Estados Unidos terminó la noche del 5 de noviembre de 2024 con una noticia que incrementó la polarización y dividió al país en dos: Donald Trump ganó las elecciones y regresa a la Casa Blanca. Si bien la política norteamericana ha estado polarizada entre demócratas y republicanos desde hace años, pensar en el regreso del magnate conservador no es solo una cuestión de partidos; pues Trump no solo hará a su segundo mandato, también llega como un presidente condenado por 34 delitos y un escándalo mediático, además representa el ala más radical y polémica del partido.
La victoria del empresario no solo transformó la escena política del país, también puso en jaque al que era considerado uno de los movimientos políticos más relevantes en Estados Unidos, el movimiento Woke, tendencia que había dominado la escena cultural política en los últimos años.
Aunque las elecciones fueron la carrera directa entre Republicanos y Demócratas, en las calles de Nueva York, las pancartas de “Make America Great Again” competían con las de “Defund the Police”. Mientras unos celebraban el final de lo que llamaban “dictadura de lo políticamente correcto”, otros protestaban augurando un retroceso de avances en derechos sociales y culturales. Bajo la mesa otros movimientos también mantenían el pulso.
El “woke”, un despertar que lo cambió todo
El término Woke nació en EE. UU. dentro de las comunidades afroamericanas a mediados de los años 40. El movimiento surgió con una motivación de lucha social frente a las injusticias raciales que tuvieron capítulos bastante trágicos dentro de la historia estadounidense; Woke traduce “mantenerse despierto”.
Para entender mejor la influencia política de este movimiento, EL COLOMBIANO habló con el experto internacionalista Alejandro Rayran. “El movimiento woke comenzó con una preocupación genuina por las personas marginadas, pero con el tiempo se transformó en una política de símbolos más que en un cambio social”, aseguró.
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Lo que empezó como un llamado a la equidad rápidamente cruzó otras fronteras. En América Latina, el término caló y resonó en debates sobre justicia social muy propios del continente, pero no logró calar completamente por varias razones. “En América Latina hablamos más de desigualdad estructural que de debates sobre pronombres o apropiación cultural, cosa que sí hace el woke”, señaló en un momento la política Claudia López.
Rayran señala que “lo woke apunta más al tribalismo que a un compromiso profundo con la justicia social, conectando solo con aquellas personas que pertenecen a su grupo o ideología específicos”. Esta característica, según él, fue utilizada por Trump para vincular el movimiento con lo que él denominó en su campaña como el ‘marxismo cultural’.
La llegada de Trump
El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca fue el resultado de haber recogido en sus discursos el sentir de muchos estadounidenses, el hartazgo hacia una forma de hacer política. En su discurso tras la victoria, el magnate lo dejó claro y lanzó los últimos golpes a lo que quedaba en pié de los woke: “No permitiremos que los radicales destruyan nuestra cultura. El pueblo estadounidense quiere libertad, no lecciones de moral”.
Rayran asegura que esta estrategia fue realmente efectiva porque “en la sociedad estadounidense, el progresismo puede ser estigmatizado fácilmente como una extensión del comunismo, un término profundamente repudiado”. Y agrega que “Trump logró articular una narrativa que satanizaba al movimiento woke al asociarlo con el progresismo y, por extensión, con el comunismo, algo que resonó especialmente en los sectores más conservadores del país”.
¿Qué pasará con el progresismo estadounidense?
Más que un fin, lo que se puede ver, incluso respecto al woke, es una transformación. Para Rayran aunque lo woke parece estar perdiendo fuerza, “las causas que lo originaron siguen vigentes”. Pero también considera que han sido instrumentalizadas por el consumismo: “Ahora son más una serie de símbolos en lugar de un vehículo de transformación social”. Situación que puede verse más claramente en las marchas del orgullo LGBT, dónde el mercado ha acaparado una parte importante de esas fechas.
Sin embargo, el mercado no es el único factor, la llegada de Trump, además, genera un desafío para el progresismo. “La izquierda ha perdido su capacidad de imaginar un futuro utópico frente al discurso distópico que plantea la derecha radical”, afirma Rayran.
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Mientras unos ven en este resurgimiento del conservadurismo una oportunidad para retomar valores tradicionales, otros temen que represente un retroceso en derechos humanos y libertades civiles.
Rayran advierte que en este nuevo contexto, los derechos civiles y el pluralismo están bajo una amenaza directa. La configuración de un Gobierno tan rádical como el de Trump que rechaza las voces disidentes, podría ser una de las mayores pruebas para la democracia estadounidense en los próximos años.
Aunque el movimiento woke claramente está en declive el progresismo en Estados Unidos y el mundo continúa moviéndose como una invitación a repensar estrategias que respondan a las necesidades sociales actuales, sin embargo, necesitan actualizarse para no perder vigencia.