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Paqueros, el club de moda en Medellín por convertir parques en “fábricas” de abono

El movimiento se extendió por toda la ciudad y toma fuerza en el país con la técnica que ideó un ambientalista antioqueño.

  • En la urbanización Loyola llevan alrededor de dos años haciendo pacas. Han tenido sus altibajos pero han obtenido buen resultado. FOTO: Esneyder Gutiérrez
    En la urbanización Loyola llevan alrededor de dos años haciendo pacas. Han tenido sus altibajos pero han obtenido buen resultado. FOTO: Esneyder Gutiérrez
15 de marzo de 2025
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Carlos Monsalve tiene 65 años y salta como si fuera un mozalbete sobre un cajón lleno de sobrados de comida, pasto y hojarasca. Su objetivo es que las cargas continuas de su cuerpo le sirvan para prensar todos esos materiales con el fin de que al final quede un cubo tan compacto que no se desmorone.

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Él está con otros cuatro hombres y una mujer en el parque San Carlos, en el cruce de la Avenida 80 con la calle 14, que tienen convertido en una fábrica de abono orgánico a cielo abierto. Los días que se dan cita para trabajar son lunes y viernes, más o menos entre las nueve de la mañana y las doce y media o una de la tarde. Cuando le pregunto a Carlos cómo y por qué inició esto, señala a su hermano Rodolfo, de 83 años. “Él es culpable de que nosotros estemos aquí, él fue el que nos dañó la vida”, asegura risueño.

—Ellos dicen que yo soy el gerente, porque no hago nada, pero me dicen que venga a animarlos echando carreta —apunta Rodolfo.

Este octogenario ha sido citadino toda su vida, pero en esa juventud rebelde, después de cursar tres años de Derecho, le dio por abandonar su rutina de burócrata en una oficina del Estado para irse con varios amigos de Belén a las selvas del Chocó.

Sin embargo, cuando se le acabó el romanticismo por la vida colectiva y agreste volvió. Casi a los 40 años se casó con una mujer mucho menor que él y comenzó a buscar el sustento vendiendo chance y lotería, o en otros oficios ocasionales, aunque no se le extinguió el espíritu ambientalista. Por eso cuando su hermana Luz Marina lo invitó a que se uniera a un grupo que tenía varias huertas en la finca El Pomar, donde quedaba el preventorio de Belén, no lo dudó.

Empezó a sembrar aromáticas en un pedazo de unos 45 metros cuadrados en los que a la vez practicaba el compostaje para producir abono orgánico. Hasta que conoció las pacas digestoras Silva, un método creado por el paisa Guillermo Silva, del que igualmente sale un compuesto natural que regenera la tierra, similar al compostaje pero sin ocasionar malos olores. Desde entonces Rodolfo definió que dejaría de cuidar matas para centrarse en proveer de abono al resto de las huertas del preventorio; hizo algunas pacas hasta que los echaron de aquel sitio.

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Ahí sigue la historia por boca de Fabio Uribe, quien hacía parte del mismo “combo”, se contagió e inició con las pacas en el parque San Carlos, su vecindario, partiendo de los sobrados de alimentos que recogía con la familia.

La reacción de los vecinos fue de rechazo porque creían que se iba a volver un criadero de moscas y ratas. Pero la práctica les demostró lo contrario: los hedores no aparecieron como temían y, en cambio, el parque luce como un bosque con sus árboles –algunos mandarinos entre ellos–, pencas y chefleras que crecen hermosos con la tierra abonada que sale de las pacas. La comunidad se volvió una aliada y varios de los antiguos colegas de Rodolfo y Fabio acudieron a reforzar el trabajo.

Los lunes y viernes, cuando Carlos o cualquiera de sus compañeros pasa por el barrio tocando puertas y pregonando “saquen los orgánicooooos, saquen los orgánicoooos”, muchas cabezas se asoman, bajan con las bolsas y arrojan el contenido a un contenedor hermético.

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Doña Cecilia Barrera, que ha pasado toda la vida en el sector, dice que esto ha sido lo mejor que ha podido suceder porque ya muchos, como ella, se habituaron a disponer los desechos en bolsas distintas, y no se le inundan de los olores fétidos que produce la comida descompuesta. En cambio, Carolina Posada, una joven profesora de inglés, ya tenía un compostaje en su hogar, pero se animó a participar, aunque sea tangencialmente en este proceso por ser más colectivo.

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Quienes hacen el mantenimiento de los prados y los separadores viales cercanos también guardan el pasto que queda cuando rozan.

Para Alex Noriega, jardinero del Parque Biblioteca de Belén, distante una cuadra y media del parque de San Carlos, esa ha sido la solución a un dilema que tenía tras guadañar, porque el carro de la basura no se llevaba los cerros de pasto que le quedaban, a la vez que siente que contribuye a mejorar el medio ambiente. Ya lleva dos años limpiando el material vegetal de plásticos y basura para entregarlo a los paqueros.

Esos desechos los concentran en un espacio previamente habilitado donde están los moldes de las pacas. Se trata de estructuras de madera de 1x1 metro y como de 50 centímetros de altura, sólidas. Dentro de estas se ponen otras formaletas de 50x50 centímetros y luego dentro del cuadrado concéntrico van a dar cáscaras de plátano y papa, pellejos de pollo, huesos y restos de carne u otras sobras de comida, o hasta pájaros y ratas que encuentran muertos en los alrededores.

A la par se recoge la hojarasca y el pasto que va encima, en el cuadrado periférico. Después, las aplanadoras humanas hacen lo suyo una y otra vez hasta darle consistencia al amasijo y de ahí en adelante el tiempo, millones de microorganismos, hormigas y lombrices hacen lo suyo para que a los cinco o seis meses el resultado es un abono de los mejores y sin soltar lixiviados ni organismos patógenos. La temperatura interna llega a 55 grados centígrados.

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La investigadora de la Universidad de Antioquia, Catalina Ossa, sostiene que la cantidad de nutrientes que se concentran en un espacio muy pequeño dan para restablecer suelos altamente degradados, como por ejemplo las zonas áridas que deja la minería.

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El común denominador de los paqueros de San Carlos, excepto uno, es que son pensionados. Carlos lleva casi diez años engomado con las pacas, luego de trabajar 34 años en el área de alumbrado de EPM. Y Rogelio Henao, quien habita al lado del colegio La Inmaculada, dice con sorna que es un “HP” (honorable pensionado) de la Alcaldía de Medellín y que esta es una manera de hacerle una ofrenda a la Tierra.

–Debemos de ser generosos con la vida, con la sociedad, con la naturaleza. Es que el planeta no nos necesita, pero nosotros sí lo necesitamos, hay que cuidarlo –añade.

Por su parte, Natalia Lopera vive en Belén Las Playas, tiene 47 años y es tecnóloga ambiental pensionada a causa de una enfermedad. Se vinculó con los paqueros hace dos años y asevera que este ejercicio le ha resultado una buena terapia ocupacional a la que llama pacoterapia.

Fuera de que apoya de soslayo el trabajo de campo se encarga de la parte administrativa, gestiona proyectos que apoyen esta labor y trata de vender el abono, pero ambas labores han resultado difíciles porque hasta ahora los paqueros de San Carlos solo han tenido algunos apoyos institucionales exiguos y ofertas de compra imposibles de aceptar porque sugieren el pago a 5.000 pesos por cada kilo, poniendo el producto en el lugar de destino. De manera que alguna parte se los han robado porque permanece puesto en el mismo sitio de producción, sin nadie vigile, y la que sigue en su lugar les tiene copado el espacio al punto que han tenido que colonizar un separador vial para continuar desarrollando su misión.

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En Medellín hay por lo menos otros dos parques donde se han aglomerado grupos de ciudadanos para cuidar el ambiente produciendo pacas: el de El Orégano en Belén Fátima y el de Rosales –donde vive Guillermo Silva–. Igualmente ha habido procesos en el Parque Norte, el Juan Pablo II, las universidades de Antioquia y de Medellín, lo mismo que en las urbanizaciones Carlos E. Restrepo y Loyola.

En la capital de la República este movimiento es todavía más fuerte –de hecho existe Paquerxs Bogotá– una “red de apoyo que custodia y brinda acompañamiento para la implementación” de este sistema. Las otras partes donde más fuerza tiene son Cali, Ibagué, Manizales y Putumayo, aunque hay seguidores de ese método en muchas otros sitios del país y en el exterior ha recibido igualmente reconocimiento, de manera que Silva se ha vuelto una celebridad en círculos de ambientalistas.

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