Coonvite, una empresa de arquitectura antioqueña, se ganó en diciembre del año pasado un premio en la XIII Bienal Iberoamericana de Arquitectura en Perú.
Un reconocimiento extraordinario, lleno de rarezas si se quiere. En las fotos y diapositivas que mandaron para concursar no había grandes edificios ni casas extravagantes o bibliotecas inmensas. No fueron proyectos construidos para artistas o empresarios excéntricos ni contratados por el Estado o grandes corporaciones. Se lo ganaron mostrando cómo han mejorado viviendas de decenas de familias de los barrios más periféricos de Medellín, con sus mismos recursos y mano de obra.
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Proyectos que, en más de una vez, no alcanzan a costar ocho cifras. Además, decir que Coonvite es una empresa es una imprecisión. Son una cooperativa de arquitectura. La primera cooperativa de arquitectos del país.
Después de años de investigación sobre qué era y cómo funcionaba una cooperativa de arquitectura empezaron a desarrollar proyectos en 2017 y se registraron formalmente en 2020. Sus fundadores son Isabel Cristina López, una ingeniera administradora, y Juan Miguel Durán, Panrris, como le dice todo el mundo, un arquitecto que tuvo como profesores a quienes a principio de siglo, durante la Alcaldía de Sergio Fajardo, impulsaron una renovación urbana que significó llevar lo mejor de la construcción y de la arquitectura a los barrios más marginales de la ciudad: los parques biblioteca, la intervención de Moravia, el Orquideorama del Jardín Botánico, el Parque Explora, entre otros.
En la universidad, con esos profesores, supo qué tipo de arquitecto quería ser.
Coonvite, el nombre de la cooperativa, es una declaración de principios: se trata de hacer arquitectura en equipo, con los propietarios, los inquilinos, los vecinos, los voluntarios y hasta los periodistas. Hace poco más de un año, gracias a un artículo que se publicó en este diario, cientos de personas se unieron y donaron dinero para construir un techo a una familia que lo necesitaba. Al final, no se hizo un techo, sino una casa completa que se convirtió en el centro de admiración de todo el barrio.
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Esa casa la hizo la gente de Coonvite. La plata se gastó toda en material y en la mano de obra del maestro y su ayudante. El resto, el trabajo de arquitectura, los diseños, los planos, el presupuesto, lo donó la cooperativa. El día que llegó un camión cargado de ladrillos para la obra, llegaron los socios de Coonvite, incluido Panrris, se remangaron las mangas, hicieron una cadena y los subieron tres pisos. Fue una mañana completa que terminó con arroz chino y Coca Cola. Por ese, y otros trabajos parecidos, fue que ganaron.
También, por supuesto, hacen trabajos para empresas y particulares, pues de algo tienen que vivir, pero el 2% de los excedentes de cada uno de esos trabajos se destinan para obras sociales, que bastante falta hacen en Medellín, una ciudad donde cada vez son más los asentamientos informales, casi nadie pide permiso para construir y hay un déficit de vivienda cualitativo (es decir, viviendas en mal estado) de más de 150.000 hogares. Además, dice Panrris, en el 80% de las construcciones en la ciudad no hay arquitectura. La gente, generalmente, construye para subsistir, para no mojarse ni tiritar de frío en las noches.
Un mejoramiento de vivienda pensado desde la arquitectura, dicen desde Coonvite, es la oportunidad para conversar sobre cómo es hacer parte de una ciudad, para reflexionar sobre la importancia de una ventana que mejora la ventilación e iluminación natural, una cubierta para la gestión del agua, un piso que aporta a la seguridad y la salubridad. Además, permite abordar temas normativos, de planeación territorial.
“Mejorar la vivienda es una conversación sobre los retos de ciudad en clave del bienestar común y muchas veces precisar que la familia y su vivienda, conforman la ciudad. Mejorar una vivienda es como un efecto expansivo que va fortaleciendo las capacidades colectivas para luego mejorar el barrio, la comuna y terminar concibiendo y construyendo ciudad”, dicen.
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En 2021, gracias a una alianza con Argos nació Foonvite, un fondo para atender el déficit cuantitativo de la ciudad. Esa fue la iniciativa ganadora del premio. En solo cinco meses mejoraron 200 viviendas. Pero no fueron solo ellos, los habitantes de las viviendas mejoradas, las familias, también trabajan. La metodología se llama de autoconstrucción dirigida: los arquitectos acompañan, tiran línea y entre todos idean los proyectos y después los construyen. Incluso los beneficiarios del mejoramiento deben aportar el 30% del total de los recursos.
Uno de los cambios más importantes, explica Panrris, es cuando conjuntamente construyen los planos de la casa. “Tener planos es como tener una cédula”, dice. A partir de ahí, las personas reconocen el lugar donde viven, entienden por qué hace tanto calor en una habitación o por qué casi no ventila en la cocina. Aprenden que el segundo o el tercer piso les quedó mal construido y ya saben cómo hacerlo bien el día que quieran levantar el cuarto y el quinto. Desde esa primera versión, Foonvite ha seguido adelante y ahora de la mano de Comfama, que aporta subsidios de vivienda, y de otras empresas como la Cooperativa Confiar, han mejorado otros 50 hogares.
En total, han sido más de 8.000 metros cuadrados intervenidos. Ahora, a partir del premio, quieren que más personas y empresas se sumen al Coonvite para hacer arquitectura en el barrio, en familia, con vecinos y amigos.