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El hombre que soñó con la paz

Recibió un país en Estado de Sitio, pero dio lugar a diálogos y amnistías. Un conservador acusado por su clase de ser comunista.

  • El presidente Belisario Betancur fue pionero en la búsqueda de una salida negociada al conflicto. Los acuerdos que se firmaron después de su gobierno también fueron obra suya.FOTO Julio César Herrera

    El presidente Belisario Betancur fue pionero en la búsqueda de una salida negociada al conflicto. Los acuerdos que se firmaron después de su gobierno también fueron obra suya.

    FOTO Julio César Herrera

No había comenzado su periodo de gobierno cuando Belisario Betancur —el presidente que se fue un día al seminario Misiones de Yarumal con la esperanza de ser sacerdote—, reunió a los altos mandos militares y, como si fuera una sentencia, les largó su primera frase: “Yo sé que a ustedes no les gusta una palabra amnistía, pero les quiero decir que el próximo 20 de julio, cuando empiecen las sesiones del Congreso, los nuevos ministros de Gobierno, Justicia y Defensa asistirán a los debates para defender uno de los tres proyectos que cursan allí y se refieren a ese tema”.

El silencio llenó la sala y el espacio se curtió con un aire tenso, más cuando el general Guillermo Jaramillo le dijo que los guerrilleros eran unos bandoleros y, Betancur, con la voz parsimoniosa de siempre, le respondió que tenía que “cambiar el vocabulario de guerra, y que en los días sucesivos debía hablarse de alzados en armas”, como lo reseñaron Édgar Téllez y Álvaro Sánchez en el libro Ruido de Sables.

La premisa de brindar una paz que le fue esquiva en un país desangrado por la violencia guerrillera, fue la hoja de ruta para el gobierno de Betancur, tanto así que, en su discurso de posesión el 7 de agosto de 1982 expresó: “Levanto una bandera blanca de paz para ofrecer a todos mis compatriotas. Tiendo mi mano a los alzados en armas para que se incorporen a ejercicio pleno de sus derechos en el marco de la decisión que tomen las Cámaras. Les declaro la paz a mis conciudadanos sin distinción alguna. Esta tarea es prioritaria. Me consagro porque necesitamos esa paz colombiana para cuidarla como se cuida el árbol que convocará bajo sus gajos abiertos a toda la familia nacional”.

Ese deseo de ver a Colombia pacificada lo llevó a adelantar dos mesas de conversación de forma paralela: una con las Farc y otra conjunta con el M-19 y el Epl, y esa fiebre de vivir en un territorio “sin matarnos”, se tradujo en un símbolo que llenó la calles del país y se pintó en cada esquina de cada barrio colombiano: la paloma de la paz.

El profesor emérito de la Universidad Nacional, Médofilo Medina, indicó que cómo herramienta para empezar un camino de negociación tuvo una Ley de amnistía generosa en 1982, lo que implicó un reconocimiento a la insurgencia como actor político.

“Bajo Turbay, hubo una ley que, en últimas, implicaba una entrega de los guerrilleros sin negociación. No había un empeño real del gobierno de Turbay por alcanzar la paz en función de una negociación. Con Belisario se plantea el tema de que la paz será la culminación de un proceso de negociación. Ver eso hoy es importante cuando tenemos un Acuerdo de Paz concluido con las Farc, después de muchos años”, expresó Medina.

Pensó en la paz de América

Al día siguiente de su posesión como mandatario de los colombianos, Betancur comenzó a hablar de paz no solo en Colombia, sino en América. El nuevo Jefe de Estado “proyectó la política de paz interna a la política de paz internacional, no solamente llevándola a las Naciones Unidas, al grupo de los No Alineados, sino a gestiones en favor de la paz de las guerras de Centroamérica”, recordó Álvaro Villarraga, director de Acuerdos de Verdad del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Por eso, en enero de 1983, los gobiernos de Colombia, México, Panamá y Venezuela establecieron un sistema de acción conjunta para promover la paz en esa región, especialmente frente a los conflictos armados en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, que amenazaban con desestabilizar todo el continente. Esa iniciativa fue conocida como el Grupo Contadora.

Si bien este no logró establecer una fórmula de paz aceptable para todas las partes involucradas, sentó los fundamentos para que emergiera dicho plan en los años siguientes. El llamado Acuerdo de Paz de Esquípulas, surgió de los esfuerzos de Contadora y permitió reformular completamente la política centroamericana. “En ese momento no se resolvieron esas guerras, pero en el 92 se logró hacerlo gracias a esa semilla”, dijo Villarraga.

Sin embargo, algo muy positivo salió de allí. En Cartagena, los países que hacían parte del Grupo reconocieron a las víctimas de desplazamiento forzoso y dejaron un documento programático para la asistencia y tratamiento de los refugiados, ya que se había generado una gran crisis humanitaria en todo el continente por guerras y enfrentamientos que parecían no tener fin y que sometieron a la población civil.

Así fue el camino de una paz frustrada

Iniciar esta senda, y recorrerla, no fue un asunto fácil para Belisario Betancur. El país estuvo sometido por cuatro años durante el gobierno anterior de Julio César Turbay al Estatuto de Seguridad que dio amplias facultades a las Fuerzas Armadas, y llevo a la cárcel centenares de guerrilleros, lo que minó la confianza para adelantar procesos de pacificación.

Pero, como se reseña en el libro Ruido de Sables, con la llegada del presidente nacido en la vereda Morro de la Paila, en Amagá (Antioquia), soplaron nuevos vientos “y de los atropellos provocados al amparo del Estatuto de Seguridad se pasó, de la noche a la mañana, a las manifestaciones con pañuelos blancos y a todo tipo de movimientos civiles a favor de la paz”.

Por eso, al mes de estar sentado en la Casa de Nariño dirigiendo los hilos de una nación afectada por el narcotráfico, creó una Comisión de Paz conformada por 40 personas y encabezada por el expresidente Carlos Lleras Restrepo, quien días después renunció por problemas de salud, y asumió en su reemplazo el exministro liberal Otto Morales Benítez.

Álvaro Villarraga expresa que Betancur fue el presidente que tuvo una formulación completa y positiva en términos de política de paz.

“Ese paquete de amnistía, Plan Nacional de Rehabilitación en zona de conflicto y pobreza, la Comisión de Paz delegada para los diálogos, la reforma constitucional que permitió la elección popular de los alcaldes como parte de la política de paz, asumir dos mesas de conversación, una con las Farc y otra conjunta del M-19 y Epl, presentar las iniciativas del protocolo I y II de Ginebra en DIH, el haber asumido frente a la sociedad la famosa frase ‘ni una gota más de sangre’ y haberle reconocido estatus político a las guerrilla”, lo catapultó como el Jefe de Estado que logró sentar las bases para las futuras negociaciones de paz en Colombia.

Con Ley de Amnistía entre sus valijas (Ley 35 de 1982) y con Comisión de Paz, el deseo de una salida negociada a las confrontaciones creció rápidamente y, con la aplicación de la norma, las puertas de las cárceles se abrieron de par en par permitiendo la salida de presos políticos pertenecientes a los grupos guerrilleros.

No obstante, la bandera ondeante de la paz no fue aceptada en todas las esferas de Colombia, y su política de negociar dividió al país entre los que defendían los procesos de negociación y los que se oponían rotundamente, como era el caso de algunos militares que veían con recelo el tratamiento dado a los guerrilleros que tan solo unos años antes se empeñaban en combatir. Su ministro de Defensa, el general Fernando Landazábal Reyes, expresó que Colombia tendría que acostumbrarse a escuchar a sus generales, sobre todo en los diálogos.

La oposición se hizo más fuerte luego de que el presidente le solicitara al procurador Carlos Jiménez Gómez, un informe sobre quiénes y cómo funcionaba el movimiento Muerte a Secuestradores (MAS), y cuando en la lista entregada aparecieron integrantes de las Fuerzas Armadas, Colombia se hundió en una fosa de acciones irreconciliables frente a la paz.

“Eso acarreó costos políticos. Las élites del país y las mayorías parlamentarias y los directorios liberal y conservador fueron dubitativos, temerosos y terminaron oponiéndose a las reformas que necesitaba la paz”, dice Villarraga.

Aún con el viento en contra, y tras la renuncia de Otto Morales a la Comisión, Betancur persistió en la búsqueda de la paz y nombró al exministro John Agudelo Ríos, quien en adelante tomó las riendas del Plan Nacional de Rehabilitación, base para la implementación de los acuerdos en zonas afectadas por el conflicto. Así, el 28 de marzo de 1984 en Uribe, Meta, se firmó el primer cese el fuego entre la Comisión y las Farc y, en el texto firmado por los jefes guerrilleros, quedó claro que los 27 frentes silenciarían sus fusiles.

Con esta acción llegó la Comisión de Verificación conformada por Horacio Serpa, Lucy Nieto de Samper, Álvaro Leyva Durán, Nicanor Restrepo, Fernando Cepeda Ulloa, Gilberto Vieira, Samuel Hoyos Arango, Óscar Alarcón y Rafael Rivas, y fue tan fructífero su trabajo que se firmaron nuevos acuerdos de cese el fuego, esta vez con el M-19, el Epl y la Autodefensa Obrera. Tal fue el éxito que, en noviembre de 1984 se realizó una reunión en Uribe, Meta, con un plazo de un año para que las Farc se organizaran políticamente, lo que sentó las bases para que naciera, tiempo después, el partido político Unión Patriótica, UP.

Sin embargo, los hechos no jugaron a favor de esa paz que le quitaba el sueño a Betancur y amalgamaba lentamente. Los combates entre el Ejército y el M-19 en Corinto, Cauca, rompieron la tregua de no agresión; los asesinatos y amenazas a miembros de la Comisión de Paz, fisuraron lo alcanzado y los delegados renunciaron llevando esa pacificación a un fracaso.

“Belisario no tuvo la preparación para abordar este proceso de paz, sobre todo cuando este acuerdo significaba un acuerdo entre las partes. Un presidente no puede proponer la paz si al mismo tiempo no cuenta con el apoyo o aquiescencia de las Fuerzas Armadas, si no cuenta con sectores empresariales, la sociedad civil empresaria y el estamento político, y realmente la paz de Belisario estaba planteada para producir un acuerdo político, pero los partidos no estaban en el cuento de la paz”, expresó el profesor Medófilo Medina.

Insistió en la paz

Varios hechos le minaron el camino de la salida negociada al conflicto, como el homicidio de su ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla el 30 de abril de 1984, que aunque fue asesinado por el cartel de Medellín y no tenía relación con el conflicto, fue un punto de señalamiento para decirle no a las negociaciones. Además la toma del Palacio de Justicia por el M-19, el 6 de noviembre de 1985, y el asesinato en Bogotá del vocero político y negociador del Epl, Óscar William Calvo, fueron dos golpes certeros que hirieron de muerte su deseo de llevar la paz a todos los rincones del país.

“Belisario se imaginó el tema de la paz al principio sí de manera generosa, pero el gesto de generosidad era en cierto modo lo más importante y descuidó reunir una serie de condiciones que comenzaban por el establecimiento mismo para lograr compromisos con la paz. No hay duda de que el primer proceso de paz ardió en el Palacio de Justicia”, dice Medina.

Lo ocurrido después fue más duro. El presidente se quedó solo y “aislado, sin apoyo, se comenta coloquialmente, y fue cierto que terminaron en los cocteles llamándolo comunista cuando era un conservador, simplemente por admitir el diálogo político”, recuerda Villarraga.

Aún así, a cinco meses de terminar su mandato, Betancur lanzó su último esfuerzo por dejar la paz más allá de pintas en las calles del Colombia: en marzo de 1986 firmó con las Farc otra prórroga del cese el fuego que permitió a la Unión Patriótica, como brazo político de esa guerrilla, llegar a las elecciones. Aún así, su anhelo pacificador se esfumó, como se le esfumó ayer la vida.

Mauricio Jaramillo Jassir, internacionalista de la Universidad del Rosario, insiste en que el mejor legado de Betancur fue su visión en materia de paz. “El primer presidente que se atrevió a darle reconocimiento político a grupos armados de izquierda. Yo creo que en buena medida lo que se consiguió a comienzos de los 90 con la corriente de renovación socialista, el M19 y lo que quedó incompleto con las Farc y el Eln, a pesar que no fue él quien lo finalizó, tuvo mucho que ver. Él pensaba en la necesidad de reconciliarse, eso quedará escrito en la mente de mucha gente”.

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