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La ética médica

Una balanza en desequilibrio: quien sabe poco, el enfermo; ante quien sabe mucho, el médico.

  • La ética médica | Archivo
    La ética médica | Archivo
10 de mayo de 2011
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En la tarde del dolor, se cruzan dos tipos de conocimientos: el profuso y generoso -médico- con el exiguo y reducido -enfermo-. Empiezan ellos a conformar una relación, base de la ética médica. Cada uno tiene su propio papel.

Aquel binomio, paciente-profesional de la salud, trasluce nítidos matices de desequilibrio. Lo corrobora un solo dato:

Quien experimenta el dolor, se limita a decir: 'Me duele por acá doctor'. Expresión que delata un oscurantismo respecto a su cuerpo, incluido su funcionamiento.

El profesional es quien, para el caso 'se las sabe todas'. Sus discernimientos incluyen no sólo las condiciones corporales y terapéuticas del afligido por el dolor sino, además, la operatividad y el manejo de los recursos humanos, científicos y tecnológicos acordes con las necesidades del proceso a seguir y con las decisiones que el paciente aportará.

Es patente algo obvio: los platillos de esta balanza ostentan pesos disímiles.

Tal inequidad solicita el esfuerzo de quienes ahora constituyen un conjunto. El mutuo esfuerzo mitigará la distorsión.

En primer lugar: se requiere la voluntad de superación personal por parte del paciente manifestada ya en el esfuerzo cognoscitivo de su cuerpo y de su salud ya en la acción subsiguiente durante la jornada curativa. En este caso, el esfuerzo ilustrativo sobre la realidad que vive le llevará a contribuir de manera consciente y clara a la fase de sanación. Es tarea que pide su compromiso.

En segundo lugar: el profesional se empeñará en asociar su sapiencia a la realidad de la persona que ahora le muestra un rostro tan adolorido como esperanzado. Este estilo de gestión supera lo que podría apellidarse un automatismo médico. Propiciará, él, una co-gestión curativa, hija del aporte de las dos partes.

La conjunción de ambos factores hará las veces de excelente fármaco, de primer analgésico, de mitigador sedante o de eficaz tubo respiratorio.

La dimensión ética le indicará entonces el derrotero a quien yace en su lecho con el dolor como insignia. Sus senderos serán: un más amplio conocimiento de sí mismo, un redescubrimiento de su capacidad de superación en medio de la invalidez o discapacidad, una oportuna asimilación de cuanto le indique el profesional, un estudio inteligente del consentimiento que ha de emitir y una cooperación responsable en los episodios que se siguen. No puede bastarle la expresión clásica: 'Doctor: me pongo en sus manos'; es preferible expresar el vocablo: 'como ya conozco el proceso, también aporto de mi parte'.

No presenta rasgos de autenticidad ética el rutinario comportamiento pasivo del enfermo ante la eventualidad de su transcurso curativo.

Involucrado, como está, el médico en la tarea por ejecutar es apenas normal enunciar los talantes éticos que le son específicos. Pueden ser: el informe adecuado, comprensible y asimilable sobre la enfermedad, los datos acordes referidos a la dinámica que se adelantará, la explicación sobre los contenidos del consentimiento que solicita al paciente, la garantía de una presencia futura y eficaz en el devenir del proceso de sanación.

La medición en la calidad de sus deberes la atestigua el reconocimiento de los derechos del hombre amilanado por el dolor.

No agotará su acción en febril gestión de sus saberes y de sus aptitudes tecnológicas; está requerido, por principios humanísticos, de extender sus manos a quien padece el dolor y de acoger las de él como signo de un mutuo trabajo terapéutico.

La placidez del rostro -ahora sano- mostrará visos de madurez ética cuando brote de un ser que también 'supo' descubrir sus propias fortalezas y que comprendió que frente a la emergencia él era el sujeto que se auto-determinaba y no simplemente el que se limitaba a 'dejarse hacer' a voluntad de la mano médica.

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