Irán y Arabia Saudita llevan cuatro décadas atizando tensiones en Medio Oriente con su pugna por el dominio de la región, en un complejo juego de poder que involucra religión, política e intereses económicos y que se ha replicado en diferentes escenarios, pero nunca directamente, razón por la cual desde Occidente, en un intento por entender dicho conflicto, se le ha dado el apelativo de guerra fría del Medio Oriente.
Pues bien, el pasado 10 de mayo el ministro de Exteriores de Irán, Said Jatibzadeh, confirmó que está llevando a cabo consultas con Arabia Saudí, tras varias semanas de especulaciones al respecto. El portavoz iraní manifestó que el interés de dicho encuentro es disminuir las tensiones entre ambos países, y por ende en la región.
El ABC de la rivalidad
Carlos Patiño, doctor en filosofía y exdirector del Instituto de Estudios Urbanos, recuerda que la enemistad entre Irán y Arabia tiene origen religioso, pues Arabia es la abanderada de la corriente islámica sunita, que abarca a cerca del 87 % de la población musulmana. Mientras que Irán se designó como líder de la corriente chiita, que agrupa al 13 % restante.
“Hay diferencias fundamentales y por ende insubsanables entre la concepción que tienen unos y otros del islam. Los sunitas son proclives a una comprensión literal del Corán, y tiene a la vez ramas más conservadoras del islam. En tanto que el chiismo defiende una interpretación más abierta”, explica.
El liderazgo de Arabia en el mundo islámico –expone el docente– fue indiscutida hasta 1979 cuando triunfó la revolución iraní que impuso una teocracia que redefinió la geopolítia en Medio Oriente. “A partir de ahí surgió un conflicto no declarado entre árabes e iraníes por expandir su influencia religiosa y política en la región”.
Jaime Rosenthal, profesor de la Facultad de Finanzas y relaciones internacionales del Externado, explica que la mayoría de los sucesos ocurridos en la región tienen que ver con esta disputa.
“Actualmente ambos países tienen aliados sólidos. Arabia Saudita extiende su influencia a Egipto, Emiratos Árabes y Bareín. Irán cuenta con el aval de Irak, algo que logró con el apoyo militar a los chiitas iraníes para hacerse con el poder tras la caída de Saddam Hussein en 2003, quien era una pieza clave del sunismo. La disputa es mucho más compleja en Siria, donde el régimen de Bashar al-Assad recibe apoyo militar y financiero por parte del líder supremo iraní, Alí Jamenei, buscando que los chiies mantengan el poder, mientras que Arabia, de manera no oficial, ha financiado a los rebeldes suníes antigobierno. Roles que se invierten en Yemen, donde los iraníes financian a los rebeldes hutíes en la arremetida contra el gobierno que intentan contener las fuerzas árabes enviadas por el príncipe Mohamed bin Salman”, explica.
El choque entre Irán y Arabia también se dirime en planos diferentes al religioso el militar en campo ajeno.
La espiral de temores entre ambos países ha llevado a sondear alianzas insólitas, según señala Rosenthal, como los acercamientos entre el reino saudita e Israel, este último impulsado por la amenaza que configura en la frontera con el Líbano Hezbolá, financiado y entrenado por fuerzas iraníes y cuyo líder, Hassan Nasrallah, aseguró en diciembre pasado tener la capacidad para atacar con un amplio arsenal de misiles de precisión cualquier punto de Israel.
Pero la preocupación que une a Israel y Arabia es la posibilidad de que Irán desarrolle un programa nuclear. Este escenario, según considera Rosenthal, pone en una posición incómoda, que tanto a iraníes y sauditas preferirían evitar.
“Irán teme que esa alianza ponga en riesgo su posición en la región, y los sauditas se exponen a un rechazo del mundo árabe por un acercamiento con el gobierno israelí que podría ser considerado como traición, por las implicaciones que tiene esto para la población palestina (mayoritariamente sunita)”.
Precisamente hay un hecho que precede el diálogo entre Irán y Arabia y es el lento viraje en la relación entre Estados Unidos e Irán, marcada durante el cuatrenio pasado por fuertes sanciones económicas al régimen iraní y el retiro de Estados Unidos, decidido por Donald Trump, del acuerdo nuclear con Irán.
Es pertinente recordar que dicho acuerdo, llamado oficialmente Plan de Acción Integral Conjunto, consiste elementalmente en anular las sanciones contra Irán y establecer relaciones económicas, bajo la condición de que el país islámico desista de montar un programa nuclear.
En el último mes, con participación de los otros países que integran el acuerdo: Francia, Reino Unido, Alemania, Rusia y China el pacto ha resurgido tras estar casi muerto por el retiro de Estados Unidos, que envió representantes a dichas rondas de diálogos realizadas en Viena, señal de la intención del presidente Joe Biden de volver al acuerdo.
Además de este nuevo escenario de diálogo internacional, Gabriel Orozco, analista internacional y director del doctorado en Sociedad y Cultura Caribe de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, sostiene que hay un factor apremiante que une a Irán y Arabia Saudita y es la incertidumbre económica.
“Irán es uno de los países con mayor riqueza en recursos naturales; tiene un potencial energético y minero impresionantes, pero está atado de manos por las sanciones económicas que le impiden entablar relaciones comerciales. Además de ser una economía asfixiada, su gasto es enorme para financiar las luchas en otros países. En cuanto a Arabia, siendo la principal potencia económica de Oriente Medio, empieza a ver cómo la obligatoria migración del mundo hacia energías limpias le cobra factura por su dependencia a la producción petrolera. De manera que su prioridad pasa por reestructurar su economía, y en ese sentido desescalar el conflicto y el gasto que implica le viene bien a ambos”.
Sin que sea posible pronosticar un resultado del incipiente diálogo entre saudíes e iraníes, los analistas señalan que el hecho de que se sienten a conversar, tras romper relaciones diplomáticas en 2016, es ya un hecho trascendental en medio del convulso panorama de la región.