La primera vez que la vimos, ella abrió los brazos. No era el saludo cortés que dicta el protocolo, ni esa caricia social que apenas roza la superficie: era un abrazo de regreso. De madre. De casa. Un abrazo en el umbral del Hotel Internacional de Cartagena, donde se ubica su pequeño local, avivando el ingreso a un espacio donde el tiempo se ha anudado con hilos de memoria y dignidad. Es una sensación extraña, de esas que, como diría el Maestro Gabo, te ubican entre la ficción sublime y la realidad palpitante. Todo allí —las hebras colgantes, el brillo de las telas, las plantas— es un fragmento de Macondo en pleno siglo XXI.
Indira Morales de la Rosa, con 38 años, sostiene en las manos el don de quienes han atravesado la violencia y, aun así, siguen tejiendo luz. Viste colores que parecen sacados del Caribe —dice con la voz firme— “no se puede esconder, sino vivirla”. En su historia late el sur de Bolívar, en su natal Rio Viejo, territorio bello y herido, donde aprendió que la vida puede desbordarse en dolor y renacer después como un nudo perfecto en la frente con Indhyluna (marca que fundo, catalogada como Negocio Verde colombiano de acuerdo con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible).
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El turbante, un mapa textil de la historia afrocaribeña
Los turbantes en Cartagena no nacieron de la moda sino de la resistencia. Son una pieza clave en la memoria afrocolombiana, como bien lo han documentado investigadoras como Nina S. de Friedemann en Ma Ngombe: guerreros, esclavos y campesinos. Desde el siglo XVII —cuando los afrodescendientes traídos a la fuerza comenzaron a reconstruir identidad a través del cuerpo— los turbantes fueron refugio, código, símbolo espiritual, y señal de pertenencia.
Con el tiempo, el turbante se volvió una especie de hogar portátil. Lo llevaban al mercado de Getsemaní, donde las palenqueras, con la espalda recta como si sostuvieran la dignidad del mundo entero, vendían frutas en equilibrio con el mismo aplomo con el que defendían su linaje. Entre ellos, Benkos Biohó-fue un líder africano esclavizado que escapó, fundó el Palenque de San Basilio y encabezó la primera libertad colectiva de afrodescendientes en América-no era solo un nombre de historia, sino una herida abierta que había que cuidar con orgullo. Cada nudo que hacían sus descendientes era una forma de decir: “Venimos de quienes se liberaron solos”.
En noviembre, cuando la ciudad se enciende en celebración de la Independencia —que este año se conmemoró como la fiesta que “nos une” entre el 11 y el 15— los turbantes se vuelven coronas de resistencia. Se ven en desfiles, en comparsas, en calles que laten con tambores y palenqueras. El color, la altura, la forma del nudo, todo hablaba: duelo, celebración, jerarquía, fertilidad, fuerza, adoptando significados híbridos entre la mezcla de las culturas Áfricas, Indias y Españolas.
La creadora de Indhyluna lo resume así, mientras escoge una tela azul profundo que parece noche recién lavada:
“Los turbantes hacían parte de cómo uno mostraba lo que era. A veces un color más llamativo, a veces la posición. Eso era un sentimiento.”—Testimonio Indira Morales.
De los ríos al Caribe: el origen tejido en la sangre
Indira cuenta que en su infancia, allá en el sur de Bolívar, las mujeres caminaban kilómetros para traer agua de los ríos. El turbante sostenía los recipientes, pero también sostenía la dignidad en territorios donde la presencia estatal llegaba solo en forma de abandono. Lo dice con orgullo, acariciando un rollo de fibra natural: “Mi papá es afrodescendiente. Por eso este color caribeño que tengo.”
El sur de Bolívar —ese que ella nombra con nostalgia y llanto contenido— es un mapa de lugares marcados por la guerra: Cantagallo, San Pablo, Santa Rosa, Simití, Morales, Río Viejo, San Jacinto del Cauca. Desde los años noventa esas tierras fueron devoradas por el conflicto. Grupos armados disputaron el territorio a sangre y fuego por sus minas de oro, por los corredores estratégicos, por las rutas de cultivos ilícitos. Las comunidades quedaron atrapadas entre reclutamientos, amenazas, desplazamientos, silencios impuestos.
Indira baja la mirada cuando lo recuerda. En su voz se cuela un temblor que no puede, ni quiere, esconder. “La violencia nos marcó muchísimo... pero también nos dio fuerza. Como un empujón para renacer.”
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El fique: fibra, herencia y país
El acto de tejer se convierte, para Indira, en la máxima expresión de la resiliencia. No solo teje turbantes; teje el fique. La planta —declarada patrimonio cultural en varios departamentos y estudiada por etnógrafos— ha sido durante siglos el hilo que une a campesinos y artesanos con la tierra. Y en su marca Indhyluna, que es un negocio verde con sello de paz, va más allá del comercio. “El fique hace parte de nuestro legado... saber tejer la fibra con un proceso artesanal. Sin máquinas, solo manos.” Expresa.
Aprendió a leer tarde, no por falta de inteligencia, sino porque en su casa —como en tantas de la Colombia rural profunda— nunca hubo escuela. Un día dijo: “Quiero aprender, enséñeme qué hago”. Y las puertas, contra todo pronóstico, se abrieron- La Cámara de Comercio, la Universidad del Rosario, Los Andes, la Unidad de Víctimas. Creyeron en su marca Indhyluna brindándole herramientas. Y ella hizo lo que hace la gente que entiende el sentido de la vida: las devolvió multiplicadas.
Enseña a mujeres privadas de la libertad, a comunidades sordas, a desplazadas que llegan con el dolor a cuestas, a tejedoras. “Me gusta enseñarles para dignificar la vida”, dice Indira.
Hoy lidera un proyecto que mezcla cultura, educación, sostenibilidad y turismo comunitario. Sueña con una Ruta del Fique y del Turbante, donde los visitantes aprendan a sembrar, a hilar, a entender el poder espiritual de este símbolo del afrocaribe. “Que vengan, que tejan, que se lleven algo de ellos mismos.” Y suena alcanzable.
Cuando le preguntan cómo quiere ser recordada, no duda: “Como una persona que trata bonito a la gente. Que respeta. Que hace el bien donde esté.” Lo dice con la serenidad de quien ha visto de cerca la oscuridad y aun así eligió la luz.
En su local no se venden turbantes: se entregan historias. Bleydis Ospino(Recepcionista del Hotel Internacional de Cartagena) lo dice mientras observa cómo Indira ajusta un nudo como quien afina un ritual: “Indhy resignifica la historia de la mujer en Cartagena.” Y tiene razón. En cada tejido, ella ata lo que el país rompió. En cada tela inventa un futuro. En cada abrazo recuerda que el amor —simple y radical— es la resistencia más antigua.
Indira no solo teje: levanta memoria, consuela a su gente, y convierte la historia en un sitio posible para la esperanza en plenas fiestas de la independencia.
- ¿Dónde se puede comprar o aprender sobre los turbantes de Indhyluna?
- Su taller está dentro del
Hotel Internacional de Cartagena, donde además ofrece talleres y experiencias culturales sobre el proceso de tejido. También se pueden comunicar con ella:
Número: 3185434210.
Intagram: @indhylunadiseno - ¿Qué significa el turbante en la tradición afrocaribe de Cartagena?
- Es un símbolo de identidad, resistencia, memoria y espiritualidad; refleja la herencia africana y la historia de las mujeres que lo usaban para expresar su posición social, emociones y resistencia cultural.