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Unomás no es uno más

UNO DE LOS más geniales caricaturistas, ilustradores y diagramadores de libros de Colombia lleva una vida incómoda en España.

  • Unomás no es uno más | Cortesía Victoria Puerta | Unomás con Arsenio Rodríguez, el músico más grande para él. La música afrocaribeña es un eje de su vida.
    Unomás no es uno más | Cortesía Victoria Puerta | Unomás con Arsenio Rodríguez, el músico más grande para él. La música afrocaribeña es un eje de su vida.
11 de junio de 2011
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Un golfo, un pateado, un tirado de la vida. Así, con estos términos españoletes que resume en esa idea despectiva de su seudónimo, la de ser uno más, se define el mismo Víctor Sánchez Gómez.

Uno de los más talentosos ilustradores de Colombia: así, con estos términos de reconocimiento, lo definen quienes conocen su obra.

Un ser humano cálido, generoso, que habla poco y escucha bastante: así, con estos términos elogiosos, sus amigos. Ah, pero éstos añaden: Unomás es un ser que siempre va en bicicleta.

En cicla, acompañado de una novia negra y bonita, recuerda César Pagano, el investigador musical, que llegaba ese hermano suyo a su bar El Goce Pagano, de Bogotá, a comienzos de los 80. A Víctor, estudiante de arquitectura, noviero, sólo le interesaban el bolero, el son y la salsa, y acudía a ese sitio en el que ocurrían tantas cosas, como la presentación de Celina González, quien lo puso a gritar ¡qué viva Changó, señores!

"Al principio, Víctor era un cliente. Un tipo querido, inteligente, generoso. Con su trazo genial, hacía dibujos para promocionar nuestros eventos. Después, resultó trabajando en el bar, donde más le gustaba porque podía estar entre alcoholes, música y tertulia. No era tanto lo que hablaba, sino lo que escuchaba...", evoca César Pagano.

Pagano y Unomás cerraban el bar antes de las seis de la mañana. Y en lugar de correr a dormir, sus pasos los llevaban a una plaza de mercado, especialmente la del Siete de Agosto. "Nos gustaba escuchar diálogos de los asiduos visitantes de tiendas y cantinas, y ver llegar camiones cargados de víveres", recuerda el investigador.

Víctor Sánchez Gómez nació en Bogotá hace 52 años. Es hijo de una paisa de Manizales, Lucy, de quien aprendió a amar los tangos tradicionales, y de un rolo homónimo suyo, de quien adquirió el gusto por el bolero. De ambos, ya fallecidos, el afecto por la bohemia: no había fin de semana en que, en su casa, sus padres no apuraran sus aguardientes oyendo música hasta tarde.

"Con Guillermo Calle, un amigo nuestro, Unomás se reunía a oír tangos de letras depresivas", dice Pagano.

Víctor terminó viviendo dos o tres años en casa de César. "Sí, viví en una habitación de Pagano -recuerda Unomás-. Yo era un golfo, un borrachín y un noctámbulo".

La arquitectura poco ha ejercido por dibujar y diagramar libros, entre ellos el de Ismael Rivera que escribió el investigador musical. Fue cercano a los caricatógrafos agrupados en la década del 80 en la Universidad Nacional bajo la denominación de El Taller del Humor. Sus primeras colaboraciones con esta agrupación fueron la exposición de Humor Erótico, realizada en la capital, y el libro Humor y Turbinas.

Fue entonces cuando Víctor colaboraba con ilustraciones para el Magazín de El Espectador. "Excelente ilustrador -interviene Guillermo González, quien dirigía esa publicación dominical y ahora, la revista Número, en la cual también publica el humor gráfico de Unomás-. Es el ser más irónico. Recuerdo su crítica mordaz y su dedicación al trabajo. Hicimos libros a mano, pegando las ilustraciones con colbón. Al principio, porque así se hacían; después, porque Víctor decía que prefería seguir haciéndolos de ese modo".

Su moderno concepto de diseño y sus ilustraciones con planteamientos de nivel plástico, se reflejaron en la publicación Cien Días del Cinep, y en copiosas revistas académicas de la época.

La sospechosa facilidad
Con ese talento que todos reconocen y esa dedicación al trabajo, Unomás comenzó a ganarse premios de caricatura e ilustración y el reconocimiento fue inmenso. "Ilustraba, ganaba dinero. Era todo tan fácil -recuerda Unomás-, tan sospechosamente fácil, que mejor me fui de Colombia, me vine a España. Creo que la belleza es el preámbulo del horror. Por eso, Colombia me hace daño: porque me gusta mucho".

Era 1992 cuando Víctor resultó con la idea de irse a España. De eso, Pagano tiene su interpretación: "se fue, tal vez, por afán de conocer una cultura muy fuerte en plástica, dibujo, ilustración. Goya, Velázquez y los contemporáneos. Eso le atrajo. Precisamente, Diego Velázquez ha sido su pintor favorito, por encima de Picasso y de Dalí".

Uno de los últimos trabajos, antes de viajar, fue la ilustración de la carátula del libro No nacimos pa' semilla, de Alonso Salazar, en la cual aparece un motociclista calavérico, como una muerte en motocicleta, indefinido por brochazos de colores.

En bicicleta salió un día de la oficina de Plaza & Janés, la editorial española fundada en 1959, cuando lo despidieron o, más bien, él los mandó al carajo a ellos, compañeros y directivos, porque "no nací para ser jefe y menos para tener secretaria, mensajero y chofer, sino para la plástica. Allí me ganaba un buen dinero -reconoce Unomás, quien fue allí, jefe del departamento gráfico-. Podía tener un jet cuando quería. Pero esa, viejo, es una desilusión de vida. Por eso, un día cogí mi bicicleta y salí cantando mi canción y diciendo: ¡soy libre, macho! ¡Tengo mi libertad! -Luego, como explicando su actitud, añadió:- Es que tú no sabes cómo es la industria de los libros: es igual a una de tornillos".

Había llegado a esa editorial y a ese cargo, por voluntad de Carmen Balcells Cegalà, la reputada agente literaria, valorada por autores como Gabriel García Márquez y muchos más.

"El error fue haberle dado una jefatura a un anarquista". Así explica Pagano aquel desastre. "Supe que les dijo en esa despedida: 'hagan lo que les dé la gana. Yo no mando a nadie'. Y se largó".

Vivió primero en Barcelona y ya, en Madrid. "Paso trampeándole a la vida. Es horrible mi relación con este país. Horrible cómo tratan a los sudacas. Condiciones para trabajar no existen. No me buscan para que ilustre libros sino para que limpie letrinas. Soy un PSH: Persona Sin Hogar. Sólo me salva la salsa; lo demás es una mariconada. Me quedo porque tengo una hija de 14, Candela. No soy poeta; quisiera serlo para cantarle a ella".

A veces, Víctor trabaja en un albergue juvenil; en otras, fregando platos. De vez en cuando lo contratan para que haga alguna ilustración. Pero su tenacidad ha sido tal, que ha hecho algunos libros. "Hice uno que se llama Crochet, sí, como el tejido. Un homenaje a los bailarines. En él hago un parangón entre tejido y baile. Otro se llama Mi gheto, un catálogo taxonómico de músicos. Otro, de dibujos a plumilla, es La quinta de los molinos, homenaje a la música cubana".

"La última vez que lo vi, lo encontré en Barcelona -comenta González, el de Número-. Estaba en una Feria del Libro con William Ospina, cuando Víctor apareció en cicla. Nos saludó tan cálido como siempre".

Víctor recoge elementos de deshecho para volverlos arte. Pinta sobre cualquier cosa. "Yo sigo siendo el mismo, austero. Me gusta tomarme mis aguardienticos y lo hago de vez en cuando en casa de dos amigos caleños que vinieron a España buscando vida". Y sigue siendo el mismo en cuanto a su entrega por el trabajo, como lo recuerda González.

En la última conversación con él, Unomás me recomendó no devanarme los sesos para escribir este perfil. Que para entenderlo pensara en dos ideas: la primera, una frase de Jean Genet: "cuanto mayor sea mi culpabilidad a vuestros ojos, entera y totalmente asumida, mayor será mi libertad y más perfecta mi soledad y unicidad"; la segunda, la canción Toda la verdad, de Pupi Legarreta: Yo quiero vivir la vida con tranquilidad/ y aunque me critiquen viviré la vida como yo soy...

"Recuerdo que aquí no hacía sino fumar Pielroja sin filtro -dice Pagano-. Me lo imagino en España, fumando Montecristo, ese cigarrillo cubano sin filtro que venden allá".

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