Después de la COVID-19, ¿volverán las redacciones?

Wilson Vega

18 de septiembre de 2020

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Esta semana, el grupo Tribune, el conglomerado mediático dueño de, entre otros, el Orlando Sentinel y el Chicago Tribune, les informo a los periodistas del Daily Press de Newport que cerrará la redacción de manera permanente. No hace mucho una decisión similar cerró la redacción de The Virginian-Pilot, en Norfolk, también de propiedad del grupo.

No quiere decir que los redactores, fotógrafos, diseñadores y demás trabajadores de esos medios vayan a dejar de producir su “milagro diario”. Quiere decir que en el futuro cercano seguirán trabajando desde sus casas, como lo han hecho en tiempos de pandemia.

Es fácil ver los motivos. La industria de los periódicos ya estaba en crisis antes de la pandemia, y el golpe de una economía en riesgo de recesión impactó a su modelo de negocios basado en publicidad de una manera que solo se puede describir como catastrófica, pese a que casi todos disfrutan por estos días de índices históricos de lecturabilidad. Entre golpe y golpe, el modelo de trabajo remoto de pronto probó ser no solo posible, sino conveniente.

De hecho, los resultados de la experiencia son tan positivos que recientemente, en un artículo en su sitio web, el Nieman Lab sentenció: “En este momento de crisis tenemos la oportunidad de trazar un rumbo proactivamente para nuestra industria: las redacciones que sobrevivirán y prosperarán en un mundo post-COVID-19 serán las que acojan el cambio hacia equipos distribuidos”.

No es tan simple como el ahorro en espacios y servicios. Las ventajas que el trabajo remoto ofrecen para equipos periodísticos van desde la depuración de los ritmos de trabajo y la apropiación de una cultura organizacional on line hasta la inevitable exploración de formatos, de lenguajes, más apropiados para una realidad distribuida y transmedia.

No quiere decir que todos vayan a seguir ese camino... o que deban hacerlo. Las redacciones de los diarios más establecidos de seguro volverán a abrir, y aunque la tensión propia de los grandes cubrimientos volverá a sentirse, quizás se suavice en algo el prurito de los editores cuando no ven a sus redactores en sus puestos.

Es extraño que se haya necesitado una pandemia. La flexibilidad y la movilidad han sido desde siempre virtudes del reportero y hace bastante más de una década que comenzamos a apreciar el valor de las marcas personales además de las institucionales.

Claro, hay costos asociados con la virtualidad. Se necesita dotar al personal de software productivo y soluciones de ciberseguridad, además de entender y atender las necesidades que genera el teletrabajo en materia de protección al trabajador. Pero, por otro lado, si la redacción queda en el ciberespacio, no hay razón por la cual su redactor de Cultura no pueda estar en Acacías, o en Londres o en Jerusalén y seguir cubriendo su fuente.

¿Le parece exagerado? Piense en que la virtualización abre espacios para la diversificación de las redacciones y, por tanto, para un proceso de apertura que no puede sino dinamizar la labor de los medios. Más allá del tiempo que se gastan en moverse hacia la redacción, el único lugar en donde tienen garantizado que no van a encontrar noticias, los reporteros pueden acercarse a sus comunidades, no solo en términos geográficos, sino de sus áreas de influencia. Y ya subidos al bus del trabajo distribuido, los equipos aprenderán a colaborar y enriquecer el trabajo de los otros, con lo que al final gana el lector.

A lo mejor divago. Pero creo que al menos algunos de los directivos -y muchos de los periodistas- pueden estar pensando lo mismo. Como sea, hay caminos por explorar. Y una vez superada la crisis del coronavirus, el único camino incorrecto sería el que mira hacia atrás.