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¿Ríen los androides con chistes eléctricos? “Big bug”, de Jean-Pierre Jeunet

14 de febrero de 2022
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La comedia es el género por excelencia del presente. Para que un chiste cause risa necesita que el auditorio que lo escucha comparta unos códigos e incluso unas creencias con quien lo cuenta. Por eso cuando Alvy Singer le preguntaba al propio Marshall McLuhan alguna cosa mientras hacía fila con Annie Hall, todos en 1977 se reían al ver a Woody Allen conversando con el filósofo. El mismo chiste visto hoy necesita explicación para la mayoría (¡y eso que sí terminamos viviendo en una “aldea global”!) y apenas causará tímidas sonrisas en unos pocos. Por eso en una sociedad tan fragmentada como la nuestra, donde las personas se identifican como integrante de grupos sociales cada vez más particulares, se hace más difícil también hacer humor: son muy pocos los códigos que compartimos todos y es muy fácil trasgredir las normas tácitas de muchos de esos colectivos. Ofenderse es más popular que reírse.

Esa conexión con el presente hace que haya muchas menos comedias de ciencia ficción que dramas. Pensar y crear futuros posibles desde el prisma del dolor es más sencillo, porque finalmente nadie se imagina el apocalipsis en broma (aunque tal vez deberíamos) y para hacerlo sólo debemos suponer que el mundo caerá en alguno de los peligros que adivinamos en el presente. ¿Pero de qué se van a reír los seres humanos del futuro? Esa pregunta es tan compleja que los guionistas prefieren, a la manera de “Los Supersónicos” de Hanna-Barbera, ubicar los problemas del presente en el futuro. Así lo hace Jean-Pierre Jeunet, el mismo director de “Amelie” o de “Micmacs” en “Bigbug”, estrenada el viernes pasado en Netflix, y el resultado, aunque cae más de lo que quisiera en los enredos de cierta comedia francesa, tiene algunos méritos.

Es 2050 y la humanidad ha cedido el control de la sociedad misma a los robots (los Yonix, una especie de militares exaltados en cuerpos metálicos), con la excusa de que son mucho más eficientes. En una casa de un barrio de clase media alta, un grupo variopinto de personajes se ve encerrado contra su voluntad y enfrentado a uno de los androides que ejerce la autoridad, mientras en el exterior parece que los Yonix se han rebelado. La búsqueda de otros robots de versiones previas con los que conviven por necesidad (un robot de limpieza, otro creado como compañero de adivinanzas, un ama de llaves cibernética) por querer ser más humanos, les permitirá ponerlos de su parte para intentar salir.

Jeunet se burla de nuestra tendencia a querer que la tecnología nos haga todo (en una escena un personaje usa un dron miniatura para que le encuentre las gafas) y apunta con dardos punzantes a temas como la clonación de mascotas, la futura incapacidad humana ante el contacto físico o la obsolescencia programada. Pero no consigue uniformidad en el tono (el programa de televisión en que los robots degradan a los humanos parece de otra película) y dedica mucho tiempo a los enredos de alcoba y al “plan de fuga”, en lugar de enfocarse en la veta de crítica a la sociedad, que es la más interesante de la propuesta. El resultado es tan desigual que al final sentimos la misma decepción del público ante un cómico joven que, para ir sobre seguro, cuenta en su mayoría chistes viejos.

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