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La mañana estremece, la tierra tiembla, uno preferiría que el día no hubiese despuntado. De expertos en aborto y derechos sobre el cuerpo femenino, nos convertimos en estudiosos de los conflictos bélicos de Europa, la prensa habla de robots diseñados para atacar inmigrantes en la frontera de México y Estados Unidos, el petróleo sigue al alza, las bolsas a la baja. Mientras allá las tropas avanzan, aquí precisamos de potentes mediadores para dirimir este conflicto interno que no cesa; cuando no son las armas de unos y otros, es la lengua y la palabra de todos. ¿Para qué construir coaliciones si el propósito es seguir maltratándose? ¿Para qué bautizarlas con eufemismos si al final para todos el Estado es la piñata de la que buscan arrebatar la mejor parte? Nunca fue tan descarnada la negociación del botín burocrático.
Somos un país en el perpetuo borde del abismo, el balancín parece empujarnos al vacío. Mientras pienso en esta columna, mi amigo Juan me envía el discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura de Olga Tokarczuk en 2019; leo: “el mundo se está muriendo y no lo notamos. No vemos que el mundo se está convirtiendo en una colección de cosas e incidentes, una extensión sin vida en la que nos movemos perdidos y solitarios, arrojados aquí y allá por decisiones de otra persona, limitados por un destino incomprensible, una sensación de ser el juguete de las principales fuerzas de la historia o el azar. Nuestra espiritualidad se está desvaneciendo, se está volviendo superficial y ritualista. O bien nos estamos convirtiendo en seguidores de fuerzas simples: físicas, sociales y económicas que nos mueven como si fuéramos zombies. Y en un mundo así somos realmente zombies”.
Continúa Tokarczuk: “la avaricia, la falta de respeto a la naturaleza, el egoísmo, la falta de imaginación, la rivalidad interminable y la falta de responsabilidad han reducido el mundo al estado de un objeto que se puede cortar en pedazos, agotar y destruir”.
Para remediar esta hecatombe, la autora reivindica la ternura, porque es el arte de “personificar, de compartir sentimientos [...], porque la ternura es la forma más modesta de amor. Es el tipo de amor que no aparece en las Escrituras o en los Evangelios, nadie lo jura, nadie lo cita [...], aparece donde miramos de cerca y con cuidado a otro ser, a algo que no es nuestro yo”.
¿Será esa la carencia de los líderes actuales? ¿Será por eso que se maltratan y parecen despreciarnos ? Bien dice Tokarczuk: “la ternura es espontánea y desinteresada; va mucho más allá del sentimiento de empatía. En cambio, es el compartir consciente, aunque quizás un poco melancólico, del destino común. La ternura es una profunda preocupación emocional por otros, por su fragilidad, su naturaleza única y su falta de inmunidad al sufrimiento y los efectos del tiempo. La ternura percibe los lazos que nos conectan, las similitudes y la similitud entre nosotros” ¡Veámosla!