Un día decidí que no iba a ser la diva para un solo hombre sino para muchos y que ellos, aunque me pagaran un rato de caricias, me valoraban más que mi pareja. Por eso, no soy una prostituta sino una vendedora de cariño. La palabra prostituta es muy agresiva y muy señalada. Vengo de El Raudal y luego pasé a La Veracruz. Tratamos de llevarnos bien entre nosotras. El asunto es que la gente nos señala por el solo hecho de pararnos aquí a conseguirnos el pan de cada día para nuestros hijos; no se preguntan por qué cae uno en la prostitución sino que juzgan.
Y es que hay muchos tipos de estigmatización. El solo hecho de trabajar así en la calle ya representa un gran problema. Estuve casada y mi compañero me maltrataba, tuve que aguantar sus borracheras, porque ponía la plata del mercado, el arriendo. Era aguantar y aguantar. Pero preferí venirme, hacerme mis dos, tres ratos, estar en compañía de mis hijos, y no pasar por ese estrés de estar detrás de un hombre a costa de mi independencia.
Una pareja que tuve también me hacía matoneo de cierta forma. La mujer de sus sueños era una con senos y caderas grandes. Me decía que si alguna vez tuviera plata él me mandaba a poner eso, sin contar si yo quería o no. Él me hacía sentir mal. Por ejemplo si salía una mujer en televisión decía: “Esos son los senos que yo quisiera en una mujer para mí”. Pero un día le dije: “Vos sos gordito, chiquito y barrigón. Qué tal que yo te pusiera un cuerpo de Jean Claude Van Damme, una cara de Brad Pitt y lo demás... ”. Ahí empieza la discusión pero luego sigue el maltrato físico. Así que yo misma le puse freno, no los límites que la Fiscalía decía sino los que yo como mujer le podía imponer.