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Belisario 1923 - 2018

Fue un gran líder, humanista, literato y poeta. Pasa a la historia como el primer presidente que apostó todas sus cartas a una paz negociada.

  • FOTO COLPRENSA
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08 de diciembre de 2018
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El siete de agosto de 1982, al recibir la banda presidencial, Belisario Betancur Cuartas, dijo en voz alta para que todo el país escuchara: “Este es el empleo que he estado persiguiendo toda mi vida”. Nada más cercano a su alma de poeta. Él no nació para ser presidente ni soñó desde su infancia con serlo, como lo hicieron los últimos tres mandatarios. “Él era un intelectual y humanista a quien se le impuso la penitencia de gobernar”, dijo Gabriel García Márquez en uno de sus apuntes sobre el presidente.

Sus padres, Rosendo y Ana Otilia eran pobres y cristianos, tuvieron 21 hijos, 16 de los cuales no sobrevivieron al hambre y las enfermedades. Toda una masacre del subdesarrollo. Jamás olvidó o trató de ocultar su pasado de pobreza. De niño en su natal Amagá ganaba monedas para apoyar la menguada economía familiar recogiendo café o pegado del cabo de un azadón o la cacha de un machete. Tuvo el honor de lucir el primer par de zapatos en su familia.

Como se hacen las grandes catedrales humanas, todo lo conquistó a pulso, sacrificios y empujoncitos de la Santísima Providencia. Estudió la primaria en una escuelita de Amagá en la que repitió tres veces quinto hasta que aprendió a leer de corrido. Se impresionó tanto con ello que el resto de su vida se la pasó leyendo.

Un sacerdote le consiguió una beca en el Seminario de Misiones de Yarumal, donde inició el bachillerato. Lo terminó en 1941 en la UPB, gracias a la bendición de otro cura.

Sus excelentes notas lo hicieron merecedor de una tercera beca en la UPB y estudió Economía y Derecho. Por falta de plata para irse a casa, muchas veces se ocultaba en la biblioteca de la UPB y pasaba allí la noche leyendo.

El periodista Alberto Velásquez Martínez, uno de sus grandes amigos, comenta que la memoria y capacidad de trabajo de Belisario eran prodigiosas. “Era un enamorado de la música y el folclor colombiano y sus amigos más cercanos eran poetas”. Recordó sus tertulias con Porfirio Barbajacob, Eduardo Carranza, Orlando Rivera Jaramillo y León de Greiff.

En 2006 retornó a la UPB para donarle su biblioteca personal, una colección de 13.000 libros. Entre estos figuran joyas de la América Prehispánica, anteriores al siglo XVI, textos que sobrevivieron a la pira católica de la Conquista, que quemó todo vestigio intelectual del “nuevo mundo” para expulsar del mismo a los demonios e idolatrías que los inspiraron.

A inicios de los 40 hizo parte del suplemento literario Generación de EL COLOMBIANO, inspirado por Otto Morales Benítez. Su relación con este periódico llegó a ser tan fuerte que lo consideraba uno de sus dos amores en la ciudad, el otro era la UPB.

Matrimonio y política

En 1945, dos años antes de graduarse en la Universidad, contrajo matrimonio con su paisana medellinense Rosa Helena Álvarez Yepes. Tuvieron tres hijos: Beatriz Helena, Diego y María Clara.

Inició su militancia política en las hogueras intelectuales y odios ideológicos de las décadas 30 y 40 en Colombia. Tomó partido por las visiones nacionalistas y anticomunistas que alimentaban monseñor Miguel Ángel Builes, quien afirmaba que matar liberales no era pecado, y el líder conservador Laureano Gómez, uno de sus mentores intelectuales.

En 1945 ganó una curul en la Asamblea de Antioquia por el Partido Conservador Colombiano (PCC), cargo al que renunció para servir al gobierno de Mariano Ospina Pérez en el Ministerio de Educación. En medio de la violencia que se desató tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, 9 de abril del 1948, la cual llevó a la muerte, señalan historiadores, de 300.000 colombianos, asoló los campos y dejó al país en la ruina, Belisario se estableció en Medellín para dirigir el periódico conservador La Defensa, arrasado por la turba liberal.

Cumplida su meta volvió a la Capital a laborar en la revista Semana y como colaborador de los periódicos conservadores Diario del Pacífico y El Siglo. El poder de Laureano sobre el conservatismo era avasallador. En noviembre de 1949, siempre acompañado por la pluma de Belisario, fue elegido presidente de Colombia.

Luego llegó el golpe militar de 1953 dirigido por el general Gustavo Rojas Pinilla, que sacó a Laureano del poder. Belisario arremetió desde sus publicaciones contra el régimen pinillista, trago amargo que lo dejó en prisión.

Nueva visión

En los 60, en pleno Frente Nacional, fórmula contra la violencia política y que repartía el poder entre liberales y conservadores, Belisario deja de ver la vida en blanco y negro; liberal o conservadora; atea o creyente; Dios o el diablo, curas o mohanes, e inicia un nuevo despertar intelectual que lo lleva a publicar varios libros por una nueva Colombia.

En 1963, el presidente conservador Guillermo León Valencia le reconoce su apertura intelectual y lo nombra ministro de Trabajo del Gobierno de Coalición, pero su interés estaba en los libros y la academia, no en las componendas liberales - conservadores para dominar el país.

Parecía poseído por una poderosa pasión intelectual, solo comparable con las interminables noches del manco Miguel de Cervantes dando vida a Don Quijote de la Mancha, un libro que leyó y compró en todas sus versiones, incluso “una que se leía de derecha a izquierda y de izquierda a derecha”, recuerda su amigo Velásquez.

Su nueva visión de Colombia, la literatura y el mundo le permitieron escribir numerosos libros y ensayos entre 1963 y 1975. Además se destacó como redactor de la Defensa, El Siglo, la Unidad, Semana, Prometeo y EL COLOMBIANO.

Su ruta al poder

Betancur siempre sabía a qué le apostaba y era un convencido de que sus sueños tendrían un sitio en la tierra. En 1965, apoyó la candidatura liberal de Carlos Lleras Restrepo y tres años después se desvinculó del PCC y se lanzó a las elecciones presidenciales de 1970, las últimas del Frente Nacional, como “conservador independiente”. En estas ganó Misael Pastrana, seguido por Gustavo Rojas Pinilla y él quedó de tercero.

Su frustración fue grande, decidió hacerse a un lado de la política y le apostó al desarrollo empresarial del país. En 1974, creó la Asociación de Instituciones Financieras (Anif) de la que fue su primer presidente.

Pero en el 75 el presidente Alfonso López Michelsen lo convenció para que hiciera parte de su gobierno como embajador en España. Aceptó a regañadientes y en su misión logró lo que se creía un imposible: traer a Colombia al Rey Juan Carlos, viaje que se cristalizó en octubre de 1976.

Su paso por España y Europa reforzó sus nuevos ideales de un país más incluyente. Empezó a mirársele como un conservador centrista no radical e incluso su proyecto de crear un “movimiento nacional”, para atraer liberales, conservadores, anapistas, socialdemócratas, sindicalistas, campesinos y estudiantes a su programa, tuvo gran acogida nacional.

En 1978, en un movimiento de distintos matices políticos, liderados por el PCC, volvió a lanzarse a la presidencia. Esa vez el país se acostó con él como Presidente y amaneció con Julio César Turbay Ayala en el solio de Bolívar. Esa noche Turbay le sacó 137.000 votos de ventaja a Belisario. El que escruta elige, se le advirtió.

El gobierno de Turbay fue de vorágine, decretó el Estado de sitio y creó el Estatuto de Seguridad para tratar de someter a unas guerrillas en ascenso y sofocar la protesta social, pero sus resultados fueron de pesadilla, tanto para el establecimiento como para la oposición. Las Farc pasaron de tener 6 frentes en todo al país a 43 cuando terminó Turbay. El narcotráfico se fortaleció y empezó a permear todos los estamentos del Estado y la sociedad misma. Las llamadas “fuerzas oscuras”, grupos de autodefensa y guerrilla se repartían amplios territorios de la geografía nacional.

En 1982, fue la vencida y ascendió al poder apoyado por un movimiento nacional, sustentado en un amplio programa social y con la promesa de lograr la paz negociada, no solo en Colombia, en todo el hemisferio, donde la guerra de guerrillas se multiplicaba. Era la primera vez en el país que se abrigaba la posibilidad de encontrar la reconciliación nacional a través del diálogo.

Desde la Presidencia lo apostó todo por la paz, pero el precio que pagó por ello fue demasiado alto en una nación donde la guerra siempre había sido lo normal y la paz la excepción. Lo peor, los más grandes enemigos de su proyecto de paz estaban dentro del propio gobierno, como lo denunció Otto Morales, quien lideraba la Comisión Nacional de Paz creada por Betancur.

Noviembre de 1985 fue negro. Ese mes el M19, apoyado por el cartel de Medellín, pisoteo el plan de paz de Belisario y asaltó el Palacio de Justicia (6 de noviembre), el Ejército Nacional respondió con una ferocidad superior. Así se desató el “Holocausto de la justicia colombiana”.

No se reponía la nación del horror cuando una semana después fue la naturaleza la que terminó por revolver las cosas. Armero, el pueblo blanco, fue arrasado por una avalancha del nevado del Ruiz. Murieron 23.000 personas.

Duro adiós

Betancur logró terminar su periodo, pero su desgaste fue total. El mundo, no la Colombia que soñó en paz, le reconoció sus esfuerzos. Uno tras otro se sucedieron las exaltaciones internacionales que premiaban su talante de literato y sus esfuerzos por el fin de los conflictos en el continente. Al terminar su mandato dijo que nunca volvería a intervenir en política y cumplió con su palabra. Sobre su visión de los hechos del Holocausto escribió un libro, que solo se conocería después de su muerte.

En junio de 1998, murió su esposa Rosa Helena Álvarez. A sus 75 años contrajo matrimonio en segundas nupcias con la ceramista venezolana Dalita Navarro. La semilla que plantó por la paz no cayó en tierra estéril y de ella se han logrado varias cosechas. Queda mucho camino por recorrer. Habrá nuevas cosechas y el país las recogerá. Paz en su tumba, Presidente.

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