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Cuando el diablo barre la acera. El clan, de Pablo Trapero

18 de octubre de 2015
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“Nunca pensé encontrarme con el diablo/ tan vivo y sano como vos y yo/ Tenía la risa que le dan los años/ y la confianza que le da el temor.

La letra de “Encuentro con el diablo” de Seru Giran, la canción que suena al comienzo y al final de “El clan” es más que una pista. Es la descripción corta y contundente de la historia que Pablo Trapero, ganador gracias a este trabajo del premio a mejor director en el Festival de Venecia, nos presenta. Porque con eso nos vamos a encontrar. Con la maldad. Pero no con la de los monstruos o los fantasmas de las películas de terror, sino con la maldad serena y plácida (y por lo tanto más temible) de alguien que luce como cualquier hijo de vecino, como se veían los Puccio en la Argentina recién llegada a la democracia, a comienzos de los ochenta.

Para los públicos de otros países, la historia de esta familia que secuestraba y mantenía cautivas a sus víctimas en su propia casa en el barrio San Isidro, no tiene las connotaciones emotivas ni la resonancia que sí ha causado en los argentinos, que la han convertido en la película local más exitosa del año. Sin embargo, el oficio de Trapero, ya indiscutible gracias a una de las carreras más sólidas del continente (recuerden “Leonera” o “Mundo grúa”) logra trascender los localismos con una reconstrucción de época impecable, a una propuesta fotográfica que imita el cine de finales de los setenta (fíjense en el uso de ciertos lentes que le quitan definición a los bordes de las cosas, por ejemplo), y a una fluidez narrativa que nunca dejan que el ritmo de “El clan” decaiga. Hay que destacar entre sus buenas decisiones además, esa preferencia por el primer plano amplio, tomando a los personajes casi siempre desde el pecho para arriba, que nos pone como espectadores prácticamente a su lado, y nos brinda una sensación de intimidad con ellos (incluso complicidad) que aumenta la sensación de urgencia que invade todo el relato.

Probablemente por razones de tiempo, Trapero se concentra en la relación entre el patriarca de la familia, Arquímedes Puccio, interpretado con frialdad y cinismo terroríficos por Guillermo Francella, y uno de sus hijos, Alejandro. En esa relación, está el verdadero corazón de la película: ¿cómo nos volvemos cómplices de la maldad? ¿Porque nos atemorizan, tal vez?, ¿o porque la ambición hace que perdamos nuestros principios? ¿O sólo por lealtad a los que queremos? No es una respuesta fácil, por supuesto, y Trapero no pretende tenerla. Incluso si algo es discutible en “El clan”, es que la película carece de la profundidad argumental que en títulos como “Carancho”, era mucho más palpable para el espectador. Aquí más que preguntas éticas, hay una anécdota narrada con suma competencia, pero tal vez con algo de superficialidad en las motivaciones presentadas. Aunque a lo mejor eso sea lo más terrible: que el diablo no tiene razones profundas. Que es un tipo como usted o como yo, que madruga a barrer su acera y sólo quiere comer con su familia y dormir bien.

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