. No hay que enojarse porque la taquilla respalde propuestas como la de Ronald Emmerich. Finalmente, es más dañina la ceguera política que la cinéfila.

Argumentos sobran para decir por qué “Día de la independencia contraataque” es una desgracia que costó 200 millones de dólares. Parece como si las cinco personas responsables de escribir la historia, hubieran hecho cada uno un guión por su lado y luego los hubiera juntado una mecanógrafa ciega. No se puede creer la sarta de inconsistencias argumentales (peleas entre personajes para crear falsos desacuerdos, gente que se cura, se enferma de nuevo y vuelve a estar saludable en cuestión de minutos), coincidencias temporales inverosímiles (un piloto llega del espacio, ¡del espacio!, justo a tiempo para ver cómo se desploma la azotea de un edificio donde un pariente trataba de escapar, por mencionar una sola) y diálogos tan torpes que hacen ver a la primera parte de esta historia, que ya era mala, casi como una película digna de premios.

Que se haya negado a participar en esta continuación habla más bien que mal de Will Smith. Al menos demuestra que lee los guiones. Ninguna de las nuevas incorporaciones, ni Liam Hemsworth, ni Jessie T. Usher, logra siquiera imitar el carisma innegable del actor, sin el cual aquella “Día de la independencia” de 1996, habría sido todavía más desastrosa. Es tan pobre la construcción de las acciones (porque las películas de ciencia ficción al menos deben plantear cierta lógica para que uno les crea) que en muchas ocasiones los personajes se ven obligador a decir pendejadas en voz alta: “Pero cómo llegó ahí”, “Pero cómo no la vimos” (una nave espacial que ocupa la mitad de un océano, pero que ningún radar detectó) para que la bobada no sea tan obvia. Incluso hay escenas donde uno siente que los actores hacen esfuerzos enormes para no reírse frente a la cámara. “Día de la independencia contraataque” es la demostración de que con mucho dinero cualquier imagen es posible (destruir ciudades, secar océanos) pero ni toda la plata del mundo logra que una mala idea deje de serlo mágicamente.

De nuevo me dirán: “¿Y las multitudes que la ven?”. Lógico. Siempre le sobrarán admiradores a las guerras idiotas.

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