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En Gaza los médicos operan bajo la luz de velas o linternas de celulares

El siguiente es el relato del médico palestino Imad Mohamed, quien habló en exclusiva con EL COLOMBIANO sobre la situación que viven tras los bombardeos de Israel sobre Gaza.

  • Miles de palestinos buscan refugio en medio de los ataques con bombas que lanza el ejército israelí de forma indiscriminada sobre la población civil. FOTO GETTY
    Miles de palestinos buscan refugio en medio de los ataques con bombas que lanza el ejército israelí de forma indiscriminada sobre la población civil. FOTO GETTY
05 de noviembre de 2023
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Ese día, uno que no recuerdas si era martes o jueves o viernes, no pudiste contener más el llanto y lloraste sobre ese niño mientras lo atendías. Lloraste doctor Imad Mohamed. Las lágrimas se te escurrían mientras tratabas de quitarle el barro y el polvo grisáceo seco, adherido a la piel con la sangre de sus heridas o la sangre de las heridas de su madre aplastada por las bombas de un Israel que no ha sabido discernir entre la población civil y los milicianos del grupo extremista Hamás, y le ha descargado toda su furia con bombardeos que no distinguen hombres, mujeres, niños, jóvenes o ancianos...

Cuando llegaste a la sala de urgencias, tan llena de heridos y muertos que tenías que saltarlos de uno en uno como si se tratase del juego infantil rayuela o golosa, allí estaba el niño, asustado, temblando de pavor como tiembla una presa ante la boquilla de un arma de un cazador. Y viste cuando minutos después entró en una camilla su madre muerta y el pequeño palestino solo corrió a refugiarse en los brazos sin vida de esa mujer, magullada por los muros caídos de su vivienda.

“Imagínate, se agarró y durmió en los brazos de su madre muerta, pensando que su madre lo iba a proteger. ¡Qué imagen! Ya no le va a ver otra vez en este mundo, y este pobre niño se va a quedar sin que alguien lo proteja”, cuentas mientras sollozas.

Allá, en el hospital Al Shifa, en el sur de Gaza, donde trabajas desde hace 15 años, el tiempo se te ha escurrido, doctor Mohamed. Para cuando hablaste con este diario llevabas 20 días con sus noches metido entre las salas de urgencias y de cirugía atendiendo a los heridos y tratando de ordenar a los muertos. 20 largos días en los que no has dejado de preguntarte si tu familia está viva, si tu esposa y tus cuatro hijos aún te esperan en las noches para cenar, si podrás volver a verlos, o si como aquel niño vio a su madre, los hallarás de nuevo, pero muertos por las bombas rociadas desde el cielo.

“No sé de ellos. No sé si están vivos o muertos. No he podido comunicarme con ellos porque la señal del celular es muy mala y estamos incomunicados, y yo trabajando con el corazón partido porque en algún momento pueden llegar ellos; o mi madre o mi padre”, relatas.

Aun así, con la incertidumbre apareciéndose a cada instante, con el temor de ver en la próxima llegada de heridos y muertos a tu familia, no has dejado de cumplir con la promesa que hiciste de salvar vidas cuando te graduaste de médico, hace muchos años ya.

Bajo esa promesa repites hasta el cansancio que no tienes miedo de caer bajo las bombas, que no tienes miedo a las amenazas del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahú, de que bombardeará hospitales, iglesias y barrios enteros para acabar hasta con la última célula de Hamás.

Dices que no tienes temor, aunque la siguiente amenaza de ese hombre blanco y de pelo cano que aparece en televisión amenazando con arrasar Gaza, recae sobre el hospital en el que trabajas porque, según él, es un refugio de terroristas, cuando lo que hay allí, explicas, son 50.000 personas refugiadas que le huyen a los explosivos y a los ataques del ejército de Israel.

Desde la sala de cirugía tratas de explicarle al mundo que en ese hospital no hay terroristas, y junto a tus compañeros enviaste un video en el que invitaron a la comunidad internacional a ir y verificar si los túneles y pasadizos que dice Israel hay bajo los cimientos del hospital, están llenos de hombres armados, o por el contrario de camillas y equipos a punto de colapsar por la cantidad de muertos y heridos que llegan después de los bombardeos.

“Yo lucho todos los días para salvar lo que más puedo y debería salvar, mi vida, (pero) no; es mejor tratar de salvar la vida de esos niños que mueren cada día. No tengo nada de miedo, al revés, cada día trato de ser más fuerte”, cuentas, mientras describes, doctor Mohamed, que has tomado un descanso de 15 minutos para atender esta llamada.

Operaste con la luz de tu celular y de las velas

La última cirugía que realizaste, doctor Mohamed, la hiciste a la luz de las velas y con tu celular. Tuvo que ser así. Tú, el hospital, la comunidad y toda Gaza fue dejada a oscuras. El gobierno de Israel ordenó suspender el servicio de energía, de internet y de las comunicaciones para acorralar a los milicianos de Hamás. Y a lo mejor lo hizo, pero esta acción terminó conminando a toda la población palestina que se quedó a oscuras.

Como en otras ocasiones, trataste de llamar a tu familia, pero al otro lado del teléfono solo escuchaste el eco de tu propia voz y un silencio que se hizo eterno con el paso de los minutos. Patel, la empresa palestina encargada de las telecomunicaciones, anunció que “los teléfonos fijos, móviles e internet, se han perdido en la Franja de Gaza”, entonces ya sabías lo que seguía. Solo tuviste que esperar unas horas para escuchar el silbido delgado de las bombas que cayeron en el barrio de al lado del centro médico en el que atiendes a los palestinos víctimas.

Minutos después llegó tu paciente. Era otro niño, de no menos de 10 años, y pensaste en tu hijo una vez más. Cuando fuiste a atenderlo, notaste que el pequeño llevaba su nombre en una manilla puesta por su padre en su mano derecha. Esta es la forma en la que los palestinos identifican a sus hijos por si en algún momento quedan atrapados bajo los escombros que dejan los bombardeos.

“Lo llamé por su nombre y le dije que me llamaba Mohamed”, cuentas, pero el pequeño Alí no contestó. El dolor causado por el cercenamiento de su brazo izquierdo tras el bombardeo de su barrio, le hizo perder los sentidos. Llegó desmayado y desangrándose. Entonces doctor Mohamed, sin pensarlo dos veces, tuviste que operar. Y lo hiciste así, a sangre fría, porque en Gaza ya no hay anestesia ni medicamentos ni gasas ni agujas para atender a los heridos por el bloqueo impuesto por un Israel implacable. No hay agua para lavarse las manos ni para esterilizar los instrumentos quirúrgicos porque el país, llamado hace siglos “el pueblo de Dios”, en su ataque demencial les quitó hasta este suministro vital.

Además, tuviste que operarlo a la luz de las velas, y cuando estas se derritieron y no quedaba más que una débil luz en medio de la oscuridad y los pabilos ardiendo en la cera derretida, tú y tus colegas echaron manos de sus celulares y de la poca batería que tenían para alumbrarse y terminar la cirugía del pequeño Alí.

“Acá te llegan 200, 300 heridos, otras veces 500 pero nosotros no sabemos cómo atenderlos, no podemos atender a tanta gente. Algunas veces hacemos la cirugía con lo que haya. Imagínate, estamos en el 2023 y no hay anestesia para hacer la cirugía. Imagínate una cirugía a esos pobres niños que lloran y gritan de tanto dolor. Estamos trabajando hasta sin electricidad”, dices en medio de tu voz cansada, doctor Mohamed.

Luego cuentas que les quedan pocas reservas de combustible para operar las plantas de energía, entonces piensas en 130 niños recién nacidos que reciben vida artificial de una incubadora, o piensas en los pacientes que hay en los subterráneos conectados a los aparatos que los mantienen con vida. En ese momento vuelves a enviarle un mensaje al mundo.

“¿Qué culpa tiene esos niños nacer en un mundo así? ¿Qué han hecho estos niños para castigarlos de esta forma? Yo mando mi palabra al pueblo de Estados Unidos: ¿Cómo ustedes pagan sus impuestos para hacer bombas y mandarlas a Israel para matar a tanta gente? A la gente de la Unión Europea, ¿cómo ustedes pagan sus impuestos a sus gobiernos para hacer bombas y mandarla a Israel a matar a tanta gente. ¿Qué culpa tiene estos niños para morir? ¿Qué hemos hecho? Ni en la Primera Guerra Mundial ni en la Segunda Guerra Mundial han muerto tantas cantidades de niños de esta forma”, cuentas.

Abrumado, relatas a este diario que en ese mismo día recibiste un joven de 27 años de edad decapitado, que te llegan miles de personas gritando por el ardor de las quemaduras que parecen llagas vivas, y que en el hospital los médicos y enfermeras, ayudados por voluntarios, tratan de juntar las partes de los cuerpos de las víctimas que se asemejan, como si fueran un rompecabezas, para luego llevarlos a enterrar en grandes fosas.

Y agregas que te preocupas por esos niños. Dices que quedan huérfanos y sus padres, la mayoría, han muerto en los bombardeos y “no sabemos dónde mandarlos”.

Una dura noticia

Mientras conversabas, doctor Mohamed, la tragedia tocó tu familia. Como relataste a EL COLOMBIANO, el último bombardeo cayó sobre la casa de tu hermana y supiste que todos murieron: la mujer, su esposo y sus seis hijos.

Tras el relato, no hemos podido conversar, doctor Mohamed. Te he escrito, pero no entran los mensajes. Solo espero que sea por el asunto aquel de la interrupción del internet, y no que ofrendaste tu vida por salvar las de otros que sobrevivieron a esta guerra absurda.

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