En el suelo del bosque, entre la hojarasca húmeda y el batir insistente de las alas de las mariposas, una trampa cargada con hígado podrido espera en silencio. No es un accidente ni un gesto de abandono: es parte de un protocolo científico desarrollado en los corredores ecológicos que rodean las represas de Porce II y Porce III, donde biólogas busca atraer —para estudiarlos— a los organismos que sostienen la vida de esos paisajes, aunque rara vez se vean a simple vista: insectos y hongos.
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Ese trabajo minucioso dio como resultado la Guía de insectos y hongos. Centrales hidroeléctrica Porce II y Porce III, una publicación científica y divulgativa que forma parte del Convenio BIO, una alianza entre EPM y la Universidad de Antioquia, pensada para conservar la biodiversidad y conocer mejor los territorios en torno a proyectos hidroeléctricos. La propuesta de incluir insectos y hongos en este estudio surgió desde el equipo del campus, liderado por Felipe Cardona, director del Herbario UdeA.
Los insectos y los hongos son, por cantidad y función, dos de los esquemas biológicos más importantes del planeta. Mientras los primeros dominan la superficie y el aire, actuando como polinizadores y descomponedores, los segundos reinan bajo tierra: degradan materia orgánica, transforman la hojarasca en nutrientes y forman redes subterráneas que conectan árboles y transportan recursos. “Estos dos pequeños grupos de ingenieros se encargan de un trabajo pesado de la naturaleza: polinizan, degradan, reciclan y regeneran”, señala la introducción de la guía.
Para caracterizar la diversidad de insectos en la zona, dos investigadoras del Grupo de Entomología (Geua) del Alma Máter, Carolina Henao y Juliana Torres, realizaron muestreos en distintos tipos de hábitat: terrenos muy perturbados, como pastizales sin árboles donde el sol golpea directamente el suelo; áreas semi perturbadas, con vegetación secundaria en recuperación; y bosques conservados, con árboles altos, hojarasca abundante y microambientes diversos. Esa clasificación permitió comparar la presencia de especies según el estado de conservación del ecosistema.
Pero, ¿y cómo lo hicieron? En cada sitio, instalaron distintos tipos de trampas diseñadas para atraer conjuntos específicos. Para insectos voladores, usaron trampas Van Someren Rydon con fruta o carroña como cebo. De igual forma colocaron trampas de intersección tipo Malaise —similares a carpas de malla fina— que capturan insectos en vuelo. Para los caminadores, utilizaron trampas de caída o pitfall traps, cargadas con hígado descompuesto o pescado podrido. “Una vez allí, direccionamos los muestreos con sistemas de trampas específicos para poder ver ciertos grupos importantes, que son bioindicadores que nos enseñan cómo están los bosques”, explicó Carolina Henao.
Los resultados fueron sorprendentes. “Colectamos más de 16.000 individuos, de 17 órdenes de insectos, un poco más de la mitad de los que hay en Colombia. Realmente la diversidad en el poco tiempo de muestreo fue enorme”, detalló Juliana Torres. Entre los grupos identificados hay mariposas, mantis religiosas, libélulas, zancudos, grillos y marías palitos, especies que además de su valor estético, cumplen funciones clave dentro de las redes tróficas y la salud del lugar. En total, la guía incluye 47 fichas ilustradas de insectos, seleccionadas por su valor representativo y morfológico.
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En paralelo, el Grupo de Taxonomía y Ecología de Hongos (Teho) trabajó en parcelas de conservación ubicadas alrededor de los embalses. Estas áreas, diseñadas para monitorear la flora local, fueron también el escenario perfecto para registrar la diversidad fúngica. Allí, en suelos húmedos o troncos en descomposición, los investigadores encontraron 178 especímenes, de los cuales seleccionaron 40 para la guía por su morfología distintiva.
Algunos de estos hongos —como la Cookeina sulcipes, de copa anaranjada, o la Xeromphalina tenuipes, de sombrero pequeño y textura coriácea— pueden identificarse a simple vista, lo que los convierte en herramientas ideales para la educación ambiental. “Muchas veces la gente encuentra hongos, pero no saben a qué familia pertenece. Así que elegimos unas que tuvieran una morfología muy característica y que con la sola imagen se pudiera identificar”, explicó Denis Cristina Benjumea, micóloga a cargo del estudio.
Además del valor divulgativo, los hallazgos tienen un peso científico considerable: se identificaron 12 posibles nuevas especies para Colombia y al menos 10 que no habían sido registradas antes en Antioquia. Eso amplía el conocimiento sobre la región y los mapas de distribución en el país.
Aún así, una parte clave de ese conocimiento permanece oculta bajo tierra. Según Benjumea, lo que el caminante ve —el hongo como sombrilla o copa— es solo la “fruta” de un organismo mucho más complejo. “La parte más importante está bajo tierra, como una red de hilos microscópicos que forman una estructura conocida como micelio”, explicó. Ese micelio puede extenderse por kilómetros, articulando árboles, compartiendo nutrientes y manteniendo vivo el bosque.
El contexto geográfico donde se desarrolló este trabajo tampoco es menor. Porce II y Porce III se ubican en el nordeste antioqueño, en medio de un paisaje de colinas húmedas, lluvias intensas y diversidad biológica excepcional, donde los embalses y sus áreas de protección funcionan como corredores ecológicos que conectan entornos fragmentados y permiten el tránsito de fauna y flora. La guía es, en ese sentido, una herramienta de conservación.
Más allá de los datos y las fichas, el valor de esta publicación está en su propósito: reconocer lo que habita al margen de lo evidente. En tiempos de crisis climática y pérdida acelerada de biodiversidad, mirar al suelo, a los troncos caídos y a las pequeñas alas que zumban entre la maleza puede ser el primer paso para comprender lo que está en juego.