El palacio de la Real Audiencia se encontraba entonces desnudo. Sin armas reales, sin el crucifijo de Cristo mirando desde las alturas y sin el retrato del rey Fernando VII vigilando. Desmontado el tono monárquico, la República austera y sencilla se fue imponiendo en Chile a partir de ese 4 de julio de 1811, con la inauguración del primer Congreso Nacional. 211 años después, y también un 4 de julio, el país inició el desmonte del más vivo legado de otro pasado que quiere dejar atrás definitivamente.
Ayer se inauguró en los jardines del palacio del excongreso Nacional la Convención que deberá enterrar la Constitución de 1980, el texto nacido en el seno de la dictadura de Augusto Pinochet (1970- 1990), dando origen a una nueva carta constitucional. En gigantescas carpas blancas, con estrictos controles de temperatura y distanciamiento social, las 155 personas elegidas por el pueblo chileno se miraron cara a cara por primera vez, condenadas a entenderse.
El camino que condujo aquí inició casi dos años atrás, cuando un grupo de jóvenes irrumpió en las estaciones del Metro de Santiago de Chile, en octubre de 2019, exigiendo la eliminación de un incremento de 30 pesos en el pasaje. “Un aumento realmente marginal, pero que empezó a plantear el malestar que había en la sociedad chilena”, explica desde Santiago, Marco Moreno, director de la Escuela de Gobierno de la Universidad Central de Chile. Con el paso de los días, las protestas viraron del 30 pesos al 30 años.
Ha querido la historia que el Metro sea el corazón de Santiago. Para ver sus vagones desbordados por multitudes habría que retroceder a la elección de SI o NO sobre el futuro de Pinochet (1988). “El fino tren se zangoloteaba como micro pobre con el vaivén del “Y va a caer””, describió de aquellos días el autor chileno, Pedro Lemebel. Fue el inicio de un camino de consolidación de la democracia. Uno de luces y sombras.
El modelo latino
Como una tierra fértil en medio de la aridez global, “en una América Latina convulsionada, veamos a Chile. Nuestro país es un verdadero oasis”.
Así describió el presidente chileno, Sebastián Piñera, a su país, pocos días después del inicio de las primeras manifestaciones. “Chile fue el referente de cómo hacer bien las cosas”, explica Simón Flórez Montoya, docente de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Eafit, “y aunque no se puede comparar el tamaño de su economía con la de Brasil, existe la percepción de que es quizá el país más desarrollado de Sudamérica”. Un universo de datos confirma el oasis.
El crecimiento económico de Chile durante las últimas décadas no podría describirse con otro calificativo que no sea excepcional. Así lo detalla en diversos estudios el respetado economista Klaus Schmidt-Hebbel, presidente del Consejo Fiscal Asesor del Ministerio de Hacienda de Chile. Mientras entre 1970 y 1984 el PIB chileno creció a un promedio de 1,5 %, entre 1985 y 1997 lo hizo a un promedio de 7,6 %.
“Este lapso, conocido en Chile como la “era dorada del crecimiento”, ha sido objeto de estudios que concluyen que el alto crecimiento de este período fue un exitoso resultado de reformas estructurales orientadas al mercado”, señaló Schmidt en un estudio de 2006. Reformas que fueron llevadas a cabo por el gobierno de Pinochet, a mediados de la década de los 70.
Entre ellas, “la liberalización financiera interna y el desarrollo del mercado de capitales, la integración comercial y financiera con la economía mundial, la reestructuración del sector público y la privatización de las empresas del Estado”, detalla Schmidt. El tamaño del Estado chileno se fue reduciendo durante esos años, consolidando su pequeño papel en la Carta de 1980.
“La Constitución de 1980 consagra este concepto del Estado subsidiario”, explica Moreno, “en ninguna parte lo dice expresamente, pero todo el ordenamiento lo plantea en el sentido de que el Estado no puede intervenir sino en aquellas actividades que los privados no puedan desarrollar y siempre y cuando sea aprobado por el Congreso”.
La fórmula produjo un rápido crecimiento que permitió que el ingreso per cápita chileno pasara de 932 USD en 1970, a 5.745 USD en 1997. A pesar de que en las primeras dos décadas del siglo XXI el desempeño económico chileno desmejoró, pasando de un pico de crecimiento del PIB en 2011 de 6,1 % a cifras que no superaron el 2 % de 2014 a 2019, el ingreso per cápita siguió creciendo y se ubicó en 14.741 USD en 2019, según datos del Banco Mundial.
El detalle con el per cápita es que puede ser engañoso. Es un cálculo que se realiza para determinar el ingreso promedio de cada uno de los habitantes de un país. El Ministerio de Hacienda chileno lo define como “el resultado de la razón entre el producto total de un país en un determinado año y su número de habitantes”. Es decir, una división entre los ingresos y la población total que supone que dichos ingresos se reparten de forma equitativa, lo que no ocurre en América Latina.
En 2017, dos años antes de la explosión de las protestas, el
50 % de los hogares chilenos menos favorecidos tenía un
2,1 % de la riqueza neta del país, según señalaba el informe Panorama Social de América Latina, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), mientras el 10 % más rico concentraba el 66,5 %.
Si bien entre 2000 y 2015 la proporción de la población considerada pobre (US$ 4 por día) se redujo de 26 % a 7.9 %, más del 30 % de la población seguía siendo económicamente vulnerable cuando la pandemia llegó, señala el Banco Mundial.
“Esos 30 años, entre 1990 y el 2019, habían sido un periodo de bastantes luces pero también de sombras”, explica Moreno, “sombras que tenían que ver con lo social y una desigualdad que existe en el país, no solamente económica, que es la obvia, también una desigualdad en el trato, con el acceso a mejores posiciones sociales, con un conjunto de cuestiones que nunca fueron abordadas”.
Eso se fue acumulando y explotó con el incremento de 30 pesos (150 pesos colombianos) al pasaje del Metro. Lo suficiente para revolver las entrañas de los chilenos y de todo su sistema político.
Un catalizador
A 28 días del estallido social y con un saldo de 22 muertos y más de 2.200 heridos, el 15 de noviembre de 2019 el Congreso acordó llamar a un plebiscito para preguntar a los chilenos sobre dos cuestiones: si deseaban una nueva Constitución y cómo se conformaría la Convención que redactaría esa Constitución: si 100 % de ciudadanos electos solo para eso, o si 50 % de ellos y 50 % de parlamentarios en propiedad.
“La idea de un cambio constitucional se planteó como una manera de encauzar la energía que se había liberado”, explica Moreno, “y es curioso porque si uno ve los estudios de opinión que se habían hecho en Chile en los últimos 30 años, la reforma a la Constitución nunca ocupaba las prioridades de la gente”.
El último legado del dictador Pinochet no había permanecido inalterable. Su Constitución había sido reformada por lo menos en 33 ocasiones, siendo los cambios más importantes los de 1989 y 2005. En el primero, solo un año después del triunfo del NO en el plebiscito por la continuidad de Pinochet, se derogaron, entre otros artículos, aquellos que prohibían partidos como el Comunista.
En 2005 se aprobaron reformas como la reducción del período presidencial de seis a cuatro años; la eliminación de senadores vitalicios que aún estaba vigente; y se despojó a las Fuerzas Armadas de la función de ser “garantes de la institucionalidad”, que ahora compete a todo el conjunto del Estado. “Aún así, el gran problema es que es una Constitución ilegítima de origen”, acota Moreno, una carta que no se hizo de forma pluralista y democrática, “y que sigue siendo una camisa de fuerza porque estableció un Estado que no puede intervenir en casi nada de la vida”.
El plebiscito para cambiar la Constitución fue fechado en un principio para el 26 de abril de 2020. La pandemia obligó a que se postergara hasta el 25 de octubre, día en el que cerca de 7.5 millones de chilenos salieron a votar, alrededor del 50 % del censo electoral (casi quince millones de personas). Ganó con el 80 % de los votos la creación de un nuevo texto y la condición de que debía ser escrito por una Convención integrada 100 % por ciudadanos elegidos para dicha labor.
Fue la elección de esos convencionales lo que pateó el tablero. “Fue una sorpresa. Todos preveíamos que se iba a ver una crítica fuerte a los partidos políticos, pero nunca pensamos que iba a ser del tamaño que fue”, señala el docente chileno. En el acuerdo del 15 de noviembre no solo se decidió que los partidos políticos tradicionales presentaran sus candidatos, también se permitió la existencia de listas de independientes.
Y fueron estas últimas las que barrieron con las previsiones. De los 155 miembros de la Convención, 48 fueron elegidos mediante listas independientes. “Reunieron a muchas personas de diversa naturaleza, que trabajan fundamentalmente en los territorios con las organizaciones de base. Tacharlas de derecha o de izquierda sería simplificarlas”.
Aunque fueron los más votados, los independientes no alcanzan a tener el número mágico, 111 escaños, necesarios para imponer una agenda. “Se van a requerir de acuerdos, algo a lo que no estamos acostumbrados en Chile”, señala Moreno, “todas las causas necesitan el apoyo de personas que, en principio, no tienen porqué estar de acuerdo”. Hay consensos, sin embargo, más o menos definidos.
“El Estado no puede seguir teniendo un rol subsidiario como lo ha tenido hasta ahora. Hay ciertos acuerdos sobre la necesidad de incorporar nuevos derechos sociales a la Constitución, pero junto a eso, creo que lo más importante es que hay consenso en que hay que buscar mecanismos para asegurar esos derechos”, finaliza Moreno, “en Chile no existe un mecanismo como la tutela en Colombia, acá un ciudadano no tiene cómo hacer efectivos sus derechos”.
En el trasfondo, la incertidumbre propia de cualquier transición. La Convención tendrá un plazo de 9 meses (prorrogable por una única vez a tres meses más) para redactar la nueva Constitución. Millones de chilenos esperan dar fin a uno de los legados más presentes de Pinochet en la vida diaria y hacer del exitoso modelo económico un triunfo para todos y no solo para unos pocos