En primer lugar Feliz Navidad y un año nuevo con paz interior, sin rencor y con deseos de hacer las cosas bien desde la primera vez.
Con la premisa de hacer las cosas bien de una vez, nos debemos preparar para los acontecimientos electorales de marzo y mayo, de forma que no nos equivoquemos al decidir en quien depositaremos nuestra confianza, para que nos represente en el Congreso y quien regirá como Presidente, por los próximos 4 años con posibilidades de 8.
Aunque desde hace rato existen enemigos de la reelección, es bueno recordar que el aprendizaje o la inducción para este cargo, se demora mucho más que para otro y se dan casos en los cuales 4 años no fueron suficientes, para que quien lo estuviese ocupando, aprendiese a desempeñarlo con transparencia, pulcritud, trabajo arduo, eficiencia, eficacia y lo más importante, deseo real de trabajar en pro del beneficio general, en vez de buscar la luz propia o los reconocimientos y las loas de sus sostenes (Sostén: Soporte sin el cual, lo sostenido se va al piso), que entusiasmados por el estimulo pecuniario, hacen el trabajo, inverso al de las lloronas de ciertas costumbres, en donde cobra más la que más dolor finge.
De verdad es importante entonces que antes de dar voto de confianza a los congresistas actuales, miremos detenidamente sus ejecutorias orientadas al progreso general y evaluemos si son coherentes con su discurso o, más bien, se dedicaron a devengar, disfrutar de esas prebendas y simplemente pasaron esos años apoyando a quien los endulza con las mieles de dinero fácil y sin medida.
Si somos los dueños del negocio, nunca pondremos a la cabeza del mismo a personajes ineptos, deshonestos, o arribistas. Por el contrario buscaremos gente en la que podamos confiar. Colombia es el negocio de todos y cada que asistimos a un evento electoral, estamos participando de la asamblea de accionistas que deberá designar a los miembros de la junta directiva (Congreso) y para ello, evaluaremos los antiguos y las nuevas propuestas. Estamos seguros que los actuales integrantes no son idóneos, coherentes, leales con sus electores. Sabemos que se dedicaron a sus trapisondas y olvidaron desde el inicio los compromisos adquiridos con quienes votamos por ellos. Por esto no los reelegiremos.
Entonces nos quedan varias opciones, entre ellas la más racional es confiar en nuevos directivos, que llegan con ganas, descontaminados y con conocimientos y sensibilidad suficientes para atender con verticalidad, las labores legislativas de un país lleno de leyes que a nada conducen. Estudiar con sentido común nuestro aparato legislativo, depurarlo y volverlo práctico, sencillo, entendible y aplicable, debe ser la labor de un Congreso integrado por quienes, limpios de marrulla, lleguen allí el 20 de julio, como los adalides de la verdadera renovación de la política. Allí no cabrán orangutanes ni dinosaurios. Todo será cristalino y los resultados los iremos palpando con el transcurso de los días. Ese estúpido paradigma que establece que cada problema se resuelve con una ley, debe abandonarse por siempre, por el contrario, menos leyes pero más eficaces, será el objetivo por conseguir.
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