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Águila arpía, el gigante de los cielos colombianos

En Colombia habitan el águila arpía y el águila arpía menor, dos especies majestuosas y gigantes. ¡Conózcalas!

  • A la izquierda águila arpía menor, a la derecha águila arpía. Foto Cortesía Proyecto Grandes Rapaces Colombia.
    A la izquierda águila arpía menor, a la derecha águila arpía. Foto Cortesía Proyecto Grandes Rapaces Colombia.
  • Águila arpía. Foto Cortesía Proyecto Grandes Rapaces Colombia
    Águila arpía. Foto Cortesía Proyecto Grandes Rapaces Colombia
  • Águila arpía menor. Foto Cortesía Proyecto Grandes Rapaces Colombia
    Águila arpía menor. Foto Cortesía Proyecto Grandes Rapaces Colombia
  • De izquierda a derecha, Mateo Giraldo, director del Proyecto Grandes Rapaces Colombia, Yulisa Navarro, bióloga Sociedad Ornitológica de Córdoba y Diego Polo, el custodio de nuevo pichón de águila arpía menor. FOTO Cortesía
    De izquierda a derecha, Mateo Giraldo, director del Proyecto Grandes Rapaces Colombia, Yulisa Navarro, bióloga Sociedad Ornitológica de Córdoba y Diego Polo, el custodio de nuevo pichón de águila arpía menor. FOTO Cortesía
15 de mayo de 2023
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Una de las águilas más grandes y poderosas del mundo habita en Colombia: el águila arpía. Un ave gigantesca, bautizada así por los primeros exploradores europeos dada su semejanza con las arpías, esos seres mitológicos con cara de mujer, cuerpo de ave y garras enormes. Una especie de la que se sabe tan poco, que también parece un mito.

“Es un animal muy raro, fascinante. La gente las mata por curiosidad y luego se arrepienten. Las matan también por miedo a que se coman los animales, y porque son gigantes, a veces uno las ve y parecen una persona por allá encaramada. Es como un escaparate volando”, dice el biólogo Mateo Giraldo, director del proyecto Grandes Rapaces Colombia.

Mateo conoció el águila arpía por suerte, porque tenía un dron y un profesor de la universidad le pidió que viajara con él a Bahía Solano para inspeccionar de forma urgente el nido de una águila arpía que habían matado a tiros y le había cortado un pata. Con el dron vieron el nido y en el nido encontraron un pichón de un par de semanas, pero cuando el escalador logró subir, dos días después, ya estaba muerto. Entonces instalaron una cámara trampa.

En la cámara vieron que el macho volvió con una zarigüeya en las garras, pero no encontró a nadie. “Miró para todos lados, dio vueltas en el nido y nada. Ese día el macho se quedó desde las 8:00 de la mañana hasta las 4:00 de la tarde, yendo y viniendo, eso nos conmovió a todos”, dice Mateo.

Finalmente el águila abandonó el nido, pero cuatro años después, cuando Mateo hizo su primera salida de campo con su proyecto Grandes Rapaces Colombia, la volvieron a encontrar, —eso creen y eso les dicen otros expertos, que la probabilidad de que sea la misma es del 99%— y ya tenía otro nido con otra pareja y otro huevo. A ese pichón que los ha acompañado desde el inicio del proyecto lo bautizaron Kita.

Grandes Rapaces Colombia es un proyecto en el que Mateo trabaja apoyado por Luis Felipe Barrera de la Fundación Alianza Natura Colombia, Ana María Morales de la Fundación Águilas de Los Andes y Luisa Fernanda Puerta del Jardín Botánico del Pacífico. Su trabajo se basa en investigar y monitorear seis especies de águilas y una de gallinazo.

“El proyecto lo que busca es promover acciones de conservación e investigación en Colombia. Si uno no sabe nada no tiene nada que proteger. Hay que generar información para que estos animales sean conocidos, que sepamos dónde están, qué árboles usan, qué comen, y compartir esa información con las comunidades, sensibilizarlas porque hay mucho mitos, pero cuando tienen información amplían el panorama y se dan cuenta que estos animales no son una amenaza. La desinformación es la madre de todos los males”, dice Mateo.

Arpía Menor

Las gallinas del abuelo de Diego empezaron a aparecer muertas, descabezadas. Diego sospechaba que la culpa era de un águila. Tiempo después la vieron en el bosque, era un águila blanca, pero uff, grande, y yo dije, ¿esta no será el águila que se está comiendo las gallinas?, entonces la echamos de ahí y volvimos a los días. Yo la vi parada en un árbol alto. Mi abuelo intento dispararle y luego yo le disparé con una escopeta hechiza de canicas pero no la pude matar, le volé unas plumas. Ella voló más alto y nosotros nos fuimos”, dice Diego, antes cazador y ahora custodio del águila arpía.

El temor de Diego y su abuelo (que el águila se coma sus animales de corral) es común y su solución (matarla), también. Cuando Mateo empezó con el proyecto, en Colombia había tres registros de conflicto, es decir, de casos de caza del águila arpía. Entonces él y otros investigadores se juntaron para hacer una revisión y encontraron 13 casos nuevos, que a día de hoy suman más de 30.

“Localidad donde llegamos a socializar el proyecto nos cuentan casos, que mataron una, que saben de alguien que mató una y entonces uno se da cuenta que hay un subregistro gigante porque los casos no salen a la luz”, dice Mateo.

Ese es el caso de Diego y su abuelo, que llevaban años buscando el águila, hasta que encontraron a Hugo Herrera, el director de la Sociedad Ornitológica de Córdoba. Hugo estaba en una expedición en Tierralta (Córdoba), buscando al periquito del Sinú. Mateo le había pedido a Hugo que por donde fuera preguntara también por el águila, si alguien la había visto. Y preguntando la encontraron. Diego les dijo que él y su abuelo no sólo la había visto, sino que habían intentado cazarla varias veces. Ellos guiaron a Hugo hasta el águila y hasta allá llegó Mateo.

“Entonces vinieron biólogos y empezaron a hacerle seguimiento. Buscamos el nido. Luego vinieron Mateo y Felipe y se subieron al árbol y y comprobaron que si tenía el nido ahí, instalaron cámaras y a los dos meses que bajaron la cámara ahí se vio que estaban las tres águilas: los dos adultos y el juvenil. Y se vio también como lo echaron del nido y como empezaron a reformarlo”, dice Diego.

Por las cámaras supieron también que las águilas habían anidado de nuevo, pero el huevo se dañó y las águilas se fueron. Diego y su abuelo se pusieron a buscarla hasta que un día el abuelo la volvió a ver. En ese nuevo nido se registró el primero nacimiento de águila arpía menor en Colombia.

El águila arpía y el águila arpía menor son muy parecidas, pero son especies diferentes. “Si la arpía es rara, la arpía menor es todavía más rara. La proporción que hay en este momento y que tienen en Brasil, es de 13 de arpía menor registradas por 130 de arpías. Es una relación de 1 por 10”, dice Mateo.

Además de ese nido de arpía menor, Mateo y sus colegas están monitoreando otros seis nidos de águila arpía en el país. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza el águila arpía se encuentra en estado vulnerable.

Así como el miedo y la curiosidad, otras de las amenazas de estas águilas son la deforestación y que se encuentran en zonas recónditas de difícil acceso con presencia de grupos ilegales que hacen más difícil la tarea para organizaciones como la de Mateo.

Pero el papel de estas organizaciones es fundamental. “Con los biólogos fuimos aprendiendo y fuimos cambiando. Yo ahora me siento como con otro espíritu. Mi familia y yo cambiamos ese parecer de estar matando los animales”, dice Diego, que pasó de cazar a custodiar a las águilas y su pichón. Allá está siempre cumplido, cada fin de semana, en el nido que está a una hora en moto de su casa en Tierralta, Córdoba.

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