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En las manos de un ángel

10 de octubre de 2020
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Diego Agudelo Gómez
Crítico de series

La primera secuencia es cruda. Cuatro sacerdotes son asesinados brutalmente en la casa que comparten. Un hombre con el infierno de la locura echando chispas en sus ojos los cose a puñaladas, les abre las gargantas, pinta de sangre las alfombras y las paredes. Este crimen es el preludio para una historia que poco a poco teje un entramado de sucesos perturbadores, protagonizados por personas enfermas, sádicas y monstruosas.

Una de ellas es la enfermera cuyo apellido titula la serie: Mildred Ratched. La actriz que encarna a Ratched es todo un augurio de lo desquiciado. Sarah Paulson se ha hecho conocida por las sucesivas temporadas de American Horror Story, en cuyas tramas se ha enfrentado a fantasmas, lunáticos, entidades de otro mundo, demonios, fenómenos de circo y cuanta criatura nutre los catálogos del terror. De modo que su rol estelar en esta nueva serie de Netflix empieza a ejercer un magnetismo sobre todo lo que es cruel y malvado. Es una heroína subterránea con un propósito turbio el cual trata de cumplir con retorcida creatividad.

El personaje está basado en la enfermera Ratched de la película Atrapado sin salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest) de 1962, que a su vez era la adaptación de una novela de Ken Kesey. En la película, la enfermera era implacable y despiadada. Hacía un despliegue deslumbrante de gestos d0e piedra y miradas subyugantes. Así tenía que ser el talante de alguien que debe lidiar con todo un rebaño de mentes perturbadas. La actuación de Louise Fletcher le valió un Oscar y laureles semejantes merecería Sarah Paulson por su interpretación en la serie.

La enfermera Ratched aparece arrastrando un pasado enigmático. Algo la vincula con el asesino de los sacerdotes pero su historia solo hacen parte de todo un desfile de destinos malogrados: un médico con una identidad falsa que ensaya tratamientos que parecen el intento de fundar una nueva inquisición, una mujer de personalidad múltiple que absorbe la identidad de una de sus víctimas, una aprendiz de enfermera que se deja seducir por el encanto de un asesino, un gobernador con ansia de convertir la pena de muerte en un espectáculo, un detective que por meter sus narices en terrenos prohibidos termina como carne de estofado, una millonaria que no escatima en gastos para satisfacer el deseo de venganza de su hijo amputado. (Esta millonaria, por cierto, merecería un capítulo aparte porque revive para la pantalla a la inigualable Sharon Stone, que pavonea su glamour con la misma gestualidad fatal que la convirtió en diosa del cine en los años ochenta).

Los personajes de Ratched llenan cada episodio de un sórdido encanto que se amplifica por todo el diseño de producción. La serie está ambientada en los años cincuenta, recién acabada la Segunda Guerra Mundial. Pareciera que todo el mundo quisiera cubrir los traumas y secuelas de esa orgía de sangre y fuego con un vestuario espléndido: las enfermeras lucen sus uniformes con el más pulcro recato y el ajuar de vestidos de la enfermera Ratched es como la ensoñación de una emperatriz que quisiera celebrar cada noche un baile de máscaras. Por otro lado, el escenario es apabullante. Un hospital mental en medio del campo, limpio, de suelo lustroso y habitaciones decoradas con la sobriedad suficiente para contener los espíritus turbulentos que alojan.

En Ratched nada es lo que parece y cada personaje luce una máscara tras la cual acechan rostros deformados, cicatrices que siguen supurando bilis hacia dentro, corroyendo la mente y provocando alaridos que claman por algún gesto piadoso. La enfermera Ratched a veces escucha esos gritos y asume el papel de un ángel compasivo y esto nos enfrenta con otro hecho perturbador: a veces, quienes dejan su destino en las manos de un ángel se arriesgan a que los dejen caer en pleno vuelo.

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