Mi bicicleta era pequeña, azul. El recuerdo es de una niña mona motilada en hoguito que se montaba en ella e iba y venía. Primero con llanticas de apoyo, luego en la independencia de las dos ruedas. Hasta que un día me quedó tan chiquita que mi mamá me compró otra, pero para qué una mediana si yo iba a crecer, y entonces fue una todoterreno, de adulto. La bici era más grande que yo. Una vez y media más.
En ese pueblo en el que crecí era una manera perfecta de llegar a cualquier lugar. Los sábados cruzaba los dedos y le echaba azúcar a las nubes con mi mejor amiga para que no hubiera que usar sombrilla y en cambio montarse en esa negra que tenía chispitas de colores. Hasta que llegué a Medellín y se volvió tan vieja que hubo que despedirse de ella. Adiós, le dije, y no la miré más. Nunca he vuelto a pedalear, y de eso ya han pasado más de 13 años. Por miedo, quizá. O porque me aterra la idea de que ya no sepa montar.
Y como es de esos objetos que cada vez muchos quieren más, buscamos anécdotas con la bici. A que usted también tiene la suya. ¿Qué tal si nos montamos a contar historias? Estas tres nos las compartieron en nuestra fanpage de Facebook, Mutis