Hay una crisis general en la justicia, que se pone de manifiesto en su falta de credibilidad. Las encuestas muestran una gran insatisfacción de la comunidad no solo respecto de la Corte Suprema de Justicia, sino del Consejo de Estado y de la Corte Constitucional.
Todo esto obedece a una politización que se fue consolidando a partir de la expedición de la Constitución de 1991, y desde que los mecanismos de selección de los magistrados de las altas cortes están contaminados y eso se ha puesto de manifiesto: allá no están llegando los mejores ni los de mayores méritos y hojas de vida, sino los que tienen más habilidad para hacerse postular. Ese es un defecto inherente al sistema de elección que hay.
Pero yo voy más allá porque el problema es más de fondo. Realmente se trata de que tenemos una dirigencia sin principios, y eso por ahora no tiene remedio. Eso solo se resuelve cuando una crisis se agudiza y se toque fondo, y la gente se dé cuenta que hay que volver a los valores fundamentales. Pero ese no es el estado de la sociedad hoy, altamente permisiva y cuyos valores están por completo relativizados. En tales condiciones, los valores se nivelan por lo bajo. Mientras el sistema de selección se fundamente en la intriga, todo estará perdido.